El discurso que Jaldo quisiera dar (pero que no dará)

¿Cuál Osvaldo Jaldo se presentará el martes ante la Legislatura? ¿Aquel que llegó a tildar de pésima la gestión de Juan Manzur en varias áreas y que zamarreó ministros en medio de la interna de 2021? ¿O este que agradece las gestiones del Jefe de Gabinete de la Nación, que consulta las decisiones clave por teléfono y que sostiene un equipo de trabajo con el que no se siente a gusto? ¿Cuál será la escenografía que montará el gobernador interino ese día? ¿Apelará a su tradicional gusto por las multitudes, los carteles de posicionamiento y el color peronista? ¿O priorizará la institucionalidad y la sobriedad por sobre la política? ¿Qué discurso escucharán en el recinto los legisladores, funcionarios e intendentes presentes? ¿El que él quisiera leer? ¿O el que este difícil equilibrio le permite?

En un hecho inédito para la historia democrática reciente de Tucumán, el vicegobernador -en ejercicio del Poder Ejecutivo- acudirá el 1 de marzo a la Legislatura para abrir el período de sesiones ordinarias. Podría tratarse de un acto protocolar más, pero la cambiante situación política de la provincia le brinda en esta oportunidad un interés particular. Ocurre que, según marca la Constitución, este evento sirve para que el gobernador deje inaugurado el año parlamentario pero, fundamentalmente, para que dé cuenta del estado de la Provincia. Entonces, ¿puede defender Jaldo una gestión que hasta hace menos de seis meses interpeló?

El rol que asuma el gobernador interino este martes puede, además, ser determinante para su futuro político y para la marcha de su gestión en la Casa de Gobierno. ¿Le conviene marcar diferencias con Manzur? ¿Está en condiciones de hacerlo? ¿Qué puede ocurrir en sus aspiraciones electorales para 2023 si decide tomar distancia explícita de su dos veces compañero de fórmula? Por lo pronto, entre tantos interrogantes que hoy comparten manzuristas y jaldistas, hay una certeza: Jaldo no puede hablar de la “pesada herencia recibida” en su discurso.

Primero, porque le resultó dificultoso y a veces hasta poco convincente irrumpir con esa postura opositora en la campaña para las Primarias de septiembre del año pasado. Segundo, porque a partir de octubre, cuando acordó una tregua con Manzur y con el propio presidente Alberto Fernández para quedar al frente del Ejecutivo, lo hizo como una apuesta a largo plazo. Dinamitar esa pax armada a más de un año y medio de la meta, más allá del resultado final que le depare el destino, sería poco inteligente. Además, no incurriría solo en un desplante al gobernador en licencia, sino en un desaire al mismísimo Presidente. Y el costo a pagar, en ese caso, es aún mayor.

Hay ya algunas señales que permiten vislumbrar qué postura adoptará Jaldo este martes. Con el argumento de evitar aglomeraciones por la situación de pandemia, y luego de limitar el aforo en eventos públicos, privados y deportivos, el tranqueño anticipó que ese día no habrá ninguna movilización partidaria. Esto implica que hará algo que va en contra de su genética política. Jaldo, en los últimos 20 años, fue uno de los principales responsables en la organización de actos multitudinarios en cuanto evento oficialista había. Y cada 1 de marzo no fue la excepción: globos, pancartas, gorros y banderas con consignas políticas ornamentaron las visitas gubernamentales a la Cámara. Esta vez, en cambio, esa típica escena peronista no se repetirá. Al punto que el ex ministro del Interior ya advirtió a su entorno que no debe haber siquiera un pasacalle con la inscripción “Jaldo 2023” cerca de la Legislatura. Celoso de que se cumplan sus decisiones, quienes lo rodean ya entendieron que deben olvidarse de sus deseos de aprovechar la ocasión para posicionarlo y marcar diferencias con el manzurismo. Porque la batalla entre los dirigentes, aunque no se vea, se mantiene siempre al borde de la ebullición.

Si entonces no habrá un montaje propicio para la ruptura oficialista, ¿habrá reproches en el discurso que leerá? No pareciera ser una posibilidad porque, en definitiva, contrastaría con el mensaje de prudencia y de respeto institucional que pretende instalar al desalentar las movilizaciones y expresiones de apoyo. No obstante, de uno y de otro lado estarán pendientes de lo que diga el inquilino de la Casa de Gobierno desde el estrado. Cada expresión, cada sustantivo y cada adjetivo serán leídos e interpretados en esa tónica electoral.

Porque aunque Jaldo no pueda hablar de la pesada herencia abiertamente, sí podría dejar entrever, con sutilezas, las diferencias entre la gestión de Manzur y la suya. Si hay algo que los jaldistas aseguran es que, antes de su llegada al Gobierno, había una marcada apatía y hasta desidia entre los funcionarios y los responsables de llevar adelante la administración del Estado. Y lo repiten con nombres y apellidos de ministros y secretarios que, a su juicio, mostraban una ineficacia y un desinterés exasperante. En ese caso y sin esbozar ningún cuestionamiento, en el jaldismo creen que estará en condiciones de enumerar los proyectos que se pusieron en marcha o, agilizaron, en este período. Es lo que, según cuentan en el primer piso del Palacio Gubernamental, hará por ejemplo con la política actual en materia carcelaria y de obras públicas que implementó desde su llegada al sillón de Lucas Córdoba. De hecho, en el borrador está previsto que precise las iniciativas en ambas cuestiones y en materia de infraestructura básica, como cloacas, electricidad y agua potable.

En su alocución, Jaldo se ve obligado a sostener el equilibrio con el que lleva adelante su gobierno, pero a la vez exponer las diferencias. Para eso tendrá que encontrar la forma de contrastar esa hiperactividad de la que se jacta con la parsimonia que tanto cuestiona. Si ese contrapeso no resulta como pretende, corre el riesgo de que se altere la relación de armonía -forzada- con la que gobierna. Por eso, cuidadosamente, también debe encontrar las ocasiones para destacar la gestión nacional de Manzur y ponderar la del presidente Fernández.

Más aún en este momento de encrucijada para el jefe de Estado, en la que la principal traba al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) se encuentra en el kirchnerismo. El silencio de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner se escucha más que el portazo que pegó su hijo, el diputado Máximo Kirchner, a la presidencia del bloque del Frente de Todos. A propósito, ¿nombrará Jaldo en su discurso a la presidenta del Senado? ¿Sería oportuno que lo hiciera? Durante la interna justicialista local del año pasado se mostró más cerca del Instituto Patria que de la Casa Rosada por una cuestión lógica: en la sede central del Gobierno apoyaban a Manzur. Sin embargo, ese detalle no condicionaría tanto a Jaldo como exagerar las menciones a Cristina en el peor momento de la relación en el binomio presidencial. Hasta esa interna, aunque lejana, puede marcar el pulso de los próximos meses de su mandato.

Claramente, al frente de la Gobernación tiene ataduras que como vicegobernador no padecía. Con el peligro latente de caerse, Jaldo camina zigzagueante sobre una tapia en la que de un lado lo tironean los jaldistas que presionan para tomar el Ejecutivo por asalto y del otro están los manzuristas que le desconfían y que, en muchas ocasiones, no le responden. Por lo visto en estos casi cinco meses desde la tregua con Manzur, el vicegobernador está dispuesto a privilegiar la prudencia y la armonía. Es consciente de que, con el peronismo partido, difícilmente pueda competir con chances reales de llegar a la Gobernación el próximo año. Por eso, al menos por esta vez ante la Legislatura, deberá guardar el discurso que le gustaría dar y pronunciar otro.

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