El libro de Benjamín Vicuña disparó la pregunta: ¿Cómo volver a tener ganas de vivir después de perder un hijo?

En Tucumán, los papás que pertenecen a "Renacer" cuentan qué los lleva a recuperar el deseo de sonreír. “Sí se puede” es el lema que tienen.

Enfrentaron la peor muerte, la menos pensada, la que no tiene nombre: la de un hijo. Un duelo que parece imposible. Es como una espada que se hunde en el corazón, un terremoto que se lleva todas las ilusiones, proyecciones y sueños, según describen papás que tuvieron que vivir esta situación. “Una tragedia que me atravesó como un rayo y me dejó vacío. Me costó años asimilarla y de alguna manera sigo transitando el desierto, pero seguí viviendo”, escribe Benjamín Vicuña en su primer libro, “Blanca, la niña que quería volar”.

Blanca fue su primera hija, que tuvo a los 26 años con la actriz modelo y conductora argentina Carolina “Pampita” Ardohain. La pequeña (cumpliría ahora 17 años) murió el 8 de septiembre de 2012 tras varios días internada a causa de una bacteria que contrajo durante unas vacaciones en México.

La obra de Vicuña, que se presentó en la Feria del Libro, tuvo una gran repercusión. Como él mismo define, “es un tributo a mi hija y una expresión desbordada y honesta de la experiencia que me tocó vivir”. “En estas páginas hablo acerca de mi niña y mis pesares. También de las herramientas que me sirvieron para iluminar noches oscuras. Espero que puedan servirle a alguien. Que quienes están atravesando una pérdida, sufriendo o acompañando un duelo puedan encontrar algo de alivio y esperanza. Una pequeña luz en mitad del océano cuando no vemos la orilla”, expresa.

“La pérdida de un hijo está considerada como una pérdida tan inconcebible e insuperable - explica- que no existe un término para nombrarla. Es algo brutal y uno se siente tan solo y devastado que de algún modo también muere”.

La vida sigue

En su libro, Vicuña confiesa que el día del funeral de Blanca sintió que el mundo se terminaba. “Pero no. La vida siguió y no paró por nada. Es una sensación escalofriante comprobar cómo todo continúa, aunque a uno lo atraviese el dolor más grande”, dice.

En sus líneas, el actor confiesa que ya no le tiene miedo a la muerte. Y reconoce que los primeros años de su duelo se caracterizaron por la soberbia de sentirse la única persona que podía opinar sobre el dolor.

“Me convertí en otra persona, pero que está herida para siempre. Ahora sé que el amor nunca muere. La muerte me arrebató a Blanca pero jamás logrará que deje de amarla”, apunta.

Ponerse en pie

Son muchos los padres que, tras pasar por la trágica pérdida de un hijo, eligen construir amor desde el dolor e intentar volver a ser felices. En el grupo Renacer, por ejemplo, encuentran en la ayuda a sus pares la fortaleza para ponerse de pie y empezar una nueva vida. Luego, acompañan con su experiencia a quienes atraviesan por el difícil trance del duelo.

Cristian García, papá de Silvio, cuenta que perdió a su hijo hace 16 años. El joven tenía 15 años cuando partió. Y esa partida fue para él algo durísimo, que le costó asimilar. “No hay un proceso igual a otro. No hay recetas; cada papá o mamá va recorriendo su camino. Hay quienes quieren ir al cementerio todos los días, otros que dejan intacto el dormitorio o llenan de fotos la casa. Y hay quienes no quieren tener nada. Nosotros en Renacer, a través de los distintos testimonios y experiencias, brindamos una especie de valija de herramientas para que cada uno pueda utilizar lo que le parezca mejor”, destaca.

El desafío más importante es recuperar las ganas de vivir, remarca, y encontrar fuerzas para encarar ese día a día sin el ser que se ama. Siempre va a faltar una ficha, pero sí es posible continuar, explica.

“Aprendemos a diferenciar dolor de sufrimiento. El dolor es normal; el sufrimiento es lo que nosotros aportamos para que ese dolor crezca y nos haga daño”, sostiene.

Mitos

Otra cuestión fundamental, según cuenta, es romper con ciertos mitos: por ejemplo, pensar que siempre se va a morir el padre y después el hijo. “Puede suceder al revés. Y no es que esté mal o sea injusto; son cosas que ocurren”, explica.

Otra falsa creencia popular: el dolor debe ser proporcional al amor que teníamos por nuestro hijo, describe. “Es común pensar que un padre que pierde su hijo debe estar desarmado por el resto de su existencia. Eso no debe ser así; el mejor homenaje de amor que podemos tener con ellos es llevar una vida digna, salir adelante, tratar de ser feliz. Y sí se puede; ese es nuestro lema”, explica. Admite que no es una tarea fácil, para nada. “Hay que encontrarle sentido a aquello que nos provoca tanto dolor, a eso que nosotros no podemos cambiar, a lo inevitable”, resume Cristian, que llegó hace varios años a Renacer y nunca más se fue. En el grupo, según cuenta, no hay profesionales; son todos padres que perdieron a sus hijos y se propusieron trascender la muerte.

No se habla de política ni de religión. Desde hace 30 años se reúnen en el mismo lugar, en el Colegio Suizo (Mendoza 149) los segundos y cuartos lunes de cada mes, a las 20.15. Los que quieren sumarse se presentan de manera espontánea. O pueden llamar al 3816 44-1591.

A nivel nacional, el grupo fue creado en 1988 y desde entonces se extendió por todas las provincias.

“La clave es estar entre pares y vernos reflejados unos a otros, sin importar el tiempo de la muerte de nuestros hijos, la edad o la forma”, señala.

Sentir culpa, decir “si yo hubiera hecho esto, o lo otro”, es muy común cuando muere un hijo. Los sentimientos de odio y de enojo también son normales. En Renacer los padres aprenden a transitar esas etapas de la mano de otros que los han precedido en esos dolores del alma. El objetivo es lograr una especie de reinserción social de los padres. “Es volver a nacer de otra manera; volver a disfrutar de la vida, del entorno social y laboral”, resalta.

Lo primero que recuerda Luciana Casmuz de cuando fue en busca de ayuda a Renacer es que encontró un grupo de padres riéndose. No lo podía creer. “Pensaba: ¿cómo se van a reír si perdieron un hijo? Pero después entendí todo y mi vida cambió para siempre, dejé de tomar medicación y aprendí a valorar más el momento, a vivir el hoy, a ayudar a otros papás que pasaron por lo mismo y a disfrutar las cosas buenas que me pasaban”, relata.

Luciana es un claro ejemplo de que se puede apostar a la vida luego de un hecho que parece partirte en mil pedazos. Ella perdió sus dos pequeños hijos en un accidente camino a Las Termas de Río Hondo, hace ocho años. A Ramiro le faltaban solo 72 horas para cumplir tres años. Su hermanita María Emilia tenía ocho meses.

“Yo también estuve en el choque. Cuando me dieron el alta del sanatorio toqué fondo. No tenía una visión de futuro. Creí que todo se había terminado. Ya no me imaginaba cómo vivir”, relata. Sin embargo, después se dio cuenta de que tenía que salir adelante. “Doy gracias por haberlos tenido el tiempo que los tuve. No cambiaría ni un solo instante de los que viví con ellos”, explica.

Poco después del accidente, Luciana quedó embarazada y tuvo un bebé. Se refugió en el reiki y el yoga. Transformó todo el dolor que sufrió en un espacio para ayudar a las personas que estaban pasando por situaciones difíciles. “Siempre llevo una sonrisa en honor a mis hijos, que son mis grandes maestros, mis amores celestiales”, cuenta. “No se imaginan lo que me costó apostar nuevamente al amor, a creer en que sí se podía. Y lo logré gracias al grupo Renacer, donde me enseñaron a honrar a mis hijos desde el amor”, resume, no sin antes pedirles a todos los lectores que se abracen más, que digan muchas veces te amo cuando lo sientan: “la vida es corta y todo puede cambiar en un segundo. El momento es hoy”.

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