

“Hay hombres que luchan un día y son buenos; otros, luchan un año y son mejores”, reza una frase que se le atribuye a Eugen Berthold Friedrich Brecht, un dramaturgo y poeta alemán, de los más influyentes del siglo XX.
En las canchas imperfectas de la Liga Tucumana, en la que conviven manchones de pasto y sectores de tierra tan firme que parece cemento, hay hombres que juegan sin cobrar, sin ilusiones, y en muchas ocasiones incluso sin público. Juegan como pueden y porque aman lo que hacen. Claro, sólo el amor o la pasión puede impulsarlos. Pero, ¿cómo se los llama a ellos? ¿Héroes? ¿Obstinados? ¿Fantasmas de lo que alguna vez fue un sueño?
El fin de semana comenzó una nueva edición del torneo Anual organizado por la Casa Madre del fútbol tucumano, y las preguntas vuelven a sonar como un eco en el medio de una cancha vacía como esas tantas que albergan partidos que parecen importarle a pocos: ¿Para qué sirve este torneo? ¿Cuál es la finalidad de un campeonato que cada año parece más devaluado? ¿Por qué los torneos amateurs de profesionales, los barriales y los de Las Cañas adquieren más atención y tienen más adeptos que aquel que supo brillar con luz propia?
Los partidos se juegan en campos que parecen haber sido olvidados por la geografía y por la historia, esa que indica que hace tiempo esos juegos eran el plato fuerte de cada domingo. Se trata de terrenos agrietados por el sol o encharcados por las lluvias. Canchas que tienen las líneas dibujadas con cal, imperfectas, a la vieja usanza, y vestuarios sin agua, sin luz y sin alma; y en los que las pelotas parecen estar casi tan desinfladas como las ilusiones de los protagonistas.
Los jugadores llegan a los partidos en motos o en autos que rechinan más que los botines en esos campos tensos. La gran mayoría tiene que trabajar para poder hacerle frente a la vida, porque el fútbol liguista no es el show que se ve por televisión o que se disfruta en las grandes ligas. Todo lo contrario, está muy lejos de eso. En las canchas tucumanas se lo sufre y por eso muchos deben rebuscársela como mozos, albañiles, changarines, o de lo que sea.
El talento no alcanza, tampoco las ganas y la pasión. Sin una estructura que los contenga, sin una dirigencia que los piense como proyecto y no como gasto, el salto de categoría parece ser una utopía. Muy pocos son los futbolistas que logran despegar. La mayoría se queda revoloteando en ese limbo futbolero que va del potrero al olvido. “El torneo de la Liga es extremadamente deficitario. Nadie lo quiere decir públicamente, pero es lo que piensan todos los dirigentes de todos los clubes”, le dijo a LA GACETA un hombre estrechamente ligado al fútbol de un equipo de la capital. “Abrir un estadio para jugar de local cuesta alrededor de $500.000 y cuando vas a jugar un partido al interior, tenés que contratar los ómnibus que tienen una tarifa de $350.000 aproximadamente”, agregó. Así, de movida, una institución necesita casi 2 millones de pesos por mes para saltar al campo de juego.
El nivel del torneo es pobrísimo, aunque el corazón sea grande. Pero el corazón no alcanza cuando no hay plata ni para pagarle a la terna arbitral, ni para poner una ambulancia que aguarde un caso de emergencia, ni para mantener un alambrado, ni para pagarle un sueldo a los boleteros. “Para colmo, los aranceles para este año tuvieron un incremento muy grande”, aseguró otro dirigente. Los carnets para cada jugador cuesta $15.000 cuando el año pasado costaban $4.000; en tanto que los pases de los jugadores pasaron de $10.000 a $30.000. Y ahí es donde el fútbol se convierte en una especie de milagro precario que se repite por costumbre, casi como rezar sin creer.
Ley de la selva
En la Liga parece valer la ley de la selva. El que puede se salva y el que no, mala suerte. Los futbolistas sueñan con dejar de lado el sufrimiento diario para brillar en otras ligas, los dirigentes de los clubes hacen malabares porque el amor por los colores vale más que cualquier cosa y los de la casa madre apuestan sólo a que el circo continúe. Si no, no se explica que en un torneo en el que las recaudaciones son como agua en el desierto para las instituciones, hace un tiempo la Liga haya determinado que los partidos decisivos se disputen en campo neutral; con un dato fulminante: los equipos que juegan esos duelos deben hacerse cargo de todos los gastos de organización, pero a la recaudación se la lleva la Liga.
Como si todo esto fuera poco, después aparece el tema de la violencia, un punto que no puede pasarse por alto. Pensar en un fútbol de la Liga sin violencia parece algo imposible porque ese flagelo acecha como una sombra alargada detrás del alambrado, y está firmemente enquistado en cada una de las canchas nuestras de cada día.
Durante la última temporada hubo árbitros golpeados, invasiones de campo, peleas entre hinchadas, amenazas, jugadores agredidos, partidos suspendidos por falta de garantías y mucho más. En los torneos organizados por la Liga Tucumana todo eso forma parte de la escenografía cotidiana, y muchas veces el pitazo final no marca el cierre de un juego, sino el comienzo del caos, de los problemas, de la angustia y de los hechos policiales. Ahí se viven escenas dignas de la recordada película “Relatos Salvajes”.
¿Para qué sirve entonces un torneo en el sólo parece haber puntos en contra? A los grandes de nuestra provincia sólo para foguear futbolistas jóvenes con potencial. “Por ahí podés darle rodaje a algún chico que tenga condiciones como para saltearse algunas etapas”, explicó un directivo que trabaja hace años en las formativas. Y en el resto de las instituciones sólo para que sigan alimentándose esos sueños que casi nunca terminan de concretarse. Y también para que algunos clubes puedan seguir viviendo (o sobreviviendo); porque no alcanza con la emoción si no hay un proyecto que lo haga sostenible, competitivo y seguro.
El Anual se juega con uñas; a veces rotas, a veces con sangre. Pero aún se juega pese a todas las contras y a lo oscuro que pinta el panorama cada año. Pero si algo enseña el fútbol es que a veces, incluso en el barro, puede aparecer una gambeta hermosa que desactive hasta a la marca más pegajosa. Ojalá los dirigentes puedan verla, por el bien el fútbol y de aquellos que sueñan con un futuro futbolístico mejor mientras tragan tierra en las polvorientas canchas de nuestra tierra.