Una explosión alteró al centro tucumano en 1927

Una bomba colocada en la puerta de un bar generó daños materiales y edilicios en 1927. Sin heridos

LAS HERAS EN LOS 30. La actividad comercial es similar al presente gente que va y viene junto a un tránsito inteso.  LAS HERAS EN LOS 30. La actividad comercial es similar al presente gente que va y viene junto a un tránsito inteso.

La actividad comercial declinaba, los negocios iban cerrando sus puertas, el escenario urbano se iba despoblando. Era una noche de viernes en calle San Martín al 600, en pleno centro de nuestra ciudad; aunque al momento de los hechos que vamos a relatar esa zona tenía otro nombre.

El Café Suizo, que estaba ubicado en calle Las Heras 631 (hoy San Martín), cerró sus puertas cuando las manecillas del reloj casi alcanzaban la 1 de la mañana del 2 de abril de 1927. Adentro el ajetreo era importante: había que dejar limpio el local para el día siguiente.

Pocos minutos después José Flores, propietario del bar, despidió a los trabajadores que se iban exhaustos a sus casas. En este tiempo, Flores mantenía desde hacía unos dos meses un conflicto con los mozos afiliados al sindicato. Por ello allí había empleados calificados de “libres”, por algunos, y de “carneros”, por otros. Este último apelativo iba dirigido hacia aquellos trabajadores rompehuelgas y que iban al establecimiento igual, pese a las decisiones tomadas por el sindicato.

Durante esa madrugada el negocio quedó en silencio; su dueño fue hacia los fondos, donde vivía con su esposa, Agustina de Flores y los hijos de ambos, José (9), Benigno (8) y Agustín (7). En la vivienda también estaba Rosa Quinteros (27) que estaba al servicio de la familia. Cuando el reloj alcanzó las 2.30, se produjo una explosión en la puerta principal del café. Aunque se escuchó a varias cuadras, gracias a algún defecto de fabricación, o por su mala colocación, la bomba no causó mayores destrozos. Sólo sufrieron daños la puerta y algo el frente del edificio.

Por aquellos años la arteria tenía esa condición comercial que actualmente la caracteriza: un intenso movimiento de personas hasta cierta hora y más allá de las 22 un decrecimiento casi total. A diferencia de nuestro presente, en aquellos tiempos las casas dedicadas al comercio eran bajas, simples y sin grandes marquesinas dignas de mención. Tampoco existían las galerías, pero los comercios y los bares dominaban el lugar.

El tránsito corría en sentido inverso al actual para unir la vieja estación de trenes de Central Córdoba con el centro de la ciudad. Esa estación fue la primera de Tucumán, inaugurada el 31 de octubre de 1876 y nos unía con Buenos Aires.

Nada anormal

Según la crónica de LA GACETA, escrita cerca de las 4 de la madrugada, “el personal que hace servicios de vigilancia en los bancos no notó nada anormal en las inmediaciones del negocio. El explosivo estalló cuando los policías habían caminado media cuadra en dirección al sud por calle Maipú”.

Unos párrafos más adelante se informaba que un agente del escuadrón de Seguridad “pasó por el lugar instantes antes de que (la explosión) ocurriera, advirtiendo que en ese momento transitaba por el frente del Café Suizo un individuo tapado por un amplio poncho que bien puede ser el que aprovechando la ausencia de los policías que tienen parada en la esquina de Maipú y Las Heras (hoy San Martín) colocó el explosivo”.

Al día siguiente se anunció que el caso estaba, en principio, esclarecido. Fueron detenidos Manuel Fernández Grande, representante del gremio, y algunos otros integrantes del sindicato cercanos a él.

La declaración de Fernández Grande generó dudas entre los investigadores y algunas averiguaciones permitieron detectar incongruencias temporales entre sus dichos y los de los testigos que lo habían visto llegar “a una fonda de 9 de Julio cuarta cuadra”, relata el artículo escrito por un periodista de nuestro medio.

Detalles

Fernández Grande había dicho además que no había pasado por su casa -ubicada en la misma cuadra- antes de llegar a la fonda; sin embargo, los testigos señalaron que dos hombres se habían instalado en una mesa del bar a esperar su arribo.

“El aludido llegó a la 1.35 y después de departir largamente con sus visitantes, se separó de ellos para dirigirse a la fonda vecina”, relata el cronista. La Policía obtuvo la orden judicial, allanó el departamento de Fernández Grande y encontró una evidencia clave: anotaciones de una receta para la confección de una bomba casera de manera muy simple. La crónica del día de la explosión la describía así: “la bomba, que es un cilindro de hierro, que contenía recortes de hierro y balines y que se hallaba relleno con papeles, destrozó la parte inferior y derecha del edificio cuyos mármoles, pedazos de madera y de persianas causaron daños en la Casa Municipal y edificios vecinos”.

Rápidamente se conoció la fecha de fabricación del artefacto, pues los pedazos de diario usados correspondían a la edición de El Orden de la tarde del 1 de abril.

Se diluye

Varios elementos hicieron que con el paso de las horas perdiera fuerza la acusación sobre Fernández Grande, y este quedó en libertad unos días después. Entonces las miradas se volvieron hacia el famoso extraño embozado y cubierto con un poncho. No obstante, este personaje nunca fue encontrado, los ánimos se calmaron y las cosas volvieron a sus carriles normales.

Como muchos otros casos en nuestra historia, la explosión del Café Suizo quedó sin resolución. No pudo determinarse si fue un atentado terrorista o una maniobra para perjudicar a los miembros de un gremio. Lo importante es que la explosión generó solamente daños materiales en la entrada del establecimiento y un susto inolvidable para la familia propietaria.

Otra de bares

Don Raimundo tenía calor y sed, corría enero de 1921 y el termómetro marcaba una temperatura difícil de aguantar. Entonces decidió llegarse “hasta el despacho de Alberto Julio Yapur”. Pidió una cerveza siendo atendido con prontitud y esmero. “Después de beberse el rubio y espumoso líquido, Raimundo chasqueó la lengua, se limpió la boca con la blusa, escupió y pegó la media vuelta con intención de retirarse”. Ni pago ni propina amagó a realizar el hombre. “El comerciante llamó discretamente al consumidor, le hizo notar el olvido en que había caído y en forma amable solicitó el pago de la cerveza servida”.

El hombre se negó a tal exigencia y “mientras el árabe mantenía la mano derecha tendida esperando los níqueles, sacó una navaja de fígaro y le afeitó indelicadamente la extremidad a su peticionante”. El caso se resolvió con “cana” para uno y hospital Padilla para el otro.

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