Las culpas del presente de Atlético Tucumán son propias y ajenas

En la derrota a manos de San Lorenzo incidió lo sucedido con el árbitro Espinoza, pero en el juego el “decano” sigue sin dar un salto de calidad.

 PARTIDO LUCHADO. Andrés Vombergar y Matías Orihuela forcejean mientras esperan que les llegue la pelota. PARTIDO LUCHADO. Andrés Vombergar y Matías Orihuela forcejean mientras esperan que les llegue la pelota. LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ.

Que 10 efectivos de Infantería y ocho agentes de la Policía tengan que escoltar al árbitro en el entretiempo hacia los vestuarios es poco habitual, está mal y debería ser una situación erradicada de nuestras canchas. Que no sea la primera vez que suceda esto con Fernando Espinoza es algo que la Liga Profesional debería atender de manera urgente. Antecedentes sobran.

Lo cierto es que en el Monumental se jugó un partido cuestionado desde que se designó al árbitro. Y en un contexto complejo, porque Atlético está complicado en la tabla general y en los promedios y la preocupación en los hinchas crece.

Que Iván Leguizamón, a los cinco minutos, deje tres hombres en el camino y defina cruzado para no darle chances a Tomás Marchiori puede pasar. Pero que el capitán del equipo pierda la cabeza y deje al equipo con nueve jugadores en la cancha es inadmisible. Una irresponsabilidad. A Guillermo Acosta le ganó el impulso de jugador de barrio, de potrero. Se sintió burlado -léase robado- en su casa y no midió las consecuencias.

Cuando el partido agarró ritmo San Lorenzo siempre se mostró superior. Jalil Elías, Leguizamón y Nahuel Barrios por momentos se hicieron una fiesta en la mitad de la cancha con un toqueteo infernal. De todas formas que la visita se haya puesto 2-0 a los 20 minutos sonaba exagerado. El estadio en ese momento se convirtió en una caldera y empujó al equipo, que con el orgullo herido salió a buscar el descuento y acorraló a la visita dentro del área de Augusto Batalla.

A los 25’ Nicolás Romero le puso algo de justicia al resultado después de una serie de rebotes y Atlético fue decidido a buscar el empate. Sin lucir, pero con el corazón en la mano y ese quizás fue su mayor pecado. Los jugadores confundieron intensidad con agresividad y la roja a Ignacio Maestro Puch estuvo bien advertida por el VAR. Y esa jugada un tanto desafortunada (no hubo intención de lastimar) terminó rompiendo el partido.

El tablero estaba 1-2 y Atlético estaba condenado a continuar con dos jugadores menos por las rojas a “Pucho” y a “Bebe”.

El “decano” salió a jugar el segundo tiempo en un paredón, amordazado y maniatado, obligado a dar con el milagro. Lo tuvo en los pies de Ramiro Ruiz Rodríguez, pero no sucedió.

Cuando ya estaban 10 vs 9, Leguizamón, una de las figuras de la noche, marcó su segundo golazo y si el 2-1 en inferioridad numérica ya era una odisea, con el 3-1 se volvió imposible.

Será difícil para Lucas Pusineri sacar conclusiones. Hasta quizás sea injusto para algunos jugadores recibir un reproche. Rubén Insúa dejó la rotación para otro momento y la jugada le salió muy bien. En la vereda del frente, Pusineri pensó un partido que no se dio, no por elegir mal un jugador o equivocarse en el esquema. No tuvo en cuenta el condimento extra que tiene nombre y apellido: Fernando Espinoza, quien sumó una nueva noche polémica dirigiendo a Atlético y van... Si el cuerpo técnico y los jugadores logran transformar la bronca e impotencia, que sienten en algo positivo estarán más cerca de enderezar el camino. Más allá del resultado, los jugadores terminaron los 90 minutos de pie y los hinchas reconocieron ese sacrificio.

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