Conmemoración de las víctimas del holocausto: un antes y un después en la historia del mal

Ayer se conmemoró a las víctimas de los nazis, que quedaron en la historia como ejemplo de algo que no debe ocurrir. Mientras tanto, intentamos explicar por qué el nazismo ocurrió.

AUSCHWITZ. Así luce la entrada al campo de concentración en el que fueron asesinadas miles de personas y que funciona como faro de la memoria. AUSCHWITZ. Así luce la entrada al campo de concentración en el que fueron asesinadas miles de personas y que funciona como faro de la memoria.

El 2 de febrero de 1945, el diario soviético Pravda publicó una crónica de su corresponsal de guerra Boris Polevoi acerca de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, al que el Ejército Rojo había llegado el 27 de enero. No fue una gran noticia ni tuvo un despliegue espectacular; de hecho, Polevoi escribió sobre “otro Majdanek”. En el verano anterior, Pravda había publicado un extenso reportaje sobre Majdanek, el único otro campo de exterminio donde los nazis emplearon Zyklon B, y la extraña calma que encontraron los soviéticos cuando llegaron a Auschwitz no podía competir con la inminente reunión entre Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt y Iósif Stalin en Yalta.

Sin embargo, luego se conocería que más de un millón de judíos y otros miles de personas fueron exterminadas allí, y para entonces ya habría surgido ese lugar común según el cual no se puede hablar de Dios después de Auschwitz. “El nazismo -asevera Nicolás Zavadivker, profesor de Ética en la UNT- marca un antes y un después en la historia del mal, en el sentido de ejemplo universal de algo que no debe volver a ocurrir. Si bien no hubo, a lo largo de la historia, cultura donde no existieran cosas espantosas y crueles, lo novedoso del nazismo es el uso de la tecnología y la estrategia militar para que el asesinato en masa tenga escala mundial y los muertos se cuenten por millones”.

Pero ¿cómo se explica que el genocidio de la población judía europea haya podido ocurrir? El historiador Luis Bonano, profesor emérito de la UNT, considera que la Shoá tiene importantes raíces en el nacionalismo y el racismo que se gestaron durante las luchas por el reparto del mundo en el siglo XIX, si bien el antisemitismo ya tenía entonces mucho tiempo: provenía de la adjudicación a los judíos de ser los responsables de la muerte de Cristo y de las persecuciones que comenzaron en la Inglaterra medieval.

“El nacionalismo y el racismo estallarán como una especie de credo nacional en Alemania después de la Primera Guerra Mundial, y el hitlerismo los usará para unificar a los casi 5 millones de soldados licenciados después de esa confrontación”, explica Bonano. Esos militares desempleados serán la masa a la que recurrirá Adolf Hitler para hacer realidad su programa de rechazar el Tratado de Versalles, retomar el proyecto imperialista alemán y ejecutar la solución final de la cuestión judía.

La purificación del Reich

Aunque en la historia de la humanidad haya habido muchos genocidios, el Holocausto tiene una particularidad muy específica, que es el exterminio para purificar la raza. “No fue un exterminio de alguna manera selectivo -observa Bonano-, como en el caso del fascismo de Mussolini, donde se aplicaba sobre todo a los que divergían políticamente. En el nazismo no había culpabilidad ni inocencia, sino un exterminio planificado contra cuatro colectivos: los judíos, los comunistas, los gitanos y los que no estaban de acuerdo con la ocupación alemana. Eso fue algo que tuvo la Shoá en mayor medida que cualquier otro genocidio”.

Por su parte, Zavadivker hace hincapié en que el exterminio del pueblo judío no se basó solo en la creencia falsa sobre la superioridad de la raza aria, sino que en él entró en juego una cuestión de valores: “todos los procesos sociales que generan grandes fenómenos de maldad están sustentados en una ideología, que es un relato colectivo que interrelaciona creencias y valores. Esto quiere decir que el problema del nazismo no solo fue que las razas superiores no existen; el problema también fue que los valores ordinarios, la moralidad ordinaria, quedaron suspendidos en favor de la exaltación de la violencia y la crueldad”.

Moralidad y odio político

Esta suspensión de la moralidad ordinaria que ocurrió durante la supuesta purificación del Reich pone en controversia, de hecho, el tópico acerca de la prevención de la violencia a través de la educación. “La sociedad alemana del nazismo era probablemente la más culta de su época -recuerda Zavadivker-, lo cual cuestiona la interrelación entre intelectualismo y moralidad que viene desde Sócrates y Platón. Más que el conocimiento, son los valores de humanidad, tolerancia y empatía los que nos llevan a una actitud pacífica en nuestra relación con los diferentes”.

Aun así, pareciera que no hay mucho que hacer cuando las ambiciones imperiales y el odio político aparecen en contextos de gran disconformidad social. Para Bonano, estos tres elementos son las que se canalizan al fanatizar a una población. “Es entonces cuando los discursos de odio emitidos a través de inmensos aparatos de propaganda toman al opositor como a un enemigo inhumano al que hay que destruir”, argumenta.

¿Y el rol de Hitler?

En todo caso, todavía queda la pregunta por el papel de Hitler en esta historia. Es la eterna discusión entre los historiadores: ¿son los caudillos los que marcan la marcha histórica de las poblaciones? ¿O lo hacen las circunstancias, y ellos no son más que los títeres de la historia? Zavadivker cree que para dirigir un proceso genocida hay que tener unas cualidades no tan ordinarias, pero incluso así el rol que se ocupa, aun cuando sea uno de muchísimo poder, no permite controlar todo lo que se hace.

“Un líder importante, no en el sentido positivo, pone la vela donde el viento ya sopla -grafica-. La ideología nacionalista, el antisemitismo y el deseo de revancha ya existían en Alemania, pero el timonel tenía algunos rasgos infrecuentes que le dieron al barco una dirección particular. Hay algo francamente desmedido en las pretensiones de Hitler, en ese querer luchar simultáneamente contra medio mundo, que hace que si él no hubiera existido, el fenómeno quizá habría ocurrido igual, pero no a esa escala”.

Bonano, por su parte, considera que Hitler fue la expresión particular de la sociedad alemana de ese momento, y que su inserción en ella demuestra que en la historia se entrelazan los problemas sociales y las conciencias colectivas con líderes que encuentran en ellos el mejor camino para hacer efectivas sus ideas: “hay una interacción, porque si bien es muy difícil pensar en un Hitler en algún otro país, también es cierto que aun hoy hay gente que encuentra respaldo social para liderar movimientos muy odiadores y muy excluyentes. Así que, a mi modo de ver, no se puede decir que sin él el nazismo no hubiera existido”.

Desde esta perspectiva, incluso sin Hitler el nazismo habría existido. Tal vez con otro nombre, tal vez con otras particularidades; pero el movimiento racista alemán estaba allí antes que él y tenía mucho que ver con la historia de la época y los resultados de la unificación de Alemania y la pérdida de la Primera Guerra Mundial.

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