La economía se mueve a distintos ritmos. Cuando algunos sectores se aceleran, otros no logran arrancar. En el semáforo de la actividad, siempre hay luces amarillas encendidas. El primer trimestre parecía traer buenas noticias desde lo numérico. El Producto Bruto Interno creció 0,8% sin estacionalidad y avanzó 5,8% interanual. Son cifras que apuntan a una recuperación firme, aunque algo más moderada que la que sugería el Estimador Mensual de Actividad Económica (1,5% trimestral y 6,1% interanual), indica un reporte de GMA Capital.

Sin embargo, detrás del dato hay más dudas que certezas: la recuperación sigue asentada en el consumo privado, que subió 2,9% trimestral gracias a la mejora del crédito y boom turístico. La inversión anotó un alza de 9,8% para el mismo período, pero aún no se consolida como motor sostenido, señala ese diagnóstico. Esa visión es coincidente con la de Eduardo Fracchia, profesor de Economía en IAE Business School. “El RIGI parecería lento en cuanto a la entrada (y también la aprobación) de proyectos. La construcción está en niveles mínimos con costos crecientes. En esta dinámica influye el retroceso de las obras públicas. La inversión extranjera directa está muy débil. Hay ramas muy promisorias como minería, petróleo y gas, a las que se suma el agro y los servicios basados en conocimiento. Estas actividades, con mucho potencial de generar ingresos de divisas, emplean relativamente poca mano de obra directa”, detalla.  Y añade: la industria tiene signos de debilidad en muchas de sus ramas, sensibles a este nivel de tipo de cambio. “La estrategia del gobierno de bajar impuestos para disminuir el costo argentino es valiosa, pero con tiempos que no cuadran si hay que esperar reformas estructurales con las exigencias sectoriales que son de corto plazo”, dice Fracchia.  

El economista Nery Persichini apunta otras cuestiones. “Las conclusiones de la balanza de pagos son inexorables: en el primer trimestre del año Argentina desahorró, y el resto del mundo lo financió. En rigor, hubo un déficit de cuenta corriente compensado por un superávit de cuenta capital y financiera, y acumulación de reservas”, fundamenta.

Por un lado, la cuenta corriente tuvo un rojo de casi U$S 5.200 millones (0,8% del PBI), tras un año completo de superávit. Esto duplicó la proyección del FMI para este año (no se trata de una meta estructural del programa).

Un doble clic muestra que el superávit comercial se redujo drásticamente a U$S 2.100 millones (versus U$S 5.100 millones en el primer trimestre de 2024). Este no alcanzó para compensar un desequilibrio creciente en servicios que anotó un rojo de U$S 4.500 millones, un dato récord desde 2006, explicado casi en tres cuartas partes por el déficit de turismo, acota Persichini.

Como contrapartida, la cuenta financiera mostró un ingreso neto de capitales por U$S 7.229 millones, producto de una reducción en las tenencias de activos financieros externos netos por U$S 6.550 millones (U$S 5.628 millones fueron caída de reservas brutas) y un aumento de los pasivos netos por U$S 680 millones. ¿Quién tiene la culpa? No hay consenso. Muchos economistas señalan al tipo de cambio real bajo (el menor desde 2017 según el precio de la soja con retenciones). Otros, al proceso de inversión del sector privado financiado por el resto del mundo gracias al fortalecimiento de la confianza. “Pero sendos bandos también muestran coincidencias: en 2025 el calendario de importaciones está regularizado y el déficit fiscal no está, en esta ocasión, en el sillón de los acusados del desequilibrio”, sostiene Persichini. En este contexto, el tipo de cambio continúa operando en el centro de la banda, en torno a $ 1.200. Si bien datos de mayo confirman que el Central incrementó su venta de futuros de dólar a casi U$S 2.000 millones, no se vio un fuerte aumento del interés abierto durante junio. Esto  hace suponer que la autoridad monetaria ha frenado o, al menos, disminuido la intensidad de esta estrategia para contener el avance de la divisa.

¿Qué se espera del tipo de cambio en adelante? En principio, afirma GMA, la flexibilidad del actual esquema permite que no se acumulen fuertes expectativas de devaluación que amenacen romper una paridad cambiaria o un crawl del dólar. El valor de la divisa simplemente se ajusta frente a la demanda. Sin embargo, a partir de las curvas CER y Dollar Linked podemos ver que el tipo de cambio real breakeven para mediados de 2026 se posiciona en $ 1.315, una vez más por encima del nivel actual.

Esto implicaría una expectativa devaluación real frente al dólar del 10%. De todos modos, lo cierto es que este nivel para nada refleja una crisis cambiaria. Por el contrario, representaría ubicarse a niveles de hoy en el 70% de la banda cambiaria, ni siquiera testeando el techo de ésta, puntualiza GMA. Así, el mercado confía en que, aún después de las elecciones, el dólar se encontraría controlado. A pesar de esto, desde el inicio de la Fase 3 y el furor inicial que le siguió al anuncio de las medidas, el riesgo país no logra reducirse sostenidamente.