La plaza de El Mollar era un patio de juegos para Daniel Montoya, combinado con la cercana y poderosa presencia de los menhires. Por allí transitaba a diario, rumbo a la escuela. Tal vez el futuro arquitecto iba incubándose en aquellos retazos de infancia; puede que una idea fuera germinando, de a poco, con la misma calma que transmite La Angostura en una mañana de otoño. Aquel estudiante de primaria mutó en profesional de la Dirección de Patrimonio, y desde allí impulsa el proyecto que aspira a transformar El Mollar: Ocumen (Observatorio Cultural Los Menhires).
El Consejo Federal de Inversiones (CFI) está financiado el master plan orientado a convertir la plaza y el museo a cielo abierto contiguo en un gran parque turístico-cultural. Son los $25 millones que demanda, básicamente, el trabajo a cargo de un equipo de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU-UNT). Empezaron a elaborar el proyecto el año pasado y estará listo en abril.
Montoya destaca entre las aristas claves en este camino la activa participación de la comunidad de El Mollar, tanto del delegado comunal Jorge Cruz como de distintos representantes de la sociedad. Con ellos van tomando las decisiones, que abarcan desde cuestiones de infraestructura al impacto cultural, histórico y emocional que implica intervenir en el territorio. “Hasta el nombre está en discusión, porque menhir es una voz celta (significa piedra larga). ‘¿Por qué tenemos que usar esa palabra que no es la correcta, y no hablar de huancas?’, se preguntan. Todo esto se discute en las reuniones que mantenemos periódicamente”, indica Montoya.
Destaca que esta propuesta apunta a redefinir e incrementar el espacio público a través de un parque integrador del medio urbano, de la arquitectura y del paisaje. Así, la plaza de El Mollar y el espacio que hoy abarca el museo a cielo abierto armonizarán en un todo. “Pero no se trata de un proyecto faraónico -enfatiza Montoya-, puede adaptarse a los recursos disponibles y hacerse por etapas. Así está pensado”.
Quienes visitan El Mollar descubren, de movida, los problemas urbanísticos presentes desde hace décadas, producto de un crecimiento no planificado: la centralización de actividades, la congestión vehicular y la compleja accesibilidad a distintos puntos de la localidad. “Ocumen incluye resolver estas cuestiones -dice Montoya-. Por eso creemos que puede significar el reposicionamiento de El Mollar como destino cultural y turístico en el valle”.
En el caso de la plaza se trata de poner en valor sus elementos identitarios, como las pircas, y desde allí disponer ensanchamientos de veredas, la incorporación de caminerías que la vinculen al museo, reordenar las áreas de juego y de paseo, nueva iluminación y la forestación autóctona para incrementar los espacios verdes.
La intervención en el museo a cielo abierto es más complicada y requiere un trato minucioso, sobre todo porque se trata de una reserva arqueológica y porque los menhires no se tocan. Es más; por estos días un equipo de profesionales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) estudia un método para limpiarlos de los líquenes y del moho sin poner en riesgo su integridad. Otro dato, para muchos desconocido, es que en el predio hay un pozo que proporciona agua a numerosas familias de El Mollar. También funcionan allí la biblioteca popular “Manuel Aldonate”, talleres comunitarios y puestos de venta de artesanías. Contemplados estos aspectos, la transformación de este museo, que depende del Ente Cultural, promete ser total.
Según Montoya, la obra se estructura en torno a los menhires, que sirven como centro ceremonial y eje de las dependencias desplegadas alrededor. Una de las principales es el módulo de interpretación -con su correspondiente área de reserva-, cuyo guión museográfico incluirá tanto la historia como la actualidad de las comunidades originarias. Se integran a este edificio un local gastronómico; una oficina de información turística; un auditorio; la nueva sede para la biblioteca; puestos de venta de artesanías jerarquizados; sanitarios; áreas de descanso y hasta un cajero automático. También otros conceptos en iluminación, cartelería y un amplio estacionamiento.
“Hay mucho que analizar en una iniciativa como esta -subraya Montoya-. Aspectos ambientales, los estudios de suelos, el nivel de factibilidad de los proyectos. Y al mismo tiempo la cuestión científica ligada con la cultura, con la preservación del medio y con las emociones de un pueblo que defiende sus tradiciones”. Encontrar ese equilibrio es una de las metas de Ocumen y de allí lo nutrido del equipo que viene trabajando, por un lado desde la FAU y por otro en áreas específicas como la arqueología (Soledad Ibáñez), la museología (María Enríquez) y el turismo (Norma Montoya). Lo apropiado tratándose de un plan ambicioso, de esos que pueden dejar huellas, en este caso en una zona tan necesitada de redefinir su futuro como es El Mollar.