Cae el bastión del periodismo crítico hacia el Kremlin

El editor de Novaya Gazeta, ganador del Nobel de la Paz, anunció el cese de las publicaciones hasta el final de “la operación en Ucrania”.

CERRADO. Tras sortear presiones, la Novaya Gazeta dejó de salir para no sumarse al aparato publicitario ruso CERRADO. Tras sortear presiones, la Novaya Gazeta dejó de salir para no sumarse al aparato publicitario ruso

Ni los premios Nobel, ni el prestigio logrado tras casi 30 años de periodismo profesional en un país dominado por la narrativa estatal, ni el ingenio pudieron salvar a la Novaya Gazeta de las armas de destrucción masiva de las libertades de expresión y de prensa activadas por el autócrata Vladimir Putin tras su decisión de invadir Ucrania. El final de un itinerario periodístico extraordinario para los cánones rusos llegó ayer, cuando la Novaya Gazeta anunció a su audiencia que suspendía las publicaciones hasta “el final de la operación especial en el territorio ucraniano”.

El diario justificó la decisión con el argumento de que había recibido una segunda advertencia de parte de Roskomnadzor (Servicio Federal de Supervisión de las Telecomunicaciones, Tecnologías de la Información y Medios de Comunicación) y de que se exponía a perder la licencia. Desde el 4 de marzo rige en Rusia una ley que penaliza hasta con 15 años de cárcel la difusión de “noticias falsas” y la “desinformación”, y declara ilegal la diseminación de críticas al accionar del Ejército.

Con la Gazeta Novaya se apaga el último bastión de periodismo crítico e investigativo que quedaba en Rusia. Y la única plataforma que seguía reportando sobre la guerra aún cuando el Kremlin había prohibido usar ese vocablo, y muchos corresponsales y periodistas locales habían optado por marcharse al extranjero. Para sortear aquel escollo sin caer en el eufemismo oficial de la “operación especial”, la redacción del medio editado por Dmitri Muratov había optado por colocar unos paréntesis donde debía ir el término “guerra” y, dentro de ellos, la leyenda: “la palabra está prohibida en la Federación Rusa - Editorial”.

Si bien sobrevivió un mes más que otras organizaciones periodísticas reconocidas por su autonomía, como la radio Eco de Moscú y la estación TV Rain, la Novaya Gazeta prefirió salir de circulación antes que sumarse al aparato de publicidad proPutin o sufrir represalias por defender su independencia. “No teníamos otra opción. Para nosotros y lo sé que también para ustedes es una decisión horrible y difícil”, escribió Muratov en una nota dirigida a los lectores. Seis meses atrás, este editor había adquirido trascendencia mundial como receptor del premio Nobel de la Paz junto a la periodista filipina María Ressa.

El Nobel finalmente no blindó a la Novaya Gazeta ante el Kremlin. En términos precisos, no lo lograron dos galardones de esta naturaleza: ocurre que el diario nació en 1993, luego de que el ex presidente Mijaíl Gorbachov donara para su fundación el fondo que había recibido con su propio Nobel de la Paz. La defunción de esta experiencia de periodismo retrotrae a Rusia al escenario de máxima censura que hubo hasta el desenlace de la Guerra Fría. Roskomnadzor bloqueó el acceso a los portales digitales de un número relevante de medios, entre ellos la BBC, Voice of America y Radio Free Europe/Radio Liberty. Según la agencia Reuters, la administración de Putin declaró “agente de inteligencia extranjero” al medio alemán Deutsche Welle. A esto se suma la imposibilidad de usar la mayoría de las redes sociales.

La Novaya Gazeta exploró distintas estrategias para seguir cubriendo con rigor la invasión. Cuando las tropas rusas abrieron fuego sobre Ucrania y los ucranianos, consultó a sus lectores si preferían que siguieran trabajando bajo las restricciones oficiales o que suspendieran el servicio periodístico en una encuesta donde el 93,9% se inclinó por la primera posibilidad. Pero a los pocos días, la reforma legislativa dirigida a bloquear la verdad acerca de la guerra modificó el panorama sustancialmente y el diario detuvo la transmisión. “El 4 de marzo de 2022, el Parlamento ruso finalmente introdujo la censura militar sin declararla”, anunció Nikita Kondratiev, jefe de Información.

Kondratiev advirtió que, lamentablemente, la entrada en vigor de las nuevas reglas iba a obligarlos a dejar de publicar informes desde los frentes: “ya no podremos decir lo que sabemos sobre los combates en Ucrania y dar la palabra a ambos bandos. Tendremos que olvidarnos temporalmente de los bombardeos en las ciudades de nuestro país hermano. Una vez más, tendremos que olvidarnos del destino de nuestros soldados, nuestros compañeros, que se encuentran en puntos críticos a menudo en contra de su voluntad. ¿Qué queda por informar? ¿Qué hechos comprobar? ¿Sobre el cierre de otro centro comercial? ¿Sobre la salida de las empresas de nuestras cómodas vidas? Esto es ridículo”.

El 16 de marzo, Kondratiev anunció que estaban aprendiendo a convivir con las últimas imposiciones y que iban a reanudar la cobertura suspendida 12 días antes: en ese momento apareció la fórmula de los paréntesis. “Tendremos que abandonar el formato online, ya que es demasiado fácil cometer errores, y eso nos expone a convertirnos en demandados en procesos penales y administrativos (...) Quizás algunos de nuestros lectores encuentren este enfoque formalista o demasiado tímido. Y nosotros mismos no siempre entendemos cómo hacer lo correcto. Lo único que sabemos con certeza es que el deber de los editores es informar a los lectores”, escribió. En el ínterin, el medio consiguió que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo emitiera una medida cautelar, y ordenara al Kremlin abstenerse de cualquier acción y decisión que obstruyera y acabara con sus actividades. Pero luego Putin neutralizó la sentencia con la decisión de retirarse de ese organismo internacional al que su país había ingresado con el objeto de democratizarse, salida que al final se transformó en una expulsión del Consejo de Europa.

Los esfuerzos por evadir la mordaza llegaron hasta el 27 de marzo, cuando la Novaya Gazeta se abstuvo de difundir una entrevista con el presidente ucraniano Volodimir Zelenski para no contradecir al Kremlin. Al día siguiente, el diario se llamó al silencio, en principio temporalmente, pero Muratov no pudo precisar planes hacia adelante, según The New York Times. Llegó así el punto final para la Redacción de la Novaya Gazeta, que acumula seis periodistas asesinados desde 2001, incluida la investigadora Anna Politkovskaya. Muratov había dicho en su momento que aquel homicidio lo había llevado a considerar el cierre de la Novaya Gazeta, pero que sus colegas lo convencieron de no desfallecer. Continuó la línea de “seguir hablando de lo que otros temen y piensan”, como dice el lema institucional, pero en el aire quedó una definición del editor galardonado: “este periódico es peligroso para la vida de la gente”.

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