La “ola roja” de América Latina, en su límite

La inestable situación en varios países pone a los líderes progresistas a pelear para conservar su popularidad y los obliga a hacer concesiones con sectores de centro

24 Diciembre 2022

Dramáticas elecciones en Brasil, Chile y Colombia llevaron al poder a gobiernos de izquierda en gran parte de América Latina en 2022, en la pleamar de una segunda “ola roja” en la región en dos décadas.

Sin embargo, dificultades en un contexto económico complicado sugieren que la cresta de la ola ya está a la vista. La tendencia contraria a los gobiernos conservadores que animó a la izquierda podría pronto inclinar la balanza de las grandes elecciones hacia el otro lado.

Para tener el mismo poder de permanencia que el renacimiento de la izquierda a principios de siglo, los gobiernos deberán reactivar unas economías que han frustrado tanto a los votantes como a los inversores durante una década de crecimiento mediocre.

El presidente chileno Gabriel Boric, de 36 años, asumió el cargo en marzo como el líder más progresista de su país en medio siglo y el más joven de la historia, pero los reveses sufridos, incluido el rechazo de una nueva Constitución, han mermado su popularidad y le han obligado a hacer concesiones al centro, incluido el cambio de algunos de los miembros más jóvenes de su gabinete por figuras más experimentadas de la política tradicional.

Colombia también viró bruscamente a la izquierda con la elección en junio de Gustavo Petro, un ex guerrillero de 62 años que prometió abordar la desigualdad con reformas fiscales y agrarias. Con la primera ha apuntalado los problemas fiscales, pero ha asustado a los inversores con su propuesta de prohibir nuevas prospecciones de petróleo y gas y de cuestionar la política del banco central.

El presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, de 77 años, que se impuso por un estrecho margen al actual mandatario, Jair Bolsonaro, en octubre, es un vestigio de la primera ola roja de la región, cuando el auge de las materias primas le ayudó a terminar la presidencia de 2003 a 2010 con una aprobación récord.

Sin embargo, los escándalos de corrupción y la mala gestión económica de su sucesora empañaron el legado de Lula. La profunda polarización, el envejecimiento de la población activa y una mayor carga de deuda pública harán casi imposible que vuelva a ser tan popular.

Aunque las repercusiones internas aún no han terminado, el sesgo progresista de América Latina -que también incluye a los presidentes electos de México, Argentina y Bolivia- ha reconfigurado la diplomacia regional.

Muchos líderes de izquierda han adoptado una actitud más amistosa hacia los gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Cuba, lo que dificulta la presión de Estados Unidos y sus aliados.

Mientras que el chileno Boric ha rechazado los abusos a los derechos humanos bajo el mandato del venezolano Nicolás Maduro, Petro y Lula se han mostrado ansiosos por restablecer lazos diplomáticos con Caracas.

Las simpatías ideológicas de la región se pusieron de manifiesto en diciembre, cuando el ex presidente izquierdista de Perú, Pedro Castillo, intentó disolver el Congreso antes de que este lo destituyera en una votación.

Los gobiernos de México, Colombia, Argentina, Bolivia y Honduras condenaron la destitución de Castillo, que algunos calificaron de “golpe”. El Departamento de Estado de Estados Unidos dio la “bienvenida” al nombramiento de su sucesora, la presidenta Dina Boluarte.

Lula reconoció que la destitución de Castillo era “constitucional”, pero no condenó su intento de cerrar la legislatura.

La nueva ola roja de la región tiene un claro tinte verde, ya que los movimientos progresistas han abrazado la lucha contra el cambio climático. Mientras que los izquierdistas de la vieja guardia, como el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, siguen apostando por los combustibles fósiles, muchos de sus pares están adoptando las energías renovables y la conservación.

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