Alberto Fernández y un auto destartalado con rumbo a ninguna parte

Por Hugo E. Grimaldi para LA GACETA.

El presidente Alberto Fernández / archivo El presidente Alberto Fernández / archivo
25 Enero 2023

Si hay algo que el gobierno nacional hace de maravillas es conducir un automóvil que está subido a un camino que no lleva a ningún destino. Lo más saliente (e insólito) es que en el medio de tan grotesca travesía, que ya lleva más de tres años, el chofer principal y sus acompañantes se entretienen en relatar historias de lamentos, excusas y culpabilidades  que no se condicen con las necesidades de la mayor parte de los ciudadanos que van en la parte de atrás del vehículo como obligados pasajeros.

Mientras tanto, el auto avanza a los tumbos y el tablero se llena de luces rojas que reflejan los deterioros de la economía (inflación, reservas críticas, brecha cambiaria explosiva, tasas que se tornan prohibitivas, falta de insumos para producir, etc.) y las circunstancias productivas y sociales que se resienten (pobreza crítica, empleo formal en descenso, inestabilidad, miedo al futuro, etc.).

Distraído por sus propias internas o por los líos judiciales de la vicepresidenta antes que por las penurias de  la gente, parece mentira, pero en el inicio de su cuarto año de gestión todavía el presidente Alberto Fernández no le ha encontrado el punto a la gobernabilidad. Todo lo que se hace termina acentuando el deterioro. En el cockpit se habla de entelequias que sólo le importan a los más fervorosos acólitos: el juicio político a la Corte Suprema; la Justicia, los medios y la oposición como enemigos complotados para moverle el piso al kirchnerismo y la última de ellas, la pelea que habrá que darle a “la derecha recalcitrante y fascista”.

Más allá de que el conglomerado peronista siempre tuvo un poco de cada cosa y que ese encasillamiento ideológico bien podría caberle también al kirchnerismo y a las izquierdas en general, el problema del Presidente es que se ha pasado el mandato como chofer del auto sólo buscando frases efectistas que halaguen a sus socios sin apuntar al centro de los problemas de los viajantes, mientras aquellos le torcían el volante, le clavaban el freno por encima del pie o le hacían cosquillas para distraerlo. En tanto, la gente de atrás sufría en su estómago tantos barquinazos.

En estas confusiones está Fernández y tampoco se le observa generosidad en ver el problema, ya que ha entrado en el período autista de los gobernantes, un síndrome que ataca a todos por igual. En primer término, a los exitosos quienes, en su creencia de que son “Gardel y los guitarristas” no quieren cambiar y se empacan en repetir recetas sin tener en cuenta nuevos contextos, pero éste no es el caso. El bichito de la incomunicación también le pica a los menos aptos, quienes finalmente se creen incomprendidos y se taponan los oídos sin escuchar.  

Es evidente que la prueba ácida de liquidez de corto plazo le da al gobierno nacional francamente negativa y que desde hace bastante tiempo su desgaste es insoslayable. De todo esto se habla en la parte trasera del auto. Pero no tanto le sucede al chofer porque sus propias políticas (y dichos) lo dejan a la intemperie de modo recurrente, sino más porque  la carencia de ellas o quizás las varias maneras de interpretar la realidad desde dentro mismo del Frente de Todos lo ponen en modo parálisis o aceleran la situación al modo catástrofe.

No hay términos medios y los disparates están a la orden del día, mientras las encuestas entre el pasaje reflejan que cada día hay menos argentinos que quieren seguir con este método que subestima a las mayorías, ya que termina siendo un elogio del fracaso. En esta semana, por ejemplo, hubo tumbos y bandazos para todos los gustos:

A) Pareció gracioso si no fuese algo tétrico, ya que la Argentina se denunció a sí misma en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU por supuestos “desvíos” de la Justicia, pero recibió con honores a dictadores americanos que son violadores seriales de los mismos, aunque el instinto de supervivencia hizo que Nicolás Maduro se quedara en casa. El viernes próximo habrá interpretaciones más valederas desde Ginebra.

B) La Cumbre de la CELAC hecha en Buenos Aires fue mostrada como un proyecto de unión continental (sin los Estados Unidos y Canadá) y allí el presidente de Uruguay quedó como el malo de la película al denunciar la “ideologización” sesgada del encuentro. En tanto, a pura sonrisa, el presidente Lula fue quien se encargó de desmembrarla, ya que corrió a Fernández de la titularidad para dársela al “pequeño Castro” Ralph Gonsalves, primer ministro del estado caribeño San Vicente y las Granadinas, alineado con Cuba. La idea del brasileño es reflotar la Unasur, fundamentalmente sin México adentro y sin molestar a la Casa Blanca. Lula ha vuelto a la regla de seguir las políticas de Itamaraty (Cancillería brasileña), cosa que Jair Bolsonaro ninguneaba bastante.

C) De modo rimbombante se habló de “moneda común” con Brasil como un logro de algo que, cuando pueda implementarse (ya van varios años de fracasos), será apenas un artilugio contable para valuar las mercaderías y siempre en relación a alguna moneda convertible, el dólar seguramente. Como avance se puede consignar que Brasil va a “ayudar” a que la Argentina les compre siempre a ellos con créditos del Banco do Brasil que deberá pagar el Banco de la Nación a los 180 días. El importador local no necesitará conseguir las divisas de inmediato, pero antes de empezar con la operatoria los brasileños quieren garantías sobre el pago y el tipo de cambio futuro. Más allá de consideraciones sobre la soberanía, el gas de Vaca Muerta luce como lo más apropiado. Para que haya “moneda única” faltan muchos años todavía, sobre todo porque se requiere de convergencias macroeconómicas que hoy no existen, ni en inflación ni en el monto de las Reservas que tienen líquidas los dos países.  

D) Por último, el gran blooper fue del Presidente cuando le echó la culpa de la “inflación autoconstruida en gran parte” a quienes van detrás del auto. Más allá de la ofensa al pasaje, Fernández parece haber capitulado en la “guerra” que inició en marzo del año pasado y vuelve a poner en otros las culpas de la mala praxis que lo aqueja.  

Entre dilaciones, pruebas y errores que le consumen demasiado tiempo e inseguridades varias, Fernández quiere ser reelecto aunque, para lograrlo, debería instalar un GPS que lo ponga en ruta para que, con un destino prefijado al menos, algún viento favorable le dé una mano.

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