La soja pierde su atractivo en Tucumán y en el noroeste argentino, debido a su caída en la rentabilidad. Las actividades riesgosas, necesariamente, deben ser muy rentables, ya que las alteraciones en esta premisa quitan los estímulos para encarar un emprendimiento. La producción agrícola es una actividad de alto riesgo porque las variables que determinan el ingreso, el rinde y el precio son de control limitado para quien produce. Así, los fenómenos meteorológicos -sequías, heladas, granizo- que inciden en el rendimiento se vuelven inmanejables. En lo referente al precio, en el caso de los commodities agrícolas como la soja y el maíz se podría ejercer algún control, y cubrir cierto nivel de riesgo trabajando en el mercado a término.
Así lo señala un informe de los ingenieros agrónomos Mario Devani y Daniela Pérez, de las secciones Granos y Economía Agrícola de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres (Eeaoc). El reporte añade que al tener un control limitado sobre precios y rindes, la rentabilidad de la soja y del maíz depende, en buena medida, del logro de un escenario de costos competitivos. Bajo esta premisa, el noroeste argentino es una de las zonas más complicadas, ya que por su ubicación tiene un menor ingreso potencial y un mayor costo. Hay que tener en cuenta la distancia a los puertos, en general de más 900 kilómetros. Por otra parte, los suelos son menos estables para la soja, las precipitaciones son cada año más irregulares y las temperaturas, extremadamente altas. Esta condición agroclimática es poco favorable y determina un menor potencial en los rindes. Sin embargo, la adopción de algunas tecnologías que permitieron reducir costos de producción estimularon durante los últimos 30 años la siembra de la oleaginosa en el NOA, a un ritmo similar al ocurrido en las zonas más competitivas del país.
Lamentablemente, en la última década se observa un incremento de los costos de producción, que se intensificó entre los períodos 2010/2011 y 2012/2013. Si bien hay aumentos en todos los rubros se destaca el del gasto para controlar las plagas, los insectos y las malezas. El incremento del gasto en insectidas estuvo influenciado por el cambio en la clase de productos, más que por variaciones de los precios. La aparición de plagas como Pseudoplusia (gusano), Rhyssomatus subtilis (picudo negro) y Helicoverpa geolotopoeon (bolillera) condujeron al uso de productos específicos y más costosos como son los IGR (reguladores de crecimiento de los insectos), los neonicotinoides, las diamidas. En el caso del control de malezas en lotes sin especies con resistencia a glifosato, el incremento del gasto en la última campaña se dio por el aumento del precio del glifosato. Mientras que en lotes con malezas resistentes, los costos de control presentan una suba superior al 150 %.
En las dos últimas campañas el ingreso obtenido por los productores no alcanzó para compensar el incremento de costos. Porque si bien hubo adecuados niveles de precios, la extrema sequía afectó los rindes. Así, la gran mayoría de los productores acumula dos años con márgenes negativos, a lo que hay que sumar la imposibilidad de la siembra en el invierno de 2013, debido a que no hubo recarga de humedad en el perfil del suelo; para ellos será muy difícil encarar la inversión que requerirá la campaña 2013/2014.
Todavía faltan unos meses para el inicio de la próxima campaña, pero la situación es incierta. Haciendo las primeras estimaciones de costos y visualizando un escenario de condiciones que permitan el normal desarrollo del cultivo, el gasto desde el barbecho a la cosecha sería del orden de los de U$S 420 por hectárea (ha) (ver recuadro). Al nivel de precio actual (U$S 321 por tonelada), el rinde de indiferencia en lotes propios sería de 1,88 t/ha, valor muy próximo al rinde promedio de la década en la región (2,5 t/ha), mientras que en lotes arrendados las toneladas necesarias para pagar los costos superarían este promedio histórico.
La adopción de tecnología fue lo que permitió bajar costos y sostener la competitividad de la soja en el norte. Una de estas tecnologías es la rotación con maíz, elemento clave, ya que la cobertura que genera permite un uso más eficiente del agua y disminuye la incidencia de plagas. Pero adoptar tecnología requiere disponer de márgenes que permitan invertir. En estos dos últimos años, el maíz ha sido tan golpeado como la soja. Además, al ser un cultivo más riesgoso para los productores, al nivel de precios y costos de hoy, se necesita un rinde superior a 4,6 t/ha para cubrir costos en tierra propia, y por lo menos 6,0 t/ha en tierras arrendadas, por lo que su siembra también se ve comprometida. El lanzamiento de la tecnología BT para soja se presenta como una alternativa, porque facilita el manejo y por la reducción del gasto en el control de orugas. Pero en el norte, hay campos con una fuerte presencia del picudo negro, que no está en el resto del país, por lo que en estas fincas se realizarán entre cuatro y seis aplicaciones de insecticidas.
El análisis que venimos haciendo no tiene incluida la carga impositiva. A los costos y precios de hoy, considerando que llueva normalmente y alcance el rinde promedio de la década, el margen de los productores sería muy reducido. Teniendo en cuenta un valor de 95 U$S/ha de gasto en administración y estructura, y con el actual valor del flete, el margen bruto estaría en el orden de los 170 U$S/ha en tierra propia. Con valores de arriendo de 180 U$S/ha, el margen sería negativo. Al descontar impuestos, siendo Ganancias uno de los más relevantes, el margen se reduce en un 45%. Sin embargo, muchos productores sojeros están presos de su patrimonio y de sus deudas, por lo que deben permanecer en la actividad pese a los bajos márgenes de ganancia y a los altos riesgos.