Qué difícil resulta vivir en una economía artificial. No se sabe cuándo se acomodarán, definitivamente, los valores de los principales productos de la canasta familiar. Tampoco si las industrias producirán más para ampliar la oferta. Las inversiones se frenan y reina la incertidumbre. Lo único seguro es que el Gobierno apelará a cualquier herramienta para congelar las expectativas hasta después de las elecciones de octubre. ¿Después? Qué importa el después... Lo importante para la gestión es pasar el invierno. El resultado de las elecciones puede marcar (o no) un nuevo rumbo para la economía, con un acomodamiento de precios y uno que otro ajuste al modelo que dejó de ser el de una economía a tasas chinas (expansión superior al 8% anual).
Llegar a fines de mes con el salario es una utopía. El congelamiento de precios es un concepto que nació para ser incumplido al día siguiente. Alguien dijo que habrá topes máximos al precio de las naftas. Y, curiosamente, al día siguiente una empresa estatal reajustó los valores en pizarra. Por más retraso que haya respecto de las petroleras competidoras, hubiera sido una buena señal que el mismo Estado predique con el ejemplo. Pero, no...
Usar el automóvil para ir a trabajar vuelve a ser un lujo, como en los viejos tiempos. Ni hablar del transporte. Los empresarios (colectiveros y taxistas) vienen reclamando con más fuerza un reajuste en las tarifas. Nada es poco y poco es nada. Con una nafta que, más temprano que tarde, llegará a los $ 10. Y con un dólar casi al borde de ese valor. El propio cepo oficial tiñó de azul algo que era bien verde, que los argentinos atesoraban para madurar su capital y dejarle algo de dinero a las futuras generaciones. Es cierto; había fuga de capitales pero, ¿por qué el Estado no atacó a quienes realmente sacan los dólares del país? El fisco tiene una base de información tan depurada que, hoy por hoy, sabe al dedillo qué y cuánto consume cada argentino. También sobre cuánto es su patrimonio y, por ende, su capacidad contributiva. El salario no es ganancia y sin embargo el fisco sigue gravándolo como no lo hace con la renta financiera.
Y los aumentos no se frenan. O el freno llegó un poquito tarde. Las cuotas de los colegios se expandieron al ritmo de la inflación privada. Un 20% en promedio durante este año. Ah, pero, momentito. Ya llegará una boleta, factura o notita adicional del colegio que nos comunique a los padres que tendremos que pagar más de la cuenta por aquello de las "compensaciones por mayores costos laborales".
Señora, señor: no se enferme. Si tiene suerte y es sólo un resfrío o un dolor estomacal, seguramente pagará entre un 7% y un 12% de aumento. Ahora, si se trata de un tratamiento prolongado o de una patología severa, los remedios le costarán hasta un 18% más. Peor si no tiene una buena cobertura social. Mientras tanto, el consumidor espera la "Supercard", esa herramienta financiera que promete luchar contra las tasas y las comisiones que cobran las tarjetas líderes y los bancos.
Frente a tantos aumentos, no hay salario que aguante. No puede seguirle el ritmo a la inflación, menos aún con una economía en desaceleración. Y después dicen que los que protestan son los que se quieren ir a Miami. Sólo la inflación oficial se ha tomado unas prolongadas vacaciones, desde 2007, cuando firmó el divorcio con las mediciones privadas. De allí la brecha, de un 10,8% anual para la inflación del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) para este año y de un 25% para la mayoría de las consultoras privadas, auspiciadas por la oposición en el Congreso. El congelamiento de precios es sólo estadístico.