Desde hace 10 años -más precisamente, desde el 5 de diciembre de 2014- se celebra el Día Mundial del Suelo, una fecha conmemorativa impuesta por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a pedido de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
El objetivo de esta celebración es centrar la atención en la importancia de un suelo sano, y fomentar la gestión sostenible de este.
Se trata de un recurso fundamental para producir alimentos, ya que se calcula que en el mundo el 95% es producido directa o indirectamente en el suelo.
Tener un suelo sano y fuerte es fundamental para producir. Y para conocer qué suelo tenemos, la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) difundió un test para que el productor sepa cuál es su situación mediante seis pruebas fáciles de determinar: saber si el suelo presenta estructuras laminares adecuadas; si el crecimiento de raíces tiene una dirección adecuada; tener en cuenta el resultado del test de estallido de una masa de suelo; tener en cuenta la resistencia a la penetración; observar la infiltración del agua por el suelo y cuál es el valor de la densidad aparente.
El productor sabe que el suelo es un recurso clave, que todos debemos cuidar. Debido a ello, de manera muy rápida logró insertar en su sistema de producción el sistema de siembra directa, un gran aliado para brindar al suelo beneficios más que importantes.
Entre las múltiples ventajas que ofrece el sistema de siembra directa figura la mejora de las propiedades biológicas, químicas y bioquímicas del suelo, lo que hace más eficiente el uso del agua.
Conservar sano al suelo resulta clave para la producción agraria y, por ende, para el sistema alimentario global. Es la base del medio en el cual crecen casi todas las plantas destinadas a la producción de los sustentos de personas y de animales.
No se pueden producir alimentos de calidad si los suelos no son sanos y vivos. En el último medio siglo, los avances en materia de tecnología agrícola y el aumento de la demanda -provocado por el crecimiento de la población mundial- ejercieron una creciente presión sobre aquel recurso.
En numerosos países, entre los que se encuentra la Argentina, la producción agrícola intensiva provocó un grave agotamiento de los suelos. Esta situación puso en peligro la capacidad productiva y, aunque suene alarmante, la chance de satisfacer las necesidades de las próximas generaciones.
Nuestro país fue y sigue siendo el más avanzado en el uso de la tecnología de siembra directa, que permitió un cambio de paradigma en el uso y en la conservación del suelo, al proponer una agricultura que imite el funcionamiento edáfico de los ambientes naturales.
El uso continuo de este sistema productivo, con el uso adecuado de rotaciones en intensidad y en diversidad, tiene como consecuencia el aumento en un volumen superficial del suelo de los contenidos de materia orgánica. En siembra directa se genera una capa superficial enriquecida con residuos orgánicos, alterando la dinámica de la materia orgánica y el ciclado de nutrientes.
Es necesario mantener y aumentar los contenidos de materia orgánica del suelo, lo que es considerado uno de los principales indicadores de su calidad. Y la siembra directa tiende a mejorar las propiedades biológicas, químicas y bioquímicas de los suelos, y cambia la composición, distribución y actividades de las comunidades microbianas.
Ni hablar de la ventaja que tiene la presencia de rastrojos, que se generan en cada ciclo de cultivo en cantidad y en calidad de residuos orgánicos, además de promover aumentos en los contenidos de materia orgánica, estimulan a aumentos significativos de los niveles de carbono de la biomasa microbiana.
Impacto
El uso adecuado de la siembra directa tiene un impacto muy grande y rápido en las propiedades del suelo, como la porosidad edáfica.
Al no remover el suelo, la descomposición de raíces y la deposición de residuos orgánicos en superficie favorecen la regeneración permanente de poros estables.
Realmente son muchos los beneficios que se pueden lograr si el productor trabaja de manera adecuada para conservar el suelo en el cual cultiva todos los años.
Proteger los suelos en los cuales producimos alimentos para toda la población mundial resulta vital. Debido a ello, el conocimiento para conservarlo de la mejor manera posible debe ser la línea a seguir para desarrollar soluciones innovadoras que aborden de manera efectiva los desafíos fundamentales asociados con la gestión del suelo.