El amigo Santos Guayama en las meditaciones crepusculares del curita Brochero

REPARADOR DE ALMAS. Brochero creía en el bien en los seres humanos.  REPARADOR DE ALMAS. Brochero creía en el bien en los seres humanos.
11 Junio 2023

Posiblemente en su sillón crepuscular, ya ciego y con una avanzada lepra, desgranando rosarios y pidiendo por los hombres del ayer, del presente y del porvenir, Brochero pensó en las cosas que anheló y no pudo cumplir. Entre su cofre de cosas archivadas y puestas en el corazón de la Providencia, seguro merodeaba su intento de indulto al amigo Santos Guayama. En sus cavilaciones crepusculares, se habrá preguntado si Santos Guayama, ese hombre perseguido por la justicia, ese bandido rural querido por muchos y aborrecido por otros tantos, personaje de leyenda y de intriga, ese hombre... ¿habrá sentido de su amigo Brochero la estaca de una traición?

El pedido de indulto que Brochero dirige al Gobierno nacional y los últimos segundos del amigo, que fue entrampado y fusilado... ¿habrán sido de reproche y de desdén o su alma se habrá sentido amparada por el afecto que sinceramente Brochero le prodigó? Santos Guayama, a cambio del indulto, había prometido llevar a sus hombres a un retiro espiritual. Brochero creía en ese bien que habita en lo profundo de los seres humanos y en la posibilidad inaudita de la redención; idea que nos remite a aquella elocuente expresión agustiniana y a la certeza de que el sujeto tiene una parte ineludible en su historia de salvación: “Porque Aquel que Te creó sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Confesiones, Libro VII)

¿Qué imágenes habrán visitado el corazón cansado y ensanchado de bien del curita santo en sus momentos finales? Quizás la estampa de Santos Guayama y su perfil de gaucho fuerte, defensor de los pobres contra los atropellos recurrentes de los estancieros ricos, militante en las huestes del Chacho Peñaloza y de Felipe Varela, contra las pillerías del centralismo nacional; Guayama enigmático, desconcertante, asesino confeso con argumentos que a veces parecían irrefutables: “Mitre nos ha usado, nos ha prometido caballos y armas y no nos ha cumplido... se nos han muerto hombres a montones, las mujeres han quedado solas, los niños no tienen qué comer...” ¿Habrán habitado estas imágenes de lo que es bueno y malo, en las meditaciones crepusculares de Brochero? ¿A qué sitios viejos habrá acudido su memoria agradecida para pedir e implorar a su Cristo crucificado, desangrándose por toda la eternidad en las tribulaciones de los que tienen hambre y sed de justicia?

EfraÍn Bischoff, el erudito historiador cordobés, retrata a Santos Guayama como un hombre cuyas hazañas sirven de condimento en las noches de fogón, con una legión considerable de defensores, mientras la prensa nacional habría publicado nueve veces su muerte. “El hombre que murió nueve veces” es una de las expresiones que ha forjado su leyenda. Es un hombre temido, el desierto es su mejor aliado y su coraje asombra a quienes tienen que enfrentarlo. Aparece como un perseguido de la justicia, esto lo magnifica en el sentir popular, obviando su historia oscura de muertes y de secuestros. Parte del relato fantástico es advertir que la montonera de Guayama es casi un fantasma para las tropas nacionales. Sin duda sufre bajas, carga con angustias y dolores, se le mueren hombres, continúa y escapa, huye hacia La Rioja, San Juan... Hay un interrogante sobre quién es, a quién responde, qué bandera social reivindica. Y es allí cuando entra en escena este curita reparador de almas y entiende que debe encontrarse con Santos Guayama, proponerle una vida nueva y solicitar un indulto a las autoridades.

La promesa del indulto y el sueño de ver a Santos Guayama ingresando a la casa de retiro, curando sus heridas, iniciando una vida tranquila contra todo pronóstico, una vida diferente, ¿habrá sido una utopía muy grande?

Brochero creyó en Guayama como se cree en los amigos, creyó en la justicia de su lucha, en la injusticia que vivía su gente, en el niño huérfano y con hambre que aprendió a robar para sobrevivir en el desierto. O tal vez se habrá representado a su amigo en los portales de un infierno en el que ya toda misericordia hubiera caducado, como retrató Jorge Luis Borges a Facundo Quiroga, en su poema “El General Quiroga va en coche al muere” (1925): “Ya muerto, ya de pie, ya espectral, ya fantasma, se presentó al infierno que Dios le había marcado; y a sus órdenes iban, rotas y desangradas, las ánimas en pena, de hombres y de caballos”. Cuántas oraciones, cuántos rosarios habrá desgranado por el alma del amigo al que no pudo elevar hacia redención alguna en esta tierra, porque lo primereó la muerte y la traición. En los pantanos de Huanacache, sigue firme y rebelde la sombra de Santos Guayama, acompasada por las plegarias del amigo cura, el amigo santo, el amigo que le tendió una mano hasta llegar a estremecer su alma brava y salvaje.

© LA GACETA

Graciela Jatib - Licenciada en Filosofía. Autora del libro La mujer según San Brochero.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios