El “mejor momento” para las ceramistas de San Cayetano llegó en medio de la crisis

El emprendimiento fundado en 2016 para fortalecer a mujeres humildes crece con gran optimismo, pese a la coyuntura general negativa. El apagón de la pandemia terminó siendo una etapa creativa muy potente en El Alfar. Con el dengue en acecho, las ceramistas fabrican unos “espiraleros” que hacen furor

PROTAGONISTAS. Vilma Luna, Gisel Daje, Gabriela Herrera, Carolina Ramos y Pedro Lizondo. PROTAGONISTAS. Vilma Luna, Gisel Daje, Gabriela Herrera, Carolina Ramos y Pedro Lizondo.

El mundo de El Alfar está hecho de arte, progreso, esfuerzo, previsión, laboriosidad constante y una cosecha cuya abundancia contrasta con la crisis general. Las manos enfrascadas en la obra marcan el ritmo del tiempo en la sala del barrio San Cayetano donde funciona este emprendimiento de cerámica fundado en 2016, que ya comprende una organización de 10 integrantes, cinco de las cuales son vecinas que aprendieron un oficio y con él se procuran sus ingresos. El Alfar cerró el año 2022 con ventas récord, y disfruta su “mejor momento” con planes múltiples y la atención enfocada en las oportunidades. Por ejemplo, mientras el dengue provoca estragos, las ceramistas fabrican unos “espiraleros” que hacen furor sin descuidar el catálogo que refleja la historia, el crecimiento y las perspectivas del proyecto.

Este jueves trabajan sin respiro tres ceramistas, Vilma Luna, Gabriela Herrera y Carolina Ramos, mientras el coordinador Pedro Lizondo busca una materia prima que está en falta, atiende al cadete y pone palabras al “mejor momento”. La producción se desarrolla religiosamente durante las tardes de lunes a viernes y, cuando hay muchos pedidos, a veces también se trabaja los sábados: los domingos, la gente de El Alfar se va de feria. El emprendimiento tiene una participación fija en los mercados del parque Avellaneda y de la plaza San Martín que organiza la Municipalidad de la capital, pero también suele acudir al encuentro de SOS Tierra.

Las feriales proporcionan una parte de las transacciones de El Alfar, que recibe encargos por las redes sociales y, también, satisface las necesidades de sus clientes con el stock que provee a la heladería Venecia, un local situado en el centro de la ciudad. Las ceramistas, además, ofrecen piezas al por mayor con posibilidades de “personalizarlas” para acciones de marketing empresarial o su uso como souvenir. Otros fondos salen del servicio de horneo que prestan a talleres del rubro y de la comercialización de los llamados “productos bizcochados”, que están cocidos, y listos para su decoración y esmaltado. Lizondo se ilusiona con añadir a esa cantidad de posibilidades una línea de capacitación convencido de que las ceramistas tienen, a esta altura, mucho para transmitir a la comunidad.

Timidez vencida

Luna, Herrera y Ramos escuchan el relato sin intervenir, pero controlándolo mientras desmoldan, amasan, cortan y dan forma a sus obras de arcilla. Se ve que están atentas porque, de vez en cuando, sueltan un comentario o hacen una mueca: recién cuando Lizondo salga a hacer un mandado, dejarán de lado la timidez. El Alfar arrancó con Luna y con Eliana Ruiz (no pudo asistir a la entrevista con LA GACETA). A continuación se sumaron Herrera y Gisel Daje (aparece hacia el final de la conversación). En 2022 se incorporó Ramos, después de pasar por un proceso de selección. Todo surgió por la necesidad de ofrecer una salida laboral a mujeres y madres de San Cayetano. La inquietud apareció durante las clases de catequesis y de apoyo que Lizondo y un grupo de voluntarios daban en el barrio Puerto Argentino, en la zona del Mercofrut. “Empezás a conocer el lugar y lo primero que ves es la falta de trabajo, en especial para las chicas, que son los pilares de sus familias”, cuenta el coordinador.

Mientras pensaban qué podían hacer y barajaban ideas, alguien sugirió estudiar el caso de una empresa social de cerámica de Buenos Aires que se llama Los Naranjos. Era un taller grande, con un modelo de negocio que se ajustaba a Tucumán. “Hicimos un pequeño estudio de mercado y vimos que podía funcionar. Dijimos ‘vamos para adelante con esto’, aunque nadie sabía nada sobre cerámica. Fue como tirarse a la pileta”, explica Lizondo.

El “chapuzón” ocurrió en el instante, 2016, en el que la alfarería empezaba a ponerse de moda en la provincia. Con la idea de aprender, contrataron a la ceramista Carla Farías y armaron un negocio que presentaron en el fondo Semilla, un programa de la Nación. Con el dinero que recibieron pudieron comprar moldes de yeso, material (pasta y barbotina) y, lo más importante, el horno, que lo encargaron a medida. Al comienzo, encendían el equipo una vez a la semana: en la actualidad, lo hacen a diario, a veces incluso durante sábados y domingos.

El Alfar es un emprendimiento en vías de convertirse en una cooperativa. Se trata de un espacio de trabajo y de contención al que a menudo asisten los hijos de las trabajadoras: los chicos se ponen a manipular la masa como si fuese plastilina. Un mesón reúne a las artesanas y cada quien atiende su juego. Esta tarde, mientras una crea portasahumerios, otra aplica un relieve en una taza y otra da forma a un cuenco. El proceso completo de elaboración de una pieza lleva aproximadamente una semana.

Creatividad salvadora

Al principio había mucho entusiasmo por la posibilidad de obtener un empleo, pero las ilusiones se pincharon cuando las destinatarias comprendieron que, primero, iban a tener que invertir tiempo en el aprendizaje del oficio. “Yo me presenté (en la primera convocatoria), pero no pensaba quedar (elegida) porque era la más grande y buscaban chicas entre los 18 y los 25 años. Nos explicaron en qué consistía el proyecto, y que debíamos capacitarnos, y al otro día sólo regresamos Eli (Ruiz) y yo”, relata Luna, quien tiene 44 años y cinco hijos (la más pequeña de 14). Estuvieron tres meses practicando. “Yo tomé todas las clases porque quería salir adelante. Con Eli siempre nos sentimos muy comprometidas”, agrega la ceramista, quien asegura que lo más parecido que había hecho eran unos huevos de Pascua.

Herrera antes había trabajado en la cosecha de uvas, de arándanos y de limón. “Estaba muy nerviosa: el primer día en El Alfar casi tiro todo”, acota a los 38 años. Ramos tiene 19 y se enganchó con la cerámica al contemplar el trabajo de sus compañeras.

En la pandemia sucedió algo raro. Cuando creían que había llegado el final para El Alfar y que iban a verse obligados a cerrarlo, porque, por ejemplo, las ferias estaban suspendidas, se pusieron a experimentar y dieron un salto creativo. Luna dice que se animaron a ensayar ideas nuevas de forma autodidacta. “Nos pusimos a inventar un montón de cosas”, subraya Herrera. Así nacieron las tazas y macetas de animales, y el recipiente con forma de sandía, hoy productos icónicos de El Alfar.

Cada ceramista tiene una línea con su nombre en el catálogo del emprendimiento. Entre tantas posibilidades, sobresale un diseño original con óxido de cobalto, una terminación rústica para el esmaltado sedoso que recuerda que ternuras y asperezas son facetas que a menudo se presentan unidas en la vida. “Esto forma parte de nuestra identidad. Mucha gente lo ve y ya sabe que es nuestro”, manifiesta Lizondo.

La magia del cambio

En la pandemia también se dieron cuenta de que era importante lo que habían hecho y de que no lo podían “tirar al tacho”. Las redes sociales, en especial Instagram, tomaron la delantera como vidriera para la comercialización de las piezas y El Alfar advirtió que era importante profesionalizar esa exposición. Lo que más se vende son las tazas y los mates, aunque permanentemente aparecen novedades, como los “espiraleros” que diseñó Herrera: una cazuela con orificios en las paredes que en el centro dispone de un soporte para el espiral “anti-mosquito” y cuya base recibe las cenizas. “De esta manera no se ensucia el piso”, dice la ideóloga.

Tras asegurar que “van paso a paso”, Lizondo insiste: “estamos en nuestro mejor momento. El año pasado fue buenísimo para nosotros”. Y anticipa la posibilidad de ampliar la producción en cuanto a ceramistas y a espacios (el taller tiene sede en la Escuela de Formación Profesional Nuestra Señora del Rosario-Parroquia Inmaculada Concepción). Por lo pronto, todas hacen de todo en función de unas planillas con las que distribuyen las tareas. En un momento, Luna coloca el molde sobre la mesa; toma un tacho con la preparación y vuelca el líquido en la cavidad mientras comenta lo que está haciendo. Por un proceso químico, el molde absorbe la humedad y el material se solidifica. Mágicamente, una taza saldrá de ahí en aproximadamente media hora.

“Ya nos conocen como las ceramistas”, apunta Luna, decana de las artesanas de El Alfar. Esa fama trascendió hace rato los confines de San Cayetano. Estas alfareras son a menudo referenciadas como ejemplo de la cultura emprendedora en Tucumán. Lizondo manifiesta que el proyecto transformó de una manera increíble a sus integrantes. “Hay un cambio impresionante entre las personas que ellas eran al comienzo y las que son ahora. Esto es lo que da sentido a El Alfar”, opina en presencia de las ceramistas, que lo observan y asienten con un orgullo tan reluciente como el brillo de sus creaciones.

La receta de El Alfar

- Fabricar y comercializar piezas de cerámica con un fin social.
- Dar un oficio a mujeres de una zona castigada de la capital tucumana.
- Crecer en forma permanente con criterios profesionales.
- Generar fuentes adicionales de ingresos asociadas a la cerámica.
- Aprovechar las crisis como oportunidades para innovar.

El emprendimiento en Instagram: @elalfar_tuc

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