No hubo goles ni triunfo esta vez. Pero sí lo mejor que le puede pasar a un seleccionado: ganarse un boleto mundialista (¡y con cinco partidos pendientes!)
El partido con Brasil fue de estrategia y nervio, bajo la norma de la asfixia y el contacto permanente. Un clásico, hecho y derecho. Intenso. Animado. Hubo quizás más temor a la equivocación que a la idea de libre generación de jugadas. Era lógico que así fuera. ¡Pero aún así hubo sutilezas! Como la “lambretta” de Vinicius llevándose la pelota con ambos pies por encima del cuerpo de Molina; y el caño de Di María al mismo Vinicius al final del primer tiempo. La poca oferta de metros estuvo afín a la escasa demanda de triangulaciones. Golpes, demasiados; amarillas, lógicas. Y una roja que debió sacarle el árbitro Cunha a Otamendi por un alevoso codazo a Rapinha. Messi, esta vez, no fue Messi. Romero y De Paul se cargaron al equipo, como lo hizo “Dibu” Martínez con un par de atajadas. Está claro que estamos ante un equipo consistente y serio. Al año lo termina con un feliz invicto (de 27 partidos), un título en la Copa América y la clasificación al Mundial. ¡Inmejorable!