“Sólo se puede aprender aquello que se ama”, decía el neurobiólogo español Francisco Mora en el libro “Neuroeducación”, publicado hace ocho años. El año pasado el también docente universitario publicó “Neuroeducación y lectura” para ampliar uno de los temas centrales de su anterior bestseller y que considera “la verdadera gran revolución humana”: la capacidad de leer. Y cómo la lectura puede transformar el cerebro y qué tanto. De acuerdo con Mora, esto dependerá de si el texto logre despertar tu curiosidad y de cómo impacta en tus emociones. Todo eso lo explicó, de modo resumido, en una entrevista con BBC Mundo, que se reproduce en su página web, y que pueden resumirse en cuatro razones para no perder la buena costumbre de la lectura.
1. Leer es un proceso artificial y reciente
“La capacidad de hablar la hemos adquirido por procesos de mutaciones genéticas con el Homo habilis hace unos 2 a 3 millones de años”, dice Mora. En cambio, la lectura nació hace apenas unos 6.000 años por la necesidad de comunicarnos más allá de la tribu propia, del corto alcance del boca a boca. Su base no es genética -como el habla- sino artificial o, mejor dicho, cultural.
“Leer, y desde luego leer bien o muy bien, requiere un laborioso proceso de aprendizaje, atención, memoria y entrenamiento explícito que dura años e, incluso, gran parte de toda la vida si se aspira a leer de un modo altamente eficiente”, destaca Mora.
2. Aprender a leer más temprano no te hace más inteligente
Los niños son verdaderas máquinas de aprender ya desde el útero, afirma el investigador y divulgador. La lectura es uno de esos grandes hitos en el desarrollo infantil, uno que llena a los padres de orgullo… o de preocupación. “Cuando una madre se da cuenta de que a su niño de cinco años todavía le cuesta mucho aprender a leer y que el vecinito de enfrente con cuatro años ya lee de corrido, se puede preguntar: ¿es que mi niño es más torpe?”, dice.
Sin embargo, la neurociencia ha demostrado que para aprender a leer, hay ciertas partes del cerebro que tienen que haber madurado previamente, algo que puede llegar a suceder a los tres años, pero que por lo general culmina cuando tienen seis o siete.
Lo aconsejable es que la lectura se empiece a enseñar formalmente a los siete años, “edad en la que, casi seguro, las áreas cerebrales base de la lectura están en todos los niños lo suficientemente desarrolladas y maduras para captar en todo su sentido y emoción la tarea de comenzar a leer. Precisamente esa es la edad en la que se empieza a aprender a leer en ese país tan avanzado en la enseñanza que es Finlandia”. Este es uno de los ejemplos que más le gusta usar para explicar la importancia de la neuroeducación, o sea, una educación basada en cómo funciona el cerebro.
Es que además de que forzar a un niño a aprender a leer prematuramente puede provocarle un sufrimiento y frustración innecesarios, que lo logre a los tres o cuatro años no tiene trascendencia alguna a futuro. En otras palabras, no le da una ventaja académica ni lo hace más inteligente.
Según Mora, la maduración cerebral tiene un componente genético, pero también uno cultural, vinculado sobre todo, al hogar: crecer con padres que leen o te leen, “tiene una dimensión emocional que facilita enormemente el aprendizaje de la lectura”.
3. Internet está generando un problema de atención
“Nadie duda de que internet ha supuesto una revolución cultural, creando una ‘era digital’ en la que la lectura no solo se hace más deprisa sino también de modo diferente”, escribe Mora en “Neuroeducación y lectura”. Sin embargo, diversos estudios sobre los efectos de internet en el cerebro de niños y adolescentes también empiezan a mostrar aspectos negativos, que van desde la disminución de la empatía hasta el decaimiento de la capacidad de tomar decisiones.
Sobre la lectura en concreto, Mora dice que es necesario inhibir de forma temporal el “99% de todo aquello que normalmente pensamos o entra a nuestro cerebro y solo prestar atención al 1% de ello”. Además, precisa de un cierto tiempo. En cambio, navegar en internet “necesita de un foco de atención muy corto y siempre cambiante”.
Eso, dice el español, está inhabilitando uno de los muchos tipos de atención que existen: la ejecutiva. “Es la que tienes cuando diseñas un plan de trabajo, la que requieres para el estudio”, explica, que es sostenida y reposada.
Incluso hay quienes hablan de una nueva forma de atención, a la que llaman digital. Mora reconoce que hoy en día no tiene sentido retener la fecha de nacimiento de una figura histórica, dato que Google responde de forma rápida y correcta. Pero eso no quiere decir que la memoria haya dejado de importar en el aula.
4. Leer te cambia el cerebro
Si bien el cerebro no está genéticamente diseñado para leer, este órgano posee una propiedad clave para lograrlo: la plasticidad. Quizás el máximo ejemplo sea que aprender a leer modifica la función de un área del cerebro principalmente programada para identificar formas y detectar caras, la cual también pasa a procesar y construir palabras.
Las transformaciones no son sólo a nivel fisiológico. “Lo que enseña (el maestro) tiene la capacidad de cambiar los cerebros de los niños en su física y su química, su anatomía y su fisiología, haciendo crecer unas sinapsis o eliminando otras y conformando circuitos neuronales cuya función se expresa en la conducta”, asevera Mora.
“Leer no es un acto pasivo de absorción de lo que hay escrito en un determinado documento o libro, sino un proceso activo, o recreativo (’volver a crear’) si se quiere, de lo que allí se describe”, agrega. Implica “activar un amplio arco cognitivo que involucra la curiosidad, la atención, el aprendizaje y la memoria, la emoción, la consciencia y el conocimiento”. Y cambiar. Como escribió el filósofo italiano Umberto Eco y a quien Mora disfruta de citar: “El que no lee, a los 70 años habrá vivido sólo una vida. Quien lee, habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”.