En la orilla del dique El Cadillal, la gente empieza a amontonarse. Es domingo a la mañana. El motivo de la cita: una competencia de aguas abiertas que reúne a nadadores de distintas categorías. Cuando aparece ella, de malla roja y gorra blanca, hay aplausos salpicados, abrazos y lágrimas imposibles de retener. Isolina Maisano empieza a prepararse. Deja el bastón a un lado y, con ayuda de su familia, se sienta en el agua a esperar la orden de largada. El desafío es nadar lo que más pueda, con el convencimiento de que lo ha dado todo una vez más. De que siempre es posible reinventarse, aún cuando la vida te ha puesto una piedra enorme en el camino. O varias.

Isolina, que tiene 46 años y es profesora de inglés, se ha trazado una meta que parece imposible: debe nadar 1.000 metros. Lo hace para demostrar (se) que las personas con alguna discapacidad pueden llevar a cabo sus pasiones y pueden superarse. Solo necesitan la oportunidad, y una sociedad más inclusiva.

Su historia

Ha pasado por muchos momentos duros en su vida. Y  ha salido fortalecida. Sin embargo, odia la frase “las cosas pasan por algo”. Después de haber perdido embarazos y un bebé a pocos días de haber nacido, contra todo pronóstico, Isolina logró cumplir el sueño de tener su segunda hija, Helena, en medio de la pandemia por covid 19.

Fue un embarazo de altísimo riesgo, la derivaron a un hospital de Buenos Aires, adonde tuvo que mudarse durante tres meses. Allí nació Helena, y estuvo internada 20 días en neonatología porque su estado era de gravedad.

ATENTA. Maisano observa al resto de los competidores durante la jornada en El Cadillal. LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ

Un año después de ese “milagro”, según ella misma lo describe, empezó a sentir dolores en la cintura cuando salía a correr. Pensó que podía ser porque no estaba en buen estado físico. Sin embargo, las molestias no cesaban, y se sumó una pequeña hemorragia.

Recuerda que un día jugando con su hija percibió un bulto en la cadera. Lo tocó y sintió un dolor agudo. Después de la visita al médico, una resonancia magnética  reveló el tamaño de su desgracia: el informe decía osteosarcoma, que es un tipo de cáncer que se origina en los huesos.

Cirugía compleja

“Me acuerdo que cuando leí el diagnóstico, yo estaba cruzando el puente peatonal de la calle Córdoba y me largué a llorar a mares”, cuenta. Luego, empezaron las visitas a los médicos oncólogos. La única opción que tenía era una cirugía de alta complejidad, en la cual le iban a sacar gran parte de la cadera porque el tamaño del tumor era cada vez mayor: “ya se me había hecho una pelota enorme en el lado izquierdo”.

Viajó a Buenos Aires, al hospital Austral, donde la operaron a fines de 2022. Le pusieron una prótesis y una malla metálica.  “Me sacaron la mitad de la cadera y la cabeza del húmero. Me tajearon entera, me cortaron los músculos. Tuvieron que ponerme una masa para sostener los órganos. Fue una operación de 16 horas. Tenía un 30% de posibilidad de morir en la cirugía. Me hicieron cinco transfusiones de sangre para que aguante. Pudieron sacar todo el tumor y afortunadamente no necesité quimioterapia”, resalta.

La recuperación

La recuperación, según recuerda, fue muy larga. Para colmo, al regresar a Tucumán, tuvo una infección y la internaron 40 días más. “Y otra vez, la pesadilla”, acota.

Al principio, no podía caminar ni moverse. Vivía con un dolor insoportable y tomando calmantes a toda hora. Aunque intentaba no usar la silla de ruedas, a veces no le quedaba más opción.

No es fácil para Isolina hablar de esos duros momentos. Recuerda que hubo una gran movida en Tucumán para juntar dinero para la operación, y que fueron muchos días lejos de su casa. Pero ella tenía muchos deseos de vivir. Por eso nunca bajó los brazos, aún sabiendo que iba a empezar una nueva vida, y que tal vez nunca iba a volver a estar frente a las aulas. “Me cuesta mucho caminar, no puedo estar demasiado tiempo parada ni sentarse en cualquier silla”, apunta.

Se sentía un trapo. Sin fuerzas.  Extrañaba salir a correr, su otra pasión desde que era joven. De a poco fue dejando la silla de ruedas y usando más las muletas. Así pasó al bastón, que es lo que utiliza hoy, a dos años de la intervención quirúrgica.

Los dolores no desaparecieron nunca. “Los aguanto, no me queda otra. Prefiero eso a tener que tomar muchos calmantes, que ya me hicieron un agujero en el estómago”, explica Isolina.

Llegó a la natación alentada por su médico. “Una de las cosas que no me causan dolor es nadar. Me lo recomendaron como rehabilitación y para recuperar toda la masa muscular que había perdido: me dijeron eso o bicicleta fija, que no me gusta. Yo antes corría seis o siete días por semana”, rememora la mujer de pelo rubio y ojos celestes.

EN ACCIÓN. Isolina nada en las aguas abiertas del dique El Cadillal. LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ

A su instructor de natación, Isolina le dijo sin vueltas: “tratame como una más”.  Y así fue. Siempre se puso a nadar a la par de los otros nadadores. Pudo avanzar un montón. Brazadas tras brazadas, se enteró de la carrera en El Cadillal y preguntó si se podía anotar. Le dijeron que sí. “Igualmente nunca dudé que me iba a inscribir en la categoría participativos. Al principio dije: ‘voy por los 500 metros, después me animé a los 1.000 y lo logré’”, celebra la docente, orgullosa, ante la mirada emocionada de su hijo mayor, Gerónimo (19), que se encarga de que no le falte el bloqueador solar a su mamá.

“Fue todo un tema porque tenía que entrenar en el dique, tenía que comprarme un traje y conseguir un grupo. Como soy discapacitada, me ven caminar con el bastón y se asustan; piensan que soy una loca que se quiere meter al agua y que van a tener que ir a rescatar. Al final conseguí grupo y entrené hasta 2.000 metros nadando sin parar, sin un descanso, porque yo voy muy despacio, a mi ritmo”, relata.

Obstáculos

Lo más duro para Isolina no fue la carrera, sino tener que movilizarse con el bastón por el terreno de El Cadillal. Lo mismo le pasa cuando quiere andar por la ciudad. “Deberíamos tener lugares públicos más inclusivos, para que todas las personas que tienen alguna discapacidad puedan realizarse deportivamente. Necesitamos más sitios adaptados a nuestras necesidades. Profesores dispuestos y preparados para entrenarnos sí hay, pero faltan baños y rampas. Muchas veces estamos encerrados y no salimos o no avanzamos, y esto es porque no nos animamos, porque no están las condiciones dadas. Falta infraestructura”, reclama.

Se queja de las veces que le ha tocado ir a un centro médico y sólo había escaleras. O cuando recién empezó natación, que dependía de su esposo para todo porque no había rampas ni sanitarios para discapacitados. “Es maltrato y discriminación”, asegura.

Por suerte ahora encontró un lugar adaptado, y se animó a conducir su auto, que al ser automático, lo puede manejar sin mayores problemas.

BIEN ACOMPAÑADA. Isolina junto a su esposo y su hijo, quienes la acompañaron en El Cadillal. LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ

“Hagamos realmente un mundo inclusivo”, dice. “Suena a cliché pero es necesario recordar cuánto podes cambiar la vida de una persona cuando ponés una rampa en la entrada, si instalas un baño adaptado y bien hecho en un lugar público como un club deportivo. En mi caso, las instalaciones para discapacitados (junto al equipo de profes) posibilitó que yo alcance a caminar solo con bastón, pueda nadar, y compita hoy”, sostuvo.

- ¿Qué es la natación para vos?

- Es algo que me hace libre, que  me sacó adelante. Me devolvió la normalidad y las ganas de superarme. La cirugía me salvó, pero fue el deporte el que me dio las fuerzas para poder establecerme de nuevo en la vida de mis hijos, de Helena y de Gerónimo. Pude volver a dar clases tranquila, a mi ritmo y en forma virtual. Pero lo logré. La natación ya es para mi una necesidad.


-¿Y por qué no te gusta la frase “las cosas pasan por algo”?

- Háganse un favor a ustedes y a los demás y no reproduzcan esta frase repudiable. Es cruel, injusta e injustificada. Las personas con cáncer, con alguna discapacidad o que sufrieron alguna tragedia no se merecen escuchar eso ni se merecen los que les sucedió. Las cosas buenas y malas pasan y hay que vivirlas, con todas las herramientas y el apoyo con el que contemos.


Isolina está ilusionada. Haber logrado nadar en aguas abiertas, llegar a la meta, la impulsa a seguir adelante en este deporte que abrazó “porque no le quedaban muchas opciones”. Quiere seguir practicando, seguir sincronizando respiración y brazadas en el agua, mejorando su estilo. Como cualquier otro nadador. “No tengan miedo a alcanzar la libertad. Para mí, la libertad era poder primero poder levantarme de la cama y poder trasladarme. Siempre busquen correr la vara más arriba, de a poco, con pequeños triunfos”, resume.