Tras los muros, sordos ruidos: una anécdota sobre la cancelación

18 Diciembre 2022

Días atrás cuando, en una reunión social, se desató un debate alrededor de la cancelación. El disparador fue a partir de la cita de un tercero, ajeno de la tertulia, un/a docente jubilado/a, si la memoria no me traiciona –qué en peligro nos pone la memoria cuando le erra el vizcachazo– que argüía que aquellos versos de Neruda “me gustas cuando callas porque estás como ausente” podrían tomarse como –y el condicional no es, como el lenguaje todo, inocente– una invitación al silencio femenino, el deseo de acallar no ya una voz individual, la de la mujer amada, referenciada en el poema, sino una voz colectiva, de género.

Alguien opinó que la poesía es metáfora, es vuelo, es vida más allá de la vida y resignificación, que excede cuestiones terrenales y brega por las figuras antes que por las sentencias. Que una obra publicada en 1924 por un poeta comunista –que, cuenta la leyenda, debe su muerte, en parte, a la tristeza arrastrada por el golpe de Estado a Salvador Allende en 1973, y la pregunta, antes de cerrar el guión, es: ¿qué comunista no estaría a favor de la lucha de género?– no podría ser evaluada desde el presente, que somos hijos de nuestra época, que cien años es mucho tiempo a la hora de pensar esta lucha que por fin tiene voz y banderas y reivindicaciones.

El guión de diálogo siguió por el lado del cancionero.

Alguien citó a Nenette Pepin Fitzpatrick –no de tal manera, por supuesto: lo textual fue “la esposa de Atahualpa Yupanqui”–, que firmaba como Pablo del Cerro, porque por aquellos años una mujer no tenía acceso a poner su nombre como autora de letras de canciones, así como no tenía acceso a muchos otros derechos.

Recordé, entonces, la visita a la propiedad de Chavero, allá en ese pueblo de ensueño que es Cerro Colorado, al norte de Córdoba, casi en el límite con Santiago del Estero, la guía contándonos sobre esta historia, nosotros conmoviéndonos no sólo frente a la casa misma de Don Ata, la geografía mágica en que está emplazada –arroyo, silencio, cerro, cielo– sino en la descripción detallada del sojuzgamiento intelectual que había sufrido aquella mujer.

Mientras tanto, en el tándem de la discusión se iban abriendo dos posturas, como si del juego de la soga se tratase –recuerden la aterradora escena de la serie El juego del calamar: no será tan trágico, pero como metáfora sirve.

El siguiente ejemplo fue García Lorca. Imposible hoy escribir, según una de las vertientes de opinión, un verso que dijera “Y que yo me la llevé al río / creyendo que era mozuela, / pero tenía marido”. ¿Por qué “me la llevé” y por qué no “vino conmigo”? ¿Qué tanto paga –como si de una apuesta de Bet365 se tratase– su condición de mozuela? Otra intervención necesaria de la historia que es inevitable citar: García Lorca fue fusilado por el franquismo no sólo por su condición de poeta, también por su homosexualidad. La Historia con mayúsculas aun pide por esa reivindicación.

Ante cada ejemplo, la hendija era cada vez más ancha, las voces subían de volumen, el tono dejaba de ser amigable, se establecían bandos, cruzaban rayos totalizadores por encima de copas de sidra y tortas de coco, se dislocaban las agujas de la brújula, nadie sabía si estaba dentro o fuera del caballo de Troya, si pertenecía o no a los aqueos.

Alguien, ya no recuerdo quien, sostuvo que el verbo ideal para este tipo de discusiones no era cancelar, sino debatir. La pregunta siguiente hubiese sido: ¿no busca una reyerta verbal otra cosa que la cancelación del argumento del otro? Tampoco recuerdo si alguien llegó a formularla.

Si hay algo que la humanidad parece haber perdido en estos tiempos –y disculpen ustedes si esto sí suena a sentencia– es la capacidad de retirar a tiempo las tropas del terreno de la discusión. Échenle la culpa a esa otra falacia tan contemporánea –contemporánea de ahora, suele decir mi hijo, y la broma tampoco es inocente– llamada grieta, a la incapacidad de analizar crítica, objetivamente lo que nos sucede como individuos, a las redes sociales, a la exacerbación de las subjetividades, a los que los cambios bruscos y necesarios de la historia nos propone, a lo que sea que fuere.

Parece ser una buena opción, para volver a Neruda, oír desde lejos, que la voz no nos toque, porque todas las cosas están llenas de nuestra alma, y porque estamos alegres, alegres de que no sea cierto. Pero, ojo, tampoco callemos.

© LA GACETA

Hernán Carbonel – Periodista y escritor.

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