El tren tiene ese encanto especial. El traqueteo típico de las vías -más aún si son de antaño- y la imaginación juegan a lo largo del recorrido.
La partida, muchas veces es la muestra de la tristeza. En el andén quedan recuerdos, añoranzas, vivencias. Después, con el correr de los minutos y del viaje, la vida interior del tren va apaciguando todo.
A medida que se va acercando el destino, la alegría y la emoción bailan al mismo ritmo y entusiasma a los pasajeros. La esperanza se sube al tren y es ella la que espera el encuentro con los que están esperando. De nuevo en el andén están todos los estados de ánimo.
Si a estas sensaciones se suman la pasión y la fuerza de los ídolos todos es más intenso aún.
La llegada tiene un sabor muy especial, ahí caben los sentimientos del que está dentro del tren e imagina toda la emoción y la aceleración que sentirá cuando llegue y se abrace con el que espera en el andén. Y está también el que desde el andén se ilusiona con lo que vivirá en el momento en el que se encuentre con el viajero. Lo quiere ver y si es alguien a quien admira mucho mejor.
Así estaban los sentimientos en 1950, en la estación San Cristóbal cuando el tren se frenó. Los jugadores de San Martín no podían descender porque los hinchas sólo querían expresar su entusiasmo y emoción. Los jugadores les traían de regalo el subcampeonato del Torneo Evita de aquel año.