Es difícil saber en qué momento exacto el fútbol argentino dejó de mirarse al espejo y de acomodarse el mejor traje de gala para comenzar a revolcarse en el barro con gusto. Tal vez cuando entendió que las reglas ya no eran un límite sino un simple borrador, que los reglamentos se escribían con una mano y se borraban con el codo o que bastaba con que el “Comandante” (así lo conocen a Claudio Tapia) levantara la ceja para que todo un sistema se alineara detrás de él.
Lo que pasó el jueves con Rosario Central no es una anécdota pintoresca ni mucho menos; sino la radiografía de una enfermedad avanzada. Un campeón que nadie sabía que estaba compitiendo por un título, una copa encargada de antemano, un reglamento ajustado a la medida del homenaje y una reunión en la que el silencio fue traducido como unanimidad. Hasta el ideólogo del inentendible torneo de 30 equipos, seguramente, se sintió incómodo en su pantano.
La escena es grotesca y precisa. En la oficina de la Liga Profesional, ubicada en Puerto Madero, Tapia repasa un Power Point sobre el calendario 2026. Habla de Apertura, de Clausura, de mercados de pases, de Copa Argentina y explica cómo va a ser la próxima temporada (algunos, a la luz de los hechos y de que los reglamentos se cambian en un abrir y cerrar de ojos, pueden pensar que fue al vicio su discurso). Y, de repente, antes de cerrar su oratoria desliza la creación de un nuevo “producto”: el campeón de la Liga, el equipo que más puntos suma en todo el año. A partir del año que viene, piensan algunos. Pero no.
El presidente de la AFA plantea “reconocer” desde ahora mismo a quien haya terminado arriba en la tabla anual. Pregunta si están todos de acuerdo, pero nadie (ninguno de los representantes de los 30 equipos de Primera) emite ni una palabra. Nadie se atreve a enunciar siquiera un tibio “no sé”. Del otro lado de la pared, Ángel Di María, Jorge Broun, el presidente Gonzalo Belloso y el cuerpo técnico de Rosario Central esperan con la copa lista para las fotos. Lo que afuera es incomodidad adentro ya es “gloria” y “estrella”.
El que calla, otorga
De ese silencio nace la “unanimidad” que esbozó el comunicado oficial. No hubo votación, como recordó Estudiantes de La Plata; pero en la AFA hace rato que el método dejó de importar. No es necesario contar manos cuando lo que se administra no es poder democrático sino dependencia. El que calla, otorga; y el que debe favores, se calla. Claro, nadie se anima a morder la mano que le da de comer.
La construcción de poder de Tapia no tiene sutilezas. Es grondonismo explícito, casi orgulloso, con un agregado; ya ni siquiera se esfuerza por ocultar la obscenidad. Ocho cambios de reglamento sobre la marcha desde 2017; ascensos y descensos atados con alambre; fallos arbitrales que huelen a direccionamiento; tribunales que castigan más rápido un tuit que una patoteada. Sí; un fútbol en el que la ley no es el reglamento, sino el estado de ánimo de la conducción.
Y en ese ecosistema, los dirigentes se arrodillan. Boca y River condecoraron al “impensado campeón”. Los que antes se animaban a cuestionar hoy se sacan fotos sonrientes como Andrés Fassi, titular de Talleres; o Matías Mariotto, mandamás de Banfield. Ellos son algunos de los que antes despotricaban contra Tapia y compañía, y ahora sonríen para la foto.
Gonzalo Belloso agradeció a “Chiqui” y a Pablo Toviggino (el brazo armado del presidente) “el apoyo en los peores momentos” y levantó la copa para cerrar la escena surreal. Ese paisaje de poder feudal asusta a muchos.
Pero eso no es todo. En el último tiempo se hizo cada vez más recurrente la imagen de los campeones del mundo convertidos en utilería de lujo. Nunca antes la Selección había sido tan usada como escenografía de una gestión. Julio Grondona, con todos sus defectos a cuestas, jamás utilizó a los campeones del ’86 para tapar alguna jugada turbia. Incluso Diego Maradona cuestionó en más de una oportunidad los desmanejos afistas. Sin embargo, hoy todo es distinto.
¡De espaldas! El pasillo polémico de Estudiantes al campeón Rosario Central en el Clausura 2025La Selección, que había sido el refugio limpio en medio de tanta mugre, también terminó atrapada en esta maquinaria. Rodrigo De Paul y Lionel Messi suben fotos con el ‘Comandante’, Di María viaja para levantar un trofeo que nadie sabía que existía, y los campeones del mundo (antes intocables) pasaron a ser cómplices de un circo nefasto.
Y la reacción, inevitable, ya empezó a escurrirse por los muros. En Rosario, un mural de Di María apareció vandalizado: “Ladrón, mercenario”, pintaron sobre la imagen de uno de los héroes de Qatar. En el conurbano bonaerense, murales de Messi y del “Dibu” fueron intervenidos con insultos a Tapia y a Toviggino, en medio de la bronca por la eliminación de Deportivo Morón frente a Deportivo Madryn, en otro expediente manchado por decisiones de escritorio y tribunales creativos.
No hace falta ser sociólogo para entender el mensaje; cuando la política menor contamina todo, los hinchas dejan de diferenciar. La cara de los campeones del mundo se convierte en la pantalla en la que se proyecta el odio contra la AFA. Y el costo de ese maridaje es enorme; se mancha lo único que quedaba limpio.
Rosario Central celebró bajo la lluvia su título de Liga 2025: 3.000 hinchas, plantel en el balcón y ausencia de Di MaríaMientras tanto, el torneo de 30 equipos sigue arrastrándose. Árbitros que se equivocan siempre para el mismo lado, un VAR que parece un comité de campaña, partidos como el de Barracas Central-Huracán que refuerzan la sospecha de que hay camisetas con más crédito que otras y tribunales que castigan declaraciones incómodas y miran para otro lado ante escándalos más graves.
El hincha mira todo eso y empieza a descreer de todo. Paga la cuota, el pack, la entrada y el viaje. No vota; no levanta la mano en los comités, no firma actas, pero sostiene la estructura. Es el único que no tiene voz y, sin embargo, es el que termina cargando con la resaca de cada arbitrariedad.
La AFA de Tapia se comporta como si nada de esto importara. Frente a las críticas, elige la victimización. Habla de “campañas de desestabilización”, como Toviggino que acusó a Juan Sebastián Verón. Acusa a los jugadores, a los periodistas, a los técnicos y a los hinchas.
El problema no es sólo que el “Comandante” haga lo que quiere, sino que casi todos se lo dejan hacer. Los dirigentes callan (es increíble que ninguno de los representantes de cada uno de los clubes de Primera, presentes en la última reunión, no hayan dicho nada ante proclamación del “Canalla”) los campeones del mundo se prestan al circo y los clubes que miran para otro lado para no perder el próximo favor.
Algún día, cuando el fútbol argentino repase su degradación en estos años, entenderá que esa foto (Tapia en el centro, Di María levantando un trofeo inventado y dirigentes mudos alrededor) marcó el punto exacto en que se cruzaron dos historias: la de una Selección que nos había devuelto la fe y la de una dirigencia que eligió usar esa fe como salvoconducto para ensuciarlo todo.
Cuando llegue ese día, quizás ya no haya murales que salvar. Sólo quedará la pregunta que nadie quiso hacerse a tiempo: ¿cuántas estrellas de escritorio aceptamos antes de admitir que el fútbol que amamos se volvió una caricatura dibujada en una oficina?