Por Hernán Carbonel - Para LA GACETA - Salto (Buenos Aires)
Jake Epping es profesor de inglés para adultos (y, según él mismo confiesa, un escritor frustrado) en el instituto de Lisbon Falls, y acaba de divorciarse, luego de años de convivir con una mujer alcohólica. Al, uno de sus pocos amigos, dueño de un carro de comidas rápidas, sufre una enfermedad terminal, y antes de su muerte le hace una confesión y un pedido, insólito y particular: viajar en el tiempo para cambiar la historia y salvar a John Fitzgerald Kennedy de ser asesinado.
En la despensa del local está el pasaje: como en Alicia en el país de las maravillas, la madriguera de conejo que lleva a otro tiempo: la mañana del 9 de septiembre de 1958. Poco más de cinco años y dos meses antes de que Oswald entrara para siempre en ese nebuloso terreno de la leyenda.
Jake Epping se convertirá en George Amberso (su nombre en el pasado) para vivir en la ciudad de Derry (algo así como la Poisonville de Cosecha Roja, de Dashiell Hammett). Cada vez que Epping/Amberson salga y vuelva entrar de uno y otro plano temporal será un reset... un reinicio: podrán pasar años en el pasado, pero en 2011 habrán sido sólo dos minutos. Será siempre como la primera vez. Hasta que deje de serlo...
Con eso comienza 22/11/63 (editorial Plaza&Janés, 2012), la novela de Stephen King. Con un acierto en la descripción de lugares, usos, costumbres e idiosincrasias de los Estados Unidos de más de medio siglo atrás (fines de los 50, inicios de los 60): comidas, bebidas, golosinas, música; los ecos de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto con Corea, Rusia y los misiles; un mapa de época tan norteamericano en su estilo de vida -por decantación, en la escritura de King-, en las cosas sencillas de aquellos hombres.
Pero el factor humano de Epping/Amberson tiene en mente no sólo cambiar el destino de los grandes personajes de la Historia, sino también de aquellas vidas pequeñas, anónimas, de gente de a pie, que pagan su existencia con crueldad y sufrimiento. Aunque el personaje es consciente de cómo la vida "cambia en un instante", cómo las pequeñas cosas determinan a las mayores y, desde su posición, cómo está sujeto al efecto mariposa: sucesos de poca importancia que pueden tener ramificaciones: "si un tipo mata a una mariposa en China", quizás en 400 años "se produzca un terremoto en Perú". Repercusiones del pasado en el futuro.
La cocina de 22-11-63 es una novela de largo aliento (858 páginas), ambivalente como todo cuerpo literario extenso: lo que por momentos es fortuna, puede tornarse desliz.
Sabemos que la crítica complaciente suele resultar tan ingenua como la crítica desprestigiante, y, aunque suene pretencioso desestimar a Stephen King, algunas situaciones de la novela suenan forzadas, abundan los lugares comunes, y esas detenciones en las menudencias del American Way of Live de mediados del siglo XX por momentos hastían y empalagan.
En el Epílogo (que suena a desprendimiento de Mientras escribo, del mismo King), el autor desgrana el trasfondo del libro. Como la investigación histórica llevada a cabo para la construcción del relato. O la pregunta de si realmente fue Lee Harvey Oswald quien apretó el gatillo (la cita de su frase "Soy un cabeza de turco": King descree de la teoría conspirativa y da por sentado que fue Lee Harvey quien mató al presidente). También hay referencia al igualmente extenso Oswald, de Norman Mailer.
King confiesa que el libro se le ocurrió en 1972, apenas nueve años después del asesinato de Kennedy (cuando "la herida era demasiado reciente") y apuesta a que todo sea parte de "una interesante ficción". 22-11-63 es novela histórica y a la vez de ciencia ficción, de suspenso y con matices sobrenaturales, atravesada por una historia de amor (ligada, además, a los libros). Remite, con obviedad, a La máquina del tiempo, de Herbert George Wells, pero, también, y lateralmente, al film Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino: alterar el pasado (darle a la historia una potencia en el deseo y no en su propia realidad). Que muera Hitler. Que no maten a Kennedy. Que es, en definitiva, el centro de la novela.
© LA GACETA Hernán Carbonel - Periodista cultural, escritor.