Este libro del poeta argentino Antonio Requeni (Buenos Aires, 1930) llegó a mis manos después de su fecha de edición y, aunque tardíamente leído, no quiero dejar pasar por alto la emoción que me produjo su lectura ya que el poeta se despide, con serenidad y en verso, ¿de la Poesía? Y también nos despide a nosotros, los lectores, al enfrentarnos a la conciencia del viaje final.
El título del libro nos hermana, desde su inicio, a la fuente machadiana que atraviesa toda la obra del poeta Requeni. El poeta sevillano Antonio Machado (1875-1939), con quien no sólo comparte el nombre, es el eco más notable de su Poética: dotar a las palabras de una claridad sin sombra que nos devuelvan el sentido de la propia vida. Una estética de la transparencia acompañada de una música propia, no sólo rítmica ni métrica, que se une a la esencia del significado, palabra estética así rescatada de la cotidianeidad del lenguaje. Requeni ha sabido escuchar ese temblor de las palabras sin veladuras que lo oculten y compartir, inclusive, el fondo meditativo machadiano.
Podemos decir además que Requeni es un poeta de la materia, de los sentidos, casi epicureísta, como queda demostrado ya en su primer libro: Luz de sueño (1951), semillero de toda su obra posterior. Así lo traduce el primer poema de juventud titulado «La alegría»: [….]. / Me acaricia la luz en este instante./ ¿Qué me importan la niebla y sus fantasmas?/ Me acaricia la luz./ Eso me basta. Y también en este inicio se anticipa ya la disyuntiva poética, siempre presente, entre los límites del lenguaje y la esencia de las cosas nombradas. Esta conciencia de los límites del lenguaje no le impide a Requeni el ser poeta y confiar en la poesía. Bástenos recordar el soneto «Los poetas» (El vaso de agua, 1997), donde el lenguaje de la Poesía nos une en un religare de posible salvación: […] Sustantivos, adverbios, adjetivos, / van dejando sus rastros en la página,/ y el verbo invoca la revelación / […] ¡Poesía,/ concédenos tu gracia! ¡Sálvanos!
Último viaje dialoga con toda la obra de Requeni, que ha cantado con amor otros viajes: España, Italia, América, pero en especial dialoga con Línea de sombra (1986), donde el poeta, inspirado en la cita de Joseph Conrad: «…de pronto vemos ante nosotros una línea de sombra…» se despide de la juventud y se prepara para transitar el resto del camino bajo la sombra tutelar del tiempo.
En Último Viaje se nos manifiesta con poesía el viejo compañero del Tiempo, el Cuerpo, en su decrepitud y con sus marcas: «Insomnio»; «Diabetes»; «Taquicardia»; cada signo, aunque doloroso, es transformado por la poesía en más poesía: La cabeza en la almohada como un pájaro muerto/en el oscuro centro de la noche. De pronto,/ todavía imprecisa, una palabra irrumpe, […] se abren pétalos, voces, aves, ríos, estrellas./ Así el poema nace del insomnio.
Junto a ese viejo compañero, el Cuerpo, del que el poeta había comenzado a despedirse en Línea de sombra, el yo poético se prepara para el último viaje, presente en la partida de los amigos, casi todos poetas, a los que escucha, como Quevedo, con los ojos, tal como lo cita: «Y escucho con mis ojos a los muertos».
Luego hay un dato que no es menor en el contexto de Último viaje: la pandemia del año 2020: «Estos poemas fueron redactados entre los meses de agosto y octubre de 2020», nos dice Requeni en un breve epígrafe, para agregar: «Me decidí a publicarlos pues no creo que en el tiempo de vivir que me queda se produzca otra pandemia que estimule mi regreso a la poesía».
Un credo afirmativo
La cárcel de ese contexto y su tiempo opresivo se hace poesía que nace de la misma poesía salvándonos de la cercanía de la muerte: ¿Quién podría venir a liberarnos/ de este lento y tedioso cautiverio? /Como Cervantes en Argel, soñando/ tras el rescate con su don Quijote;/ como Bocaccio urdiendo con amigos/ pícaros cuentos lejos de la peste./ Siempre nos salva la literatura. La poesía es así un credo afirmativo como lo fue para Cervantes, para Bocaccio y también para Borges, quien considera esta salvación no sólo estética sino también ética. Concepción que Requeni continúa con humilde fidelidad.
El poeta Antonio Requeni nos enfrenta al fin de la existencia desde la materia del lenguaje, con un ars moriendi que no discute la hipotética inmortalidad tras la muerte física sino que nos ilumina con dolorosa verdad.
Ha sido mi intención compartir la vivencia de esta lectura y a la vez manifestar gratitud a un poeta que atravesó la poesía argentina con devoción a esa «palabra en el tiempo», ajena a las modas o rupturas, fiel a la transparencia: «Siempre traté de crear una armonía entre el sentimiento –que, creo, no debe faltar en el poema– y un lenguaje trabajado con rigor estético, nos dice en Poesía Reunida (2014), nuestro poeta. Y los lectores agradecemos esa honestidad, el legado que nos deja en fraterna iluminación.
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LUCRECIA ROMERA.