¿Qué está primero? ¿La degradación o la droga?

La dura noticia de los cinco crímenes en ocho meses en un área de 21 cuadras en Villa 9 de Julio (29 de junio) tiró para abajo las expectativas de que el año vaya a ser tranquilo. La primera mitad del año, con medio centenar de homicidios, da a entender que las tendencias a la baja registradas desde el tremendo año 2020 -en que se contabilizaron 142 asesinatos- se quedarían en una meseta de alrededor de 100 crímenes fatales, tal como se ha dado en la provincia en la última década.

Villa 9 de Julio, una de las zonas conflictivas de la capital, está ahora en la mira. El llamado Puente Negro, donde fue asesinado el 16 de octubre Juan Leonel Ibáñez de tres puñaladas que le propinó Karen “Huevuda” Paz, es un sector de marginalidad extrema en calle Benjamín Villafañe al 1.600. Allí, se dice, los adictos llevan un sillón para sentarse a consumir droga. Los vecinos, de acuerdo a testimonios recogidos por LA GACETA, señalan ese sector de mucha pobreza como lugar de estragos de la droga, aunque también amplían el problema a toda la barriada.

En avenida San Ramón al 500 (es el extremo norte del barrio, lindante con Las Talitas) fue ultimado el 18 de enero Carlos Díaz. Según los vecinos, por cuestiones de drogas; según el fiscal Carlos Sale, fue por un robo. En Martín Berho y Alfredo Palacios fue asesinado Rodrigo Luna el 9 de abril, tras una discusión por distribución de una dosis de droga. El domingo pasado hubo una pelea entre Jorge Luna, acompañado por su madre, con gente de una vivienda en Diagonal Chaco y Panamá. Luna, que estaba drogado, recibió un disparo de escopeta del dueño de casa, Raúl Castillo, quien dijo que se defendió de un ataque. Su defensor dio otras pistas: “mi defendido (Castillo) estuvo al menos cuatro horas consumiendo bebidas alcohólicas cuando ingresaron personas desconocidas y comenzaron a agredir”, explicó.

¿Qué consumo es el más problemático? Los vecinos no asocian la violencia con el alcohol, sino con los estupefacientes. “La droga está haciendo estragos en todos los barrios de Villa 9 de Julio. Es la zona de la muerte. Si no se mueren de una sobredosis, se ahorcan porque no tienen para consumir. Si no matan para robar, los matan en un robo”, dijo Estela Figueroa, del barrio. Otro vecino, Jorge Décima, dijo que “antes aquí se podía caminar tranquilo. Había pobreza, pero no asesinatos”.

Franja de degradación

Estas sentencias deberían ser analizadas por los responsables de la seguridad y de Desarrollo Social. ¿Es la droga o es el descalabro social? Toda esa franja que abarca desde la avenida San Ramón (altura del barrio Señaleros) está marcada por la degradación desde hace muchos años y esa degradación baja con los extremos de la avenida de Circunvalación y la avenida Juan B. Justo hacia el parque 9 de Julio.

Choca con el barrio Piedrabuena, enclave de clase media famoso a comienzo de siglo por los esfuerzos que hacía para contener la oleada de inseguridad que le llegaba desde el norte (Villa 9 de Julio). En 2003 los vecinos hicieron su plan de seguridad, mantuvieron un patrullero, les pagaron servicio adicional a los agentes de la seccional 10a. Algo hicieron, no mucho.

Por esos tiempos se hizo relevamiento policial en la extensa barriada de unos 80.000 habitantes y se detectaron los gérmenes de los clanes que ya emprendían batallas violentas y que después fueron vinculados a la venta de droga. Ya hace 20 años.

Para 2006 el entonces jefe de Policía, Hugo Sánchez (después condenado por encubrimiento en el cimen de Paulina Lebbos) anunció un gigantesco plan de pacificación de Villa 9 de Julio. Pocas semanas después se dejó de hablar del programa.

¿Era tranquila la zona antes? Los pocos datos históricos dicen que no. El área de la San Ramón es desde hace años prácticamente intransitable, ni siquiera para sus mismos vecinos. De hecho, la “Huevuda” Paz, era vecina de su víctima, Ibáñez. En el juicio en que terminó condenada a 10 años de prisión hace pocos días, se determinó que él había ido cuatro veces a robarle y por ello fue sentenciada. No se sabe si hubo drogas en el acto de violencia, aunque sí se dijo que él estaba consumiendo cuando lo mataron.

En la mitad de la Villa, desde el costado norte del cementerio israelita hacia el este, se encuentra la calle Wilde (también hacia el oeste choca con Balcarce al 2.000, zona dura cercana a Villa Urquiza). En Wilde al 700 ocurrió el “crimen del basural”, donde hubo un pelea entre jóvenes que escarbaban desperdicios. Rodrigo Toloza, padre de uno de ellos, fue apuñalado al defenderlo. Murió cuando era trasladado en un carro al hospital. No había droga, había degradación social.

A pocas cuadras de la Wilde, en el corazón de la Villa, está la calle Martín Berho, zona de conflictos constantes, junto con la calle Panamá y Diagonal Chaco. La Berho sigue el recorrido de la vía del tren a Buenos Aires, que atraviesa el río Salí (cuyo puente está clausurado desde hace cuatro años, en arreglos cuyo final se desconoce).

Cerca de la Berho, sobre Blas Parera al 500, hubo un desenfreno de violencia en 2019. “Villa 9 de Julio se transformó en un infierno”, dijo un vecino, ante la muerte de un niño de 4 años, en un tiroteo que se atribuyó a las pelas territoriales de los “clanes” que, sospecha la Policía, venden drogas. Es la zona de Margarita Toro, condenada por venta de drogas y ex pareja del “Rengo Tevez” Ordóñez, muerto en 2008 y quien, se supone, llevó el “paco” desde Villa 9 de Julio a la Costanera, en esos tiempos.

Programa calificado de exitoso, olvidado

En 2020 la Policía montó en la escuela de calle Blas Parera al 400 el programa Cuadrantes de Patrulla y envió agentes a recorrer las calles. Un año después el comisario Jorge Mastafá, director de Prevención Ciudana, decía que la Villa se había tranquilizado. Para entonces, otro barrio cercano, San Cayetano, comenzaba a ser noticia por la violencia.

El año pasado el programa de Cuadrantes fue desarmado sin mayores explicaciones. ¿Y ahora la zona está inundada de violencia y droga?

La confusa información se repite a lo largo de los tiempos. Nadie sabe cómo es el circuito de entrada de droga que, al decir constante de los vecinos, ha ganado las villas históricamente marginales, porque es fácil de colocar y de comerciar, y más en sitios sin perspectivas de nada.

Mientras tanto, la Policía sigue actuando a su manera. Extiende el negocio de servicio adicional por la inseguridad reinante, y asordina escándalos que hacen suponer ocultos negociados, como el de las supuestas irregularidades con la provisión de nafta a los patrulleros.

Lo que se ve clarito es que las idas y vueltas en materia de seguridad permiten decir, al menos en Villa 9 de Julio- que todo está mal o que todo está bien, según el momento, sin que se sepa por qué. ¿Está fallando la estrategia de combatir sin pausa el narcomenudeo, si en realidad está creciendo la violencia? ¿Hacen falta más policías que los 11.000 que hay y a los cuales se van a añadir otros 500? ¿Harán falta más cámaras de vigilancia, ahora en las zonas rojas? ¿Y más alarmas vecinales? ¿Y autos? ¿Ayudará esto a saber de dónde viene la droga y cómo pararla?

Acaso haya que hacer frente al problema social. Cortar la demanda. Pero ahí el problema es más grande, porque es social. Desde la otra mirada, la de la salud, los médicos piden trabajar sobre los consumos problemáticos, incluido el alcohol; los trabajadores de Salud dicen que faltan elementos y políticas y abordajes serios para ayudar a los adictos presas de los transas. Desarrollo Social, acaso, tendría que decir qué está primero: la degradación social o la droga, y dónde está el germen de la violencia.

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