La base está, diría un reconocido técnico de fútbol. Las tensiones eran incesantes y la falta de coordinación no permitía al mercado vislumbrar por dónde iría el plan económico del presidente Javier Milei. Por esa razón, tras las elecciones legislativas que consolidaron a la gestión libertaria, el economista Fernando Marengo llegó a la conclusión que “el problema no era la falta de sustentabilidad económica, sino la falta de confianza”. Ahora, con mayor fortaleza política, el desafío será convertir legitimidad en gestión y reformas que impulsen el crecimiento sostenido, remarca. “La sociedad eligió previsibilidad antes que salto al vacío. Si logramos mantener el equilibrio fiscal y las reglas, podemos dejar de repetir la historia”, afirmó el economista jefe de BlackTORO Global Investments, especializado en análisis macroeconómico y estrategia de inversión. Fue durante la siguiente entrevista concedida a LA GACETA.

-¿La confianza es el activo que define el rumbo?

-En los últimos meses, la percepción del mercado era que el gobierno estaba acabado económica y políticamente. Sin embargo, los hechos demostraron lo contrario. Con los mismos indicadores macroeconómicos que antes del proceso electoral, en apenas dos semanas el peso se apreció, el riesgo país cayó de casi 1.100 puntos a poco más de 600 y el índice accionario local subió 50% en dólares. Eso demuestra que el problema no era de solvencia, sino de confianza. Después de décadas de déficit fiscal financiado con emisión y deuda, cualquier duda sobre la disciplina fiscal dispara el miedo de los inversores. Ese temor lleva a vender activos locales y refugiarse en dólares, generando un círculo vicioso donde caen las reservas y crece la incertidumbre. Argentina combina una de las inflaciones más altas del mundo con el récord de reestructuraciones de deuda. Sin credibilidad, ningún programa económico se sostiene, por más consistente que sea.

-¿Cómo puede interpretarse el apoyo que gran parte del electorado le dio a Milei en las legislativas de octubre?

- La sociedad no convalidó un salto al vacío, sino que eligió darle continuidad a un rumbo que, aunque imperfecto, ofrece previsibilidad. La Argentina viene de décadas de deterioro relativo: a mediados del siglo pasado el ingreso per cápita era casi tres veces el promedio mundial, hoy apenas lo iguala. Ese declive fue producto de un crecimiento bajo y volátil, donde lo único constante fue la compulsión a gastar más de lo que se tenía. El financiamiento de ese gasto -por emisión o deuda- generó crisis inflacionarias y endeudamiento recurrente. El resultado fue estancamiento, caída del poder adquisitivo y una pobreza estructural creciente. Revertir esa historia aplicando las mismas recetas es imposible. Tal vez esta vez la sociedad entendió que hay que hacer las cosas de modo diferente.

-¿Alcanza la estabilidad de precios sin crecimiento económico?

-Solo bajar la inflación es insuficiente, pero es una condición necesaria. La estabilidad ordena los precios, pero si no se traduce en empleo y en una mejora del ingreso real, se vuelve políticamente insostenible. No hay estabilidad duradera sin crecimiento. En los últimos 45 años, la Argentina pasó casi la mitad del tiempo en recesión. En ese lapso solo duplicó su PBI real, mientras Chile lo multiplicó por seis, Colombia y Paraguay por 4,5, y Perú casi por cuatro. El programa del Gobierno tenía dos etapas: la estabilización, que fue exitosa, y las reformas estructurales, que todavía están pendientes.

-El Gobierno ha señalado que, con el apoyo en las urnas, avanzará con las reformas estructurales. ¿Cuál es el camino?

-El resultado electoral abre una oportunidad, pero no infinita. Las oportunidades en Argentina no se agotan, se desperdician. Si esta vez se consolida la estabilidad y se avanza con las reformas, podemos romper el ciclo. Si no, volveremos a repetirlo. Argentina no se queda sin chances, pero sí sin tiempo para desaprovecharlas. El orden de las reformas importa tanto como el contenido.

1. Reforma laboral. El país no genera empleo formal hace quince años. Es necesario un esquema que incentive la contratación y reduzca la litigiosidad, sin vulnerar derechos.

2. Reforma previsional. El sistema está quebrado. Hay que adecuarlo a la realidad demográfica, mejorar la correspondencia entre aportes y beneficios y crear mecanismos de ahorro de largo plazo que fortalezcan el mercado de capitales.

3. Reforma tributaria. La presión fiscal promedio puede parecer moderada, pero sobre quienes cumplen es asfixiante. Las provincias y municipios deben ser parte de la solución, no del problema.

Estas reformas, junto con el equilibrio fiscal, deberían reducir el riesgo país. Esa baja es decisiva: transforma proyectos inviables en inversiones rentables.

-El apoyo de Estados Unidos, ¿es un paraguas político?

-El respaldo de Estados Unidos no será una asistencia generosa, sino una señal política para reconstruir credibilidad. La economía es una ciencia social: si hay confianza, suben el consumo, la inversión y el empleo; si predomina el miedo, todas las variables se mueven en la dirección opuesta. Ese apoyo puede reflejarse en el FMI, el BID o el Banco Mundial, pero la confianza no se importa, se construye cumpliendo las reglas. Estados Unidos puede ser garante, no sustituto.

-¿Cómo se fortalecerán los fundamentals de la economía?

-La volatilidad argentina siempre estuvo asociada al desequilibrio fiscal y a la dependencia del financiamiento externo. Mientras los dólares entran, todo parece funcionar; cuando se corta el crédito, llega la crisis. Hoy el contexto es distinto. Si el Estado mantiene el equilibrio, cualquier déficit será privado, fruto de mayor inversión o consumo. Y si el ajuste lo hace el sector privado, no arrastra a toda la economía. Esa es la diferencia entre una crisis y un ciclo.

-¿Qué debería hacer un inversor?

-El ajuste de los desequilibrios, el apoyo político y la vocación de diálogo abren un escenario inédito. Pero invertir en Argentina exige temple. La volatilidad seguirá siendo alta; por eso la estrategia debe ser de largo plazo, diversificada y selectiva. La reinserción global creará ganadores -energía, minería, agroindustria, economía del conocimiento- y perdedores -sectores protegidos por el viejo esquema sustitutivo-. El futuro no será parejo, pero puede ser sustentable.

-Tucumán, ¿puede competir por capital y generar riqueza?

-Tucumán, como todas las provincias, debe entender que el bienestar no se reparte, se genera. Para eso hace falta inversión, y los inversores buscan maximizar retorno ajustado por riesgo. Las provincias compiten entre sí y con el mundo. La baja presión impositiva, la seguridad jurídica y la infraestructura son claves Tucumán tiene agroindustria, bioenergía, cítricos y capital humano calificado. Pero también enfrenta debilidades: limitaciones logísticas, alta carga fiscal y marcos regulatorios que desalientan la inversión. El desafío es transformar las ventajas naturales en ventajas competitivas.

-En definitiva, ¿el problema de la Argentina fue la solvencia?

-El problema de la Argentina no fue la solvencia, sino la reputación. Si logramos mantener el equilibrio fiscal, generar reglas estables y recuperar la confianza, podemos dejar de repetir la historia y empezar a escribir otra.