Mientras la dictadura consumaba su pesadilla, Carlos Santiago Nino (1943-1993) soñaba con la Argentina que empezaría tras el fracaso de los militares. "Mientras tanto vivía en el mundo de las ideas", escribió Owen Fiss, figura del Derecho de la Universidad de Yale (Estados Unidos), en la semblanza sin desperdicio que dedicó al maestro argentino fallecido durante un viaje al altiplano boliviano.
A Nino le bastó medio siglo para trascender. Pocos juristas de la cantera nacional lograron el reconocimiento que él acumuló en el extranjero. Pudo optar por un pasar sin preocupaciones terrenales en los jardines de Yale u Oxford (universidad británica donde se doctoró), o por una cátedra en las academias más prestigiosas de América Latina, pero eligió reinventar la Filosofía del Derecho en el Río de la Plata. En junio de 1982, cuando el régimen militar comenzaba a replegarse, Nino entró en acción. Según Fiss, su propósito no era otro que colocar al país en la autopista de la democracia.
No tiene que ser traición
El autor de "Ética y derechos humanos" (1984) actuó al mismo tiempo en frentes múltiples que, por su vocación para la construcción y la apertura, tendían a entrecruzarse naturalmente. Nino trabajó en la docencia formal e informal en la Universidad de Buenos Aires (UBA). En la propagación de los principios democráticos de la cultura jurídica anglosajona, y en el intercambio con pensadores contemporáneos como Ronald Dworkin, Gerald Cohen y John Rawls. En el llamado grupo de "los filósofos", donde coincidió con Genaro Carrió (titular la Corte Suprema de Justicia de la Nación); Eduardo Rabossi (subsecretario de Derechos Humanos) y Jaime Malamud (procurador ante la Corte), entre otros. En el Gobierno del presidente Raúl Alfonsín, como asesor, y líder de ese órgano ad honorem y plural llamado Consejo para la Consolidación de la Democracia.
"En este terreno más propiamente político (...), su actuación nos ayudó a ver, y a reconocer como necesaria, una dimensión moral que la política debía asegurar en todos los casos", recuerda el discípulo del pensador y constitucionalista Roberto Gargarella en el prólogo de "Una teoría de la justicia para la democracia" (2013). Y añade: "la política (según Nino) no tenía por qué ser -como algunos la describían, como algunos todavía la viven- un ámbito en el que se suceden meras disputas de poder; un espacio caracterizado por los intercambios de favores; la compra y venta de decisiones y votos, y el engaño y la traición. La política también podía relacionarse con hacer justicia, pensar la igualdad y defender las libertades más básicas".
Un aporte para 1994
El filósofo involucrado en la praxis intervino en hitos democráticos como la creación de la Conadep (la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas que elaboró el célebre informe "Nunca más") y el Juicio a las Juntas. "Nino fue el arquitecto de ese juzgamiento", define por teléfono Marcelo Alegre, catedrático de la UBA, colaborador del Consejo para la Consolidación de la Democracia y alumno de Nino. Alegre recuerda que su maestro encontró la forma de anular la Ley de Autoamnistía que habían dictado los militares: "como las leyes penales que benefician a los acusados no pueden ser suprimidas retroactivamente, muchos juristas creían que los dictadores no serían enjuiciados. Nino elaboró la teoría que distingue entre las normas democráticas y las de facto, doctrina que permitió llevar adelante un juicio que es el piso moral de la democracia".
Esa obra particular forma parte de una obra mayor que puede ser resumida en la estrategia de derechos humanos del alfonsinismo, según Gabriel Bouzat, otro jurista tocado por la varita de Nino. "Jugó un papel central en el restablecimiento del Estado de Derecho con su participación en el levantamiento de la censura en el cine, y la reforma del sistema judicial y penal. En fin, tuvo injerencia en todo lo relacionado con la modernización de las instituciones", enumera desde la Ciudad de Buenos Aires.
Y, además, se inmiscuyó de manera decidida en la preparación del proyecto de reforma constitucional que Alfonsín había encargado al Consejo para la Consolidación de la Democracia. Aunque pronto fue evidente que esa enmienda no iba a desarrollarse durante la presidencia del radical, Nino decía que su satisfacción consistía en aportar temas para la discusión. Y vaya que aquel esfuerzo valió la pena: la Convención Constituyente que sancionó la reforma de 1994 incorporó las propuestas del Consejo vinculadas al fortalecimiento del federalismo y la autonomía municipal; la ampliación de los derechos; la atenuación de los poderes presidenciales (mediante institutos como el jefe de Gabinete y el Consejo de la Magistratura) y la constitucionalización de los tratados internacionales.
Vamos a pensar distinto
En esa hiperactividad no descuidó la producción bibliográfica, fuente esencial para el debate y la comprensión de la Argentina del presente. Alegre apunta que Nino es uno de los autores más citados en los fallos de la Corte de la Nación. Y esa permanente apelación a sus ideas se proyecta a diario en ensayos, en la prensa (vale esta página como testimonio) y, fundamentalmente, en la escuela que generosamente formó.
"Del Seminario de Filosofía del Derecho que Nino impartía en la Facultad de Derecho de la UBA salió el grupo de intelectuales que optó por la cosa pública de la mano de su profesor. Este estaba integrado por Carlos Rosenkrantz, Bouzat, Hernán Gullco, Agustín Zbar, Marcela Rodríguez, Mirna Goransky, Alegre, Roberto de Michele, Miguel de Dios, Carlos Balbín, Gargarella, Alberto Fohrig y Martín Böhmer", expresa la investigadora Cristina Basombrío en un artículo presentado en 2007.
Estos jóvenes de la transición, que en el presente se destacan en la academia, las organizaciones de la sociedad civil y la abogacía, bebieron de la obsesión de su maestro por contender sobre la democracia deliberativa, el hiperpresidencialismo latinoamericano, la justicia, la igualdad... "No buscaba que pensáramos como él sino que discutiésemos en forma desinhibida. Eso no era habitual entonces y tampoco lo es ahora", reflexiona el "Nino boy" Alegre.
"Las expectativas que compartíamos con Nino se cumplieron en cuanto a lo más importante: que no hubiese impunidad ni otro golpe de Estado, y que la democracia se consolidase", evalúa Bouzat. Y anota a las leyes de Obediencia Debida y Punto Final entre las cuestiones más dolorosas de aquella época.
Dos últimos apuntes sobre el filósofo. Uno, la formulación de la teoría de la "anomia boba", que postula a la cultura de la inobservancia de las normas como una práctica autodestructiva donde transgredir en la búsqueda del interés particular termina empeorando la situación del conjunto. Y dos, la experiencia del intelectual que se implica en la política sin sacrificar el espíritu crítico. Es que Nino fue soldado de un solo sueño: el de una democracia de alta intensidad.