Llegamos al último fin de semana de enero y con él concluye el tramo más fuerte de la temporada turística de verano en Tucumán. Si bien durante febrero miles de personas aprovecharán las vacaciones para pasear y descansar, lo concreto es que con el primer mes del año también se irá un volumen importante de veraneantes y viajeros.
Así como en el receso invernal de julio se presenta como principal atractivo la capital y su centro histórico (con el Museo de la Independencia como estrella), en el verano a ese lugar lo ocupa indiscutiblemente el valle de Tafí. Miles de personas lo visitan durante los meses cálidos. Por ese motivo, llegados a este punto del año, no está de más analizar un aspecto que pone en riesgo a muchas personas personas, pero que, a pesar de eso, nunca cambia. Como ocurre todos los años, los animales sueltos que deambulan por la ruta ocupan buena parte de las conversaciones entre los veraneantes, muchos de los que han tenido que hacer maniobras para evitar embestirlos.
Pasan los años, corren ríos de tinta al respecto, pero el problema jamás se resuelve. Por el contrario, dependiendo de la zona, año tras año se suelen ver los mismos grupos de animales que deambulan sin que nadie (o muy pocos) los molesten. En el caso de La Quebradita, algunos vecinos bautizaron “la tropilla del tobiano” a una manada de caballos que pastan tranquilamente a la vera de la 307 todos los veranos. El término tobiano hace referencia al pelo de una yegua que hace varios años tuvo un potrillo con las mismas características y que hoy ya es un animal adulto que recorre sectores cercanos a la comisaría tafinista.
Ejemplos similares se repiten en todo el valle. El tema es que en las zonas cercanas al principal camino carretero el riesgo aumenta, ya que pueden desencadenar accidentes. Es notable lo que ocurre en los últimos tramos del cerro y en La Angostura, donde no solo pululan equinos y rumiantes, sino también chanchos, gallinas y alguna oveja.
Cabe destacar la acción de la Policía y de la guardia turística de la villa, que transitan el camino alejando animales de las banquinas. Ayuda, pero no resuelve el problema. Hay que tener en cuenta que entran a jugar factores como las costumbres y las características propias del valle. Es decir, tal como hacían sus antepasados, muchos lugareños que no poseen tierras para sembrar o que administran extensiones muy acotadas dejan sus animales sueltos para que estos pasten libremente. De ese modo, caballos y vacas recorren rutas, calles y caminos vecinales en busca de pasturas. Forma parte de un patrón cultural que pasa de generación en generación. Claro que también hay desidia e irresponsabilidad.
¿Es suficiente lo que hace el Estado para erradicar los animales sueltos? Claramente no, porque el problema persiste. Y si hay alguien que posee el poder de coerción para corregir las actitudes que afectan a parte de la población es justamente el Estado ¿Es necesario enfocarse en concientizar a los propietarios de los animales? Quizás si, pero nada garantiza que esta termine siendo una medida efectiva ¿Y entonces? Tal como señalamos hace algunas semanas en este mismo espacio, la responsabilidad del daño ocasionado por un animal suelto es del dueño o del guardián, según lo que establece la ley. Hay jurisprudencia argentina que determina que el concesionario de la ruta se convierte en el responsable del accidente. También hay sentencias judiciales en las que determinan la culpabilidad del Estado. Creemos que las autoridades deberían empezar a mirar estos detalles con un poco más de atención.