Hoy es el más reconocido, el más respetado; para muchos, el mejor. Siempre es arriesgado lanzar al aire este tipo de calificaciones referidas a oficios o disciplinas que no cuentan con marcas inapelables como las del atletismo. La cantidad de balones de oro o de Pulitzer no son indicadores suficientes para cerrar la discusión en el fútbol o en el periodismo. Pero hay momentos o épocas de consensos entre colegas. Pasa con Messi, y en su momento con Maradona o Pelé, en el fútbol. En el periodismo ocurrió con Carl Bernstein, Bob Woodward y Ben Bradlee, los periodistas y el editor del Watergate en los 70. Hoy, dentro del mismo oficio, ese lugar lo ocupa Marty Baron.
Al igual que con Bernstein, Woodward y Bradlee, la consagración terminó de cuajar de la mano del cine. En Todos los hombres del presidente, ganadora del Oscar a la mejor película en 1977, Robert Redford, Dustin Hoffman y Jason Robards dejaron grabada, en la memoria de los espectadores, la odisea de los periodistas del Washington Post que llevaron adelante las investigaciones que terminaron con la renuncia del presidente Richard Nixon.
Baron también tuvo su película y su Oscar. Spotlight, el mejor filme de 2015 según la Academia de Hollywood, cuenta la historia de la investigación de casos de pederastia en la Iglesia Católica llevada adelante por The Boston Globe, dirigido por Baron. Spotlight muestra cómo este periodista llega a Boston, la ciudad con mayor porcentaje de católicos en los Estados Unidos, desde Nueva York y su anterior trabajo en The New York Times, propietario por entonces del tradicional diario bostoniano. Tiene la misión de dirigir una redacción difícil, con subordinados como Ben Bradlee Jr., hijo del célebre editor (encarnado en el cine, además, por Tom Hanks en The Post). Baron apoyará a Spotlight, el equipo de investigación del diario, para que se cuente lo que muy pocos quieren que salga a la luz, pero que debe ser contado para que siga habiendo luz.
Asamblea de la SIP: “Trump y Milei favorecen las medidas autoritarias”, afirmó el ex director del Washington PostLa escena de la película en la que Baron, interpretado por Liev Schreiber, rechaza el pacto fáustico que le propone el cardenal Bernard Law es antológica. “Notará que Boston sigue siendo una pequeña ciudad y creo que la ciudad florece cuando las grandes instituciones trabajan juntas”, le dice Law. “Creo –contesta Baron- que el mejor funcionamiento de un diario se da cuando está solo”.
No es “un gran periodista”
La comparación con Messi tiene más de un punto de contacto. Baron, como el ídolo futbolístico, es un monomaníaco de su oficio. No es un periodista “full time” sino “full life”. No tiene flancos débiles, como la inmensa mayoría de nosotros.
Lo dije alguna vez, parafraseando a Borges: no corresponde decir que es un gran periodista porque en su caso el adjetivo disminuye al sustantivo. Es un periodista, plenamente.
Las similitudes no acaban allí. Messi y Baron constituyen modelos inspiradores. Son buenas personas. Y nos ayudan a ser mejores. Marty es la reserva moral del periodismo, oráculo al que acudimos cuando se deben tomar decisiones difíciles. Él ha tomado muchas de las más complejas del oficio y siempre optó con honestidad, lucidez y criterio.
Conocí a Baron en las oficinas del Washington Post, en 2015. Él había desembarcado allí en 2012, meses antes de la venta de la familia Graham a Jeff Bezos, una de las transacciones más impactantes para la industria periodística de los últimos años. Todos querían saber cómo avanzaba el experimento de combinar a un ícono de la industria tecnológica, que estaba minando la sustentabilidad periodística, con uno de los emblemas de la profesión a nivel mundial. Lo que vimos, y nos contó Baron, era una redacción que crecía en número, con ingenieros que se mezclaban con cronistas, obsesión por la velocidad de descarga de los contenidos, las métricas y los datos pero manteniendo la tradición de generar historias propias y, sin buscarlo deliberadamente, más Pulitzer. En esos años el Post pasó de ser un diario de Washington a convertirse en un medio internacional y su modelo de negocios incorporó, con notable potencia, significativos ingresos de suscripciones digitales, ciertamente empujadas por la victoria de Donald Trump y por el papel que jugó el diario durante su gestión.
De esto último habla en su último libro, de flamante edición en nuestro país, Frente al poder. Trump, Bezos y el Washington Post. Habla del pasado reciente pero, a nueve días de las elecciones más determinantes de los últimos tiempos para el destino de los Estados Unidos y del planeta, también nos habla de un futuro probable. De lo que puede pasar con la democracia, las libertades y la paz en el mundo.
Lo que puede venir, según Baron
En los últimos años, me encontré con Baron en congresos que se hicieron en ciudades muy diversas. Salt Lake City, Sao Paulo, Copenhague, Itu (mientras escribía el capítulo final de su libro). El encuentro más reciente fue en Córdoba, la semana pasada, durante la asamblea de la SIP, que tuvo a Baron como orador estrella.
Todo el mundo le preguntó por un eventual nuevo mandato de Trump. Y ese es el tema que tiene en mente para un nuevo libro. Cree que una segunda presidencia puede ser una versión mucho más radicalizada de la primera. Ha dicho que será un dictador desde el día uno, que encarcelará periodistas, que quitará las licencias a las cadenas de televisión, que usará las fuerzas armadas dentro del territorio estadounidense.
Está anunciando, en definitiva, que desmontará la democracia. Aunque se mantenga en lo discursivo, eso dará luz verde para que muchos lo hagan alrededor del mundo. El 5 de noviembre veremos si eso puede ocurrir. Si ganara su contrincante, la tranquilidad no está asegurada. Como si fuera un chiste de Groucho Marx, Trump ha dicho que aceptará los resultados de las elecciones…siempre y cuando él gane.
Lecciones de Baron, un maestro
En tiempos de creciente relativismo, Baron defiende la objetividad. “Muchos dicen ‘yo tengo mi verdad y tú tienes la tuya’. Rechazo esa idea. Claro que podemos estar en desacuerdo en el abordaje o en el análisis de los problemas o sobre las formas de resolverlos. Esa es la naturaleza de la democracia. Pero hay una serie de hechos indubitables, cuya existencia debemos compartir y sobre los que debe darse la discusión”, dice.
“Los periodistas -agrega- no somos taquígrafos, tampoco activistas. Debemos ejercer nuestro trabajo con honestidad, con una mente abierta a escuchar siempre a todos, a interpretar los distintos puntos de vista que conviven en nuestras sociedades. ‘No estamos en guerra, estamos trabajando’ (we are not at war, we are at work), la frase que dije cuando Trump dijo que estaba en guerra contra nosotros, seguramente es la cita por la que más se me recuerda. La Primera Enmienda de nuestra Constitución garantiza la libertad de expresión y de prensa para que las usemos en el examen de personajes públicos y de las medidas que toman afectando las vidas de todos. Se espera de nosotros ese escrutinio, que no es una tomografía, consiste en mirar debajo de la superficie. Quién hizo qué y por qué, quién influyó en esa decisión y quiénes y cómo fueron afectados”.
Le pregunto sobre la afición de ciertos líderes por las redes. “Es natural. No hay preguntas incómodas y no generan información. No conozco ninguna primicia dada por Twitter, hoy X. Por el contrario, su dueño es el mayor difusor de desinformación de todo el planeta” contesta.
Ha recorrido el mundo pero solo vino una vez a la Argentina, 40 años atrás. No quiso recibir honorarios por las charlas que dio y se resistió a viajar en clase ejecutiva. Pronto volverá a su casa rural, en Massachusetts, a la que a veces se acercan osos que viven no muy lejos de ahí. En estos tiempos acelerados, el periodismo, en todo el mundo, cuenta con el consejo y la sabiduría de Marty, nuestro Messi. © LA GACETA