Anuario 2022: Una parte de nosotros se quedó en Doha

COMO EN CASA. Los argentinos coparon las calles de Qatar y de a poco se fueron metiendo en el corazón de los habitantes del país anfitrión. COMO EN CASA. Los argentinos coparon las calles de Qatar y de a poco se fueron metiendo en el corazón de los habitantes del país anfitrión.

Garabateo frente a la pantalla y escribo líneas sin sentido que al toque borro. No sé cómo empezar ni por dónde arrancar. Creo que lo único sensato que tengo para decir ya mismo es que una parte de nosotros se quedó en Qatar. Y lo digo bien, no como si estuviera hablando de una guerra o mencionando alguna historia vestida en drama relatada por un juglar a pedido de limosna entre los pasillos del Souq Waqif, donde antes del petróleo y el gas se resolvía la vida de los qataríes, y donde durante la Copa del Mundo los argentinos supimos colonizar las almas de los seguidores sin bandera.

Les digo que una parte nuestra habitará para siempre allá porque al fin pudimos cazar “la tercera”. Cuántas veces la habremos pedido y jamás encontrado hasta este Mundial: muchísimas. Pero allá, en ese minúsculo país ultra desarrollado que nos hizo abrir la boca tantas veces de envidia, la encontramos.

¿Y saben por qué? Porque tuvimos la suerte de ver a la mejor versión de Lionel Messi en su propia historia en los Mundiales. ¿Y saben por qué más? Porque a partir de una derrota histórica con Arabia Saudita, que nos hizo perder la memoria de lo que era la Selección, vimos cómo el equipo forjó partidos llamados finales con alma y vida.

Fábrica de sueños

Entonces vuelvo a insistirles con eso de que una parte nuestra vivirá por siempre en Doha, nuestra fábrica de sueños, de frases célebres como el “andá pa’llá bobo”, y de esperanza después de perder con los saudíes. Con Leo, el dueño de todo, pidiendo “que la gente siga confiando en nosotros”. Y nosotros confiamos.

Amor y crisis

Mencionar que los partidos de la Selección fueron el reflejo de cómo vivimos en nuestro país sería mostrarles la figurita repetida de todos los días. Argentina fue amor, sí, pero también fue crisis y redención antes de emerger de la cenizas como un ave fénix.

En la cancha y en la vida misma, los argentinos siempre tuvimos algo nuevo para mostrarles a los internacionales que estuvieron en Qatar.

Digo internacionales porque en mi caso, que estuve poco más de un mes allá, apenas si conocí a dos qataríes, una fanática de Leo y de la Selección que rompió el molde del Islam y se sumó a los banderazos; y otro supuestamente hombre de crianza de caballos árabes que conocí en el centro de prensa de Lusail, pero que jamás pude avanzar para cerrar una nota que nos interesaba a los dos.

Si algo hicimos los argentinos en Qatar fue repartir experiencias, enseñar sobre cómo se puede sobrevivir con monedas a diario y sobre cómo podemos empeñar nuestras economías por cuatro años hasta el siguiente Mundial, todo lo contrario al ABC de quienes viven por allá: nadie gasta lo que no tiene ni se endeuda persiguiendo un objetivo que no depende de sus manos.

Esa “locura por el fútbol” nos hizo querer más que a nadie en este Mundial inolvidable para la Argentina. Porque Argentina no fuimos solo los argentinos, ya ustedes saben de eso.

BANDERAZO. La hinchada albiceleste en las calles qataríes. BANDERAZO. La hinchada albiceleste en las calles qataríes.

Dar ejemplos

Me detengo sin saber que estoy cerca del final y me planto en las costumbres, en cómo supimos adaptarnos a las normas y en creer que esas normas nos pueden hacer mejores personas acá. En dar ejemplos.

No hablo de religión, tampoco de las denuncias por derechos humanos que recaen sobre el país. Puede sonar egoísta, pero me voy a detener en la experiencia propia o en las que vi rodar por avenidas y rutas sin baches; por callejuelas oscuras donde la luz fuimos nosotros y jamás sentimos el miedo propio de la inseguridad.

Me voy a quedar con que vamos a extrañar para siempre este Mundial, el Mundial que pudimos sostener en la palma de nuestras manos, por la cercanía de un estadio a otro en un flash. Me voy a quedar con las imágenes de Diego en el primer banderazo sobre la costanera de Corniche. Me voy a quedar con esa gigantografía del 10 que a la distancia confundió nuestros ojos.

Me voy a quedar con la gente, con el orgullo de ser argentino y de que gracias a ese orgulloso jamás llegó a esas costas el cuestionamiento de si nos clasificábamos o no a los octavos de final. Me quedo con el sacrificio de tantos argentinos que viajaron para alentar a la Selección. Me quedo con los miles de argentinos expatriados que volvieron a sentirse en Argentina pero en Qatar, gracias a la Selección y a Leo.

Me quedo con el remate final de Gonzalo Montiel, con la desesperación del Messi chiquillo que pedía ya la Copa. Me quedo con esa caminata lunar del 10 hasta encontrarse con el resto del plantel. Me quedo con que fuimos los mejores del Mundo en la cancha. Y con que ojalá eso nos sirva para tratar de ser los mejores afuera.

Y me quedo con que gracias a esta alegría, al menos creeremos un tiempito que los problemas no son tan problemas y que mientras haya esperanza siempre podemos encontrar la solución. Porque eso nos enseñaron Leo y la Selección: se puede confiar.

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