Stefania Ferrando volvió al país después de representar a la Argentina en un encuentro de mujeres deportistas en México. Venía de colgarse una medalla de bronce en los Juegos Paralímpicos de París 2024, pero el reconocimiento duró poco: cuando aterrizó en Ezeiza el 4 de agosto, su silla de ruedas postural eléctrica (la que usa para entrenar, trabajar, movilizarse y sostener su cuerpo) estaba completamente destruida.

“No se puede reparar”, le dijeron. Y no era una frase exagerada: tenía fracturas en el chasis, soldaduras desprendidas, la caja de baterías rota y fallas eléctricas que, según un técnico especializado, incluso podrían haber provocado un cortocircuito e incendio. “Para romperla como la rompieron, se les debe haber caído desde una altura de entre ocho y diez metros”, relató la deportista nacida en Gualeguay, Entre Ríos.

Stefania tiene atrofia muscular espinal tipo 2, una condición que la acompaña desde que era bebé. Desde hace años usa un dispositivo altamente especializado que le permite mantener la postura y moverse de forma autónoma. Esa silla es su independencia. “Gracias a ella puedo ir a mis terapias, entrenar, trabajar y vivir mi día a día”, explicó con angustia.

Tras publicar un video en redes mostrando el estado en que recibió su silla, la medallista decidió visibilizar una problemática que no es nueva para las personas con discapacidad: el maltrato sistemático y la negligencia de las aerolíneas al transportar sillas de ruedas. “Esto pasa muy seguido. No sabemos si, al llegar a destino, nuestros dispositivos ortopédicos o deportivos van a estar en condiciones. Las aerolíneas no pueden seguir maltratando algo que es tan vital como nuestras piernas”, denunció.

La situación no solo compromete su carrera deportiva: también le impide continuar con su vida cotidiana. Hoy, Stefania depende de una silla prestada, sin soporte postural ni los mecanismos de seguridad que su cuerpo necesita. “Ni siquiera puedo estar más de una hora sentada en esta silla porque no lo soporto. No tengo la independencia para moverme sola en mi casa, ir a trabajar o salir a mis terapias. Esto rompe con mi día a día”, expresó.

A pesar del dolor y la bronca, no está sola. Su familia, su equipo de salud y sus colegas la están acompañando en los reclamos. “Me ayudaron a buscar presupuestos y a hacer todos los trámites para poder avanzar”, contó. Luego de insistir, la aerolínea se comunicó para confirmar que se harán cargo del 100% del valor de una nueva silla. Pero los tiempos burocráticos no ayudan: le dijeron que recién en 7 a 10 días hábiles podría contar con el dinero.

El caso de Stefania vuelve a exponer una deuda pendiente: la falta de responsabilidad de las compañías aéreas frente al traslado de dispositivos vitales. Ella lo dijo claro: esto no le pasó solo a ella, le pasa a muchas personas. Y seguirá pasando, hasta que el sistema cambie.