Entre las muchas anécdotas que contó Javier Milei en la noche del jueves hubo una que sintetiza la atmósfera libertaria. Según el Presidente, desde hace muchos años los protectores de pantalla de sus dispositivos tienen la sigla ANTF, que representa la frase que da el título a esta columna. Es que contra todos los pronósticos, el jefe de Estado cierra el año exultante y más envalentonado que tras el triunfo en el balotaje.
Es cierto que los invitados a la cena de la Fundación Federalismo y Libertad le dieron un toque intimista a la velada. Las luces tenues y los aplausos fáciles le permitieron al economista sentirse a sus anchas y hablar durante 82 minutos sin siquiera beber un sorbo de agua. Tan cómodo se movió que en varios momentos se apartó del discurso preparado y de sus exposiciones reiterativas para mostrarse más auténtico. Verborrágico, locuaz, agresivo y con algunas lagunas en su narrativa, Milei dejó en claro que no tiene previsto levantar el pie del acelerador. Y que su gestión, aunque choque o pise la banquina, seguirá en circulación por encima del límite de velocidad sugerido.
Más allá de algunos de los desvaríos que lo caracterizan, como haber planteado que Luis Caputo fue elegido como el mejor ministro de Economía del mundo o que su gobierno –de apenas un año en ejercicio- es el mejor de la historia argentina, lo real es que Milei logró en este tiempo voltear paredes que a priori parecían indestructibles. Por ejemplo, gobernar y ejercer poder real siendo minoría. Para eso, por supuesto, el Presidente contó con el apoyo invaluable de extrapartidarios. Como los dos gobernadores que lo escuchaban atentamente, y a quienes agradeció personalmente por su aporte: el tucumano Osvaldo Jaldo y el catamarqueño Raúl Jalil.
Quizá en ese tramo haya estado lo más novedoso de su discurso. Porque Milei aprovechó la afinidad con el público presente para diseminar mensajes políticos e indicios acerca de sus próximos pasos. La explicación de los tres ejes sobre los que versa su gobierno fue reveladora: el primero, la gestión; el segundo, la política; y el tercero, la batalla cultural.
Respecto del primer eje, el balance que puede hacer el Gobierno libertario no es más que positivo: la inflación se domó, el equilibrio fiscal se alcanzó y la política macroeconómica se acomodó. En materia de políticas sociales no tuvo mayores rebeliones, y las que hubo de a poco se fueron sofocando. Desde luego, queda en la columna del debe el derrame de ese ordenamiento hacia la economía doméstica. En cuanto a la política, allí es donde más sorpresas hubo. Milei arrancó en soledad su gobierno y en los primeros meses del año se enfrascó en topetazos innecesarios. A partir de esa experiencia, tejió acuerdos y comenzó a desenredar el ovillo. Se plantó frente al kirchnerismo y escogió pelear mano a mano, retroceder cuando debía y negociar cuando debía. Hay ejemplos de sobra. En esa línea, el Presidente confirmó en su discurso que no es una casualidad, sino una estrategia.
En particular, respecto de su relación con el PRO. No es casual que en medio de la descomposición del macrismo y del debilitamiento del ex presidente Mauricio Macri, el referente de La Libertad Avanza haya salido públicamente a respaldar al jefe del bloque amarillo de Diputados, Cristian Ritondo. “Hoy está siendo víctima de operaciones y persecuciones justamente por ayudarnos y colaborar”, se plantó, a modo de respuesta a la investigación periodística sobre departamentos a nombre de su esposa adquiridos mediante sociedades offshore en Miami. Para tomar dimensión de sus dichos: hasta ahora, ni siquiera el propio Macri dijo algo sobre su jefe de bancada. “Si bien hemos arrancado de espacios distintos, hoy nos encuentra cada día más cerca de este reordenamiento ideológico del que tanto hablé durante años”, amplió el Presidente en referencia a Ritondo y a los diputados del PRO. En paralelo, aprovechó que la UCR avanzó con la expulsión de tres diputados, entre ellos el tucumano Mariano Campero, para abrazar a los heridos. “También cabe el reconocimiento al grupo cada vez más grande de radicales que con el correr de los meses se han ido sumando este proyecto reformista que vino a cambiar a la Argentina. Estoy seguro que la sociedad reconocerá a quienes apoyaron el cambio de manera incondicional, de quienes buscaron excusas para obstaculizarlo”, los contuvo Milei.
Aquí vale una interrupción para contar una infidencia. Apenas finalizó el discurso, y mientras aguardaban que el Presidente saliera del hotel, en el bar departieron entre bromas y abrazos el propio Campero con los gobernadores peronistas Jaldo y Jalil. Hubo chanzas entre ellos respecto de su cercanía con los libertarios mientras, desde el otro lado del cordón de seguridad, el diputado Gerardo Huesen y el legislador José Macome, entre otros referentes locales de La Libertad Avanza, observaban la imagen y mascullaban bronca porque no los dejaban pasar. “Esto no puede ser, hay que decirle a Lisandro”, se les escuchó decir indignados. Luego de varios intentos y de la persistencia, pudieron cruzar. Pero fue en vano: Milei salió apurado y apenas si saludó antes de subirse a una camioneta. Así, la ilusión de la foto quedó pendiente.
De nuevo en el hilo político del Gobierno, también el Presidente dejó un mensaje claro de su ruptura con la vicepresidenta, Victoria Villarruel. No hizo falta que la mencionara para que quedara expuesto el enojo con su compañera de fórmula: recordó que en el Poder Ejecutivo no se subieron los sueldos y que tampoco lo hicieron los diputados porque Martín Menem se plantó y aplicó recortes, pero que sí hubo incrementos para los senadores. Y un detalle que no puede ser pasado por alto: así como hubo menciones, también hubo omisiones. El jefe de Estado no se refirió al escándalo político de su circunstancial aliado, el ahora ex senador Edgardo Kueider, destituido por intentar pasar a Paraguay una mochila con 200.000 dólares. Por cierto, ayer la Justicia le dio la razón al Senado y en particular a Villarruel: rechazó el planteo de restitución del entrerriano. Revés para Milei, que había tildado de “inválida” la sesión.
El último eje planteado por el libertario fue el de la batalla cultural. Y ahí es donde Milei puso énfasis y adelantó hacia dónde se enfocarán los próximos pasos: en ganar la calle y la opinión pública. “Esto no se arregla puteando desde la tribuna y mucho menos tirándoles piedras a los propios. Tenemos que entender que la batalla cultural no solo es en una oficina, en un escritorio, sino que también es en el campo de la política. Hay que entrar y hay que jugar y hay que ir y ganarles en la cancha”, reclamó.
La arenga de Milei, ante un auditorio colmado por muchos fieles y por varios acomodaticios, desnuda las intenciones de un gobierno dispuesto a avanzar contra sus rivales sin importarle las muestras de debilidad. No en vano, el Presidente les pidió involucrarse y dar la pelea. Desde las oscuras mesas lo escucharon oficialistas y opositores tucumanos. Algunos, como el propio Jaldo, quien se apuró por aclarar que su cercanía y acompañamiento obedece a la necesidad de priorizar al conjunto de los tucumanos por sobre lo partidario. Fue un mensaje con rebote directo en el armado electoral del peronismo para 2025 y en la disputa interna que se pueda avecinar. A muchos de los presentes les llamó la atención que estuvieran Jaldo y la intendenta Rossana Chahla, pero no el vicegobernador Miguel Acevedo. El presidente de la Cámara prefirió aprovechar la tarde-noche del viernes para someterse a unos chequeos médicos, según sus colaboradores. Al final de cuentas, no era un acto institucional, sino más bien político. Y libertario.