Rodeados. La semana cerró con idéntica sensación para Juan Manzur y para Roberto Sánchez. El jefe de Gabinete porque su futuro quedó expuesto y a merced de la Justicia, por un lado; y del presidente Alberto Fernández, por el otro. Y el diputado radical porque sin haber tomado una decisión hoy se encuentra arrinconado por sus rivales internos y presionado por sus aliados radicales.

Lo del gobernador en uso de licencia es novelesco. A lo largo de los 13 meses que lleva instalado en la Casa Rosada pasó por todas las etapas de una relación sentimental. Al principio hubo idilio y admiración, al poco tiempo celos y desconfianza y finalmente, rutina. Y en este tiempo el tucumano se dedicó a combatir la indiferencia con su herramienta habitual: el silencio y el armado palaciego.

Afianzó su relación con el kirchnerista Eduardo “Wado” de Pedro en el Gabinete y eso le permitió reconstruir puentes con el Instituto Patria. En paralelo, la confianza ganada con el líder de La Cámpora le sirvió como escudo protector para sortear los intentos –varios- de derrocamiento que sufrió en los últimos meses. Así, con el salvataje de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y su lobby sindical, Manzur pudo superar la apatía y los celos albertistas, los errores propios y el ostracismo tras la llegada de Sergio Massa al Gobierno.

Con ese oleaje llega al cierre del año y con la posibilidad, incluso, de anunciar públicamente que volverá a Tucumán a principios de 2023. Tan holgado y apurado a la vez que pudo presentar un recurso de amparo para que la Corte Suprema de Justicia de Tucumán le diga si puede o no ser candidato a vicegobernador en los comicios del 14 de mayo. Y aquí de nuevo: como su convivencia dentro de la Casa Rosada es propia de un culebrón, Manzur no imaginaba la respuesta que iba a encontrar en el Presidente.

Con la presentación en público de su jugada, Manzur prácticamente no le dejó margen de respuesta al jefe de Estado. Sin embargo, Alberto Fernández acusó el desplante y reaccionó casi como con despecho. De otra manera, ¿cómo puede interpretarse que le haya dicho –también públicamente- que tome licencia pero que no renuncie? Aquí hay algunas cuestiones por analizar. Un sector del oficialismo tucumano interpreta que ese pedido es un reconocimiento al rol que tiene Manzur en el esquema del Presidente y que, además, un eventual regreso a Buenos Aires luego de los comicios del 14 de mayo serviría para garantizar que se mantuviera el flujo de recursos para obras públicas en Tucumán. También, que un regreso breve sería menos traumático para el médico, puesto que su mayor anhelo es mantenerse activo en la rosca nacional. Ese escenario es, claramente, el ideal que anhela todo el jaldismo: que Manzur permanezca lo menos posible en este territorio.

Pero también hay otra lectura posible sobre la inesperada jugada del Presidente: comprometer a Manzur. ¿Cómo hace ahora el gobernador en licencia para decirle que “no” al jefe de Estado? Con una licencia y un regreso estipulado, volaría a Buenos Aires con las manos atadas para militar exclusivamente dentro del albertismo. Es decir, el margen de maniobra del tucumano en las negociaciones para las PASO sería mínimo y del lado que mayores chances de perder tiene. En cambio, una renuncia lo liberaría para retornar a la Capital Federal con una elección ganada sobre sus espaldas –es lo que proyecta- y sin ataduras para tejer nuevas alianzas electorales dentro del peronismo. De la mano de la CGT, con ascendencia entre los gobernadores y con diálogo activo con el kirchnerismo, esta opción suena claramente más tentadora para él. “Creo que tarde se dan cuenta de que Manzur podría haber sido un excelente Jefe de Gabinete. Se lo desaprovechó un año”, resumió el diputado Carlos Cisneros cuando le preguntaron por el futuro de Manzur.

A Manzur, aceptar una licencia le permitiría no pagar un costo político inmediato, pero lo obligaría a condicionar su suerte electoral en el mediano plazo. Suerte que, dicho sea de paso, no depende sólo de él y del Presidente, sino de lo que resuelva la Justicia provincial y seguramente nacional respecto de las chances de candidatear a la vicegobernación.

Silla vacía

El que también quedó expuesto por los últimos acontecimientos fue el diputado Roberto Sánchez. A los tironeos de sus correligionarios y a las presiones del alfarismo, ayer se sumó la arremetida formal del PRO y de CREO.

Es difícil pensar que no haya sido posible modificar la fecha de una reunión. De hecho, hasta resulta más fácil imaginar que lo que se pretendía, en realidad, no era una reunión de la que participaran todos sino de la que no participara uno. Y que ese uno quedara en evidencia. Eso es lo que justamente ocurrió ayer.

El repaso de los hechos es elocuente. En los últimos días, el dueño local del sello macrista, Ramiro Beti, gestionó un encuentro entre los presidentes de los partidos que conforman Juntos por el Cambio en la provincia. Germán Alfaro (Partido por la Justicia Social) y Sebastián Murga (CREO) confirmaron asistencia. Sánchez, como presidente de la UCR, dijo que no podía porque debía viajar a Buenos Aires para un acto del radicalismo. Hasta aquí lo oficial, aunque hay varias cuestiones que subyacen. Por un lado, la innegable influencia que ejerce Alfaro en la conducción local del PRO. Por el otro, el antecedente del desayuno que el intendente compartió en Buenos Aires con el diputado, hace un par de semanas. Allí, apuró a Sánchez con la idea de definir candidaturas mediante internas cerradas.

Aquella movida de Alfaro amedrentó al concepcionense y a sus aliados, que amagaron con pedir internas abiertas (algo que no prevé la ley en Tucumán). Esta semana, para sumar mayor tensión, Sánchez y su delfín en la intendencia de la “Perla del Sur”, Alejandro Molinuevo, rompieron el pacto con el macrismo y con el PJS de Alfaro y los dejaron afuera de la mesa de conducción del Concejo local, tras un acuerdo con el manzurismo de ese municipio. En el alfarismo están convencidos de que fue un acto de “calentura” del sanchecismo y que salió a la superficie la buena relación de Sánchez con el oficialismo provincial. En las filas del ex corredor, en tanto, le bajan el tono y juran que sólo fue una pulseada por la vieja rivalidad que mantienen con el legislador Raúl Albarracín.

Más allá de ese episodio, en el entorno de Sánchez sostienen que le habían pedido a Beti que postergara la reunión para el lunes, pero que igual la hicieron. Lo cierto es que si el presidente no podía asistir, podría haberlo hecho alguna otra autoridad de la UCR. ¿Por qué no fueron? Sencillamente porque saben que en ese encuentro deberán responder sobre el pedido de internas cerradas para dirimir las postulaciones, y Sánchez –junto a Mariano Campero y a Silvia Elías de Pérez, principalmente- no están de acuerdo. El asunto es que el faltazo ya generó un temblor interno, porque el canismo considera que la UCR debería haber estado sentada y que la convocatoria estaba hecha de antemano. “Me preocupa que la mesa de Juntos por el Cambio no esté consolidada en Tucumán”, dijo ayer José Cano. Otro legislador de ese sector, José Ascárate, afirmó que la UCR debería haber concurrido a la reunión y que el partido está obligado a acatar las recomendaciones de la mesa nacional de la alianza opositora.

Sin Sánchez, igualmente los líderes locales de JxC avanzaron con la idea de las internas cerradas y le pusieron plazo a la definición: el 15 de noviembre. Es decir, al diputado le quedan dos semanas para resolver cómo salir de esta encerrona. La de radicales que le piden secundar a Alfaro en la fórmula; y la de su grupo de correligionarios que lo atormenta para romper y salir por fuera de la coalición. Cualquier decisión, para el concepcionense, implicará pagar un costo de imprevisibles consecuencias.

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