“Desamar mitolandia” es más que el nombre de un proyecto que pergeñó en su momento el antropólogo Alejandro Grimson. Es el eje de la aventura intelectual que emprendió este hincha de River que encuentra hasta en la cancha el laboratorio para afirmar que en la Argentina hay racismo, discípulo de figuras de la talla de Aníbal Ford, Jesús Martín Barbero, Néstor García Canclini, todos ellos intérpretes fundamentales de la cultura popular latinoamericana contemporánea y voces más que familiares en las facultades de Ciencias Sociales de Iberoamérica. Como antropólogo y “deconstructor de mitos”, Grimson escribió recientemente a cuatro manos con el sociólogo y experto en Educación Emilio Tenti Fanfani “Mitomanías de la educación argentina”, un libro en el que, con toda su artillería estadística y conceptual, concluyen que no es un mito que al argentino le interesa la educación.
“Ese es un tema que está en el centro de la identidad nacional, de los valores propios. Por ahí no estamos de acuerdo en qué es lo que tenemos, los balances serán diferentes”, afirma Grimson, en un alto en su dictado de un posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán.
- ¿Cuáles son los mitos más fuertes en relación a la educación en la Argentina de hoy?
- Un mito muy fuerte es la idea de que la educación de antes era maravillosa, que los docentes de antes eran geniales y los de ahora, un desastre; que antes había disciplina y ahora no. Son los que llamamos mitos decadentistas, de que todo tiempo pasado fue mejor, y les dedicamos el primer capítulo para refutarlos. Nuestros abuelos, todos aquellos que fueron a la escuela a comienzos del siglo XX narran la experiencia de haber ido a una escuela totalmente heterogénea, a la que iban el hijo del verdulero, el del profesional. A partir de esa experiencia se construye una generalización, un mito. ¿ Por qué decimos un mito? Porque lo que esa experiencia no permite ver es a los que no iban a la escuela. Un ejemplo, en 1947 se hizo el censo nacional, y más de la mitad de los chicos de Formosa estaban fuera de la escuela. Solo el 10 % de los jóvenes argentinos iban a la secundaria; el 90 % estaba fuera de la secundaria. Veamos 1960, la “época de oro” de la Universidad de Buenos Aires: 150.000 jóvenes en el sistema universitario argentino, cuando hoy tenemos 1,8 millón.
- ¿Qué dice al planteo de inclusión versus calidad académica?
- Primero, hay que definir qué es calidad. No podemos presuponer que calidad signifique lo mismo para todos. Nuestro libro arranca diciendo que le pedimos a la escuela que resuelva todos los problemas de la Argentina. Pero no le podemos pedir a la escuela todo; le tenemos que pedir a la escuela aquello que solo la escuela puede dar.
- Pero usted, docente universitario, ¿qué necesita que ese alumno tenga incorporado?
- La prioridad para nosotros, y lo planteamos en el libro, es el desarrollo en Lengua y matemáticas, en comprensión. Hoy está instalada la idea de que el profesor que enseña para el mundo del trabajo es el de tecnología, el de informática. Y es un mito. Hoy, un chico no va a conseguir empleo si no sabe hablar adecuadamente, si no sabe leer, escribir, comprender un texto, comprender a un interlocutor, si no sabe expresarse. El idioma inglés establece hoy una frontera en la calidad de empleo; y solo se lo consigue en el mercado, y la escuela pública no lo garantiza. Ahí se produce una desigualdad. Y ahí viene un punto central de nuestro libro: la pregunta acerca de si el conocimiento va a ser considerado en el siglo XXI una mercancía que se compra y se vende en el mercado, o si va a ser considerado un derecho. Tenemos que plantearnos cuáles son los conocimientos que la escuela no puede dejar de ver. La familia debe transmitirles valores a sus hijos; pero no necesariamente puede enseñarle matemáticas, porque hay que saber enseñar matemáticas. A la matemática solo la puede enseñar la escuela, así como hay conocimientos que los transmite la empresa, o información que transmiten los medios. Pero hay cosas que solo la escuela puede hacer. La señorita de Lengua enseña para el trabajo, y enseña ciudadanía. Pensamos que hay que cambiar la mirada. El chico que hoy aprende a colocar un tornillo, es muy probable que cuando él ingrese al mundo del trabajo ya no haya esos tornillos para colocar. El chico tiene que aprender una lógica.
- ¿Qué dicen de la disciplina?
- Es el tema de la autoridad, que es lo contrario del autoritarismo y de la demagogia. Para que un docente construya autoridad necesita, primero, conocer muy bien a los niños y a los jóvenes, sus preferencias; es un mito que el chico de hoy no tenga intereses, en la música, en el arte, en la sexualidad. Hay que descubrir esos intereses, reconocerlos como válidos, no impugnarlos; y a partir de ahí, establecer un vínculo de respeto mutuo, sin que el docente pierda su lugar. El docente sabe lo que los niños tienen que aprender; y los niños, no. Las aulas son complejas porque las sociedades lo son. El docente necesariamente debe ser experto en diversidad.
-¿ No se desacomoda la autoridad con las nuevas tecnologías?
- Nuestros hijos nacen con computadora y algunos de nosotros nacimos en casas sin televisor. En las aulas, la mayoría de los niños que están en la educación pública en la Argentina tiene una netbook, y eso es bueno, porque achica la brecha digital. Pero la computadora debe ser parte de la vida cotidiana del aula. Pero pasa no solo en las escuelas; también en una empresa. Un empresario puede comprar tecnología sofisticada para su empresa y puede que no sepa lo que saben sus técnicos; pero eso no le hace perder autoridad. El docente debe saber reconocer que muchos chicos tienen más conocimientos técnicos que él, y aprovecharlos en función de la materia: por ejemplo, que en aula los chicos busquen información en internet, en el celular. pero es el docente el que sabe dónde hay que buscar.
- ¿Cuáles son los temas que a usted más lo inquietan?
- Me inquieta que no se valoren procesos de inclusión; tenemos que mejorar y fortalecerlos, no ridiculizarlos; así como estamos de acuerdo en que necesitamos una buena educación pública, tenemos que estar de acuerdo en que todos los chicos tienen que estar adentro. Obvio que si hoy entran 100 y antes había 70, las pruebas de evaluación no van a tener las mismas respuestas. Pero no vamos a quedarnos diciendo “qué bien lo que logramos”. Nos vamos a plantear nuevos debates. También me preocupa que a la escuela argentina le cuesta reconocer la diversidad, la heterogeneidad; aspectos vinculados al racismo, mecanismos de exclusión que necesitamos debatir.
- ¿ Qué otros temas del campo cultural o social está analizando?
- Por qué los seres humanos no nos comprendemos entre nosotros: porqué está tan extendido, sin que lo sepamos, el racismo. Miremos la cancha: en River juegan o jugaron jugadores negros o mulatos; Balanta, Teo Gutiérrez y Carbonero.Y la hinchada canta contra los otros equipos, a los que los “acusa” de que “son todos negros, son todos p...”. . Y yo digo: ¿Cómo hacen nuestros negros para jugar mientras ellos están gritando contra los negros?. Por ejemplo, los árbitros argentinos adquirieron ya la reglamentación de que si cantan cantitos racistas, hay que parar el partido. Si cantan contra los bolivianos o los paraguayos, hay que parar el partido. Perfecto. Pero si cantan contra los negros, no. O sea que todo racismo tiene zonas de invisibilidad. Creo que todas estas formas son fábricas de exclusión que los argentinos muchas veces no percibimos. Hicimos una encuesta, si usted le pregunta en el área metropolitana de Buenos Aires, si su hija se casa, le molestaría que se casara on un boliviano, un paraguayo, un afro, alguien que vive en una villa. Entre el 33 al 45 %, no quieren. Cuando Shakeaspere escribió Romeo y Julieta, en ese mundo cada uno tenía que casarse con el linajes de sus propios padres. Pero Romeo y Julieta fue la fundación del amor absolutamente libre. Y ahora encuentro que casi la mitad de los encuestados no quiere que sus hijos elijan con libertad.
- La cancha, ¿es un laboratorio de la sociedad?
- A la cancha, a la cual voy bastante, le hemos reservado el lugar de tirar ahí nuestras peores cosas, nuestro racismo que no sale por tele, en un país en el que no hay partidos políticos racistas como en Francia, y eso es algo bueno; ahora la cancha es el lugar en el cual está prohibida la convivencia; porque si convivimos nos matamos; los cantitos dicen: “queremos que ellos se mueran”. En política usted no puede decir : “quiero que se muera el adversario”. Puede pensarlo; en la cancha, la gente lo dice.
- Pero hoy hay quienes lo dicen en el campo político..
- Prefiero no entrar en el debate político de la coyuntura, pero Argentina, en 1955 el peronismo se consideraba a sí mismo como la representación de la Nación,y al otro la antipatria. Y la oposición, a la inversa. Ese ser binario no es algo nuevo. Ahora, la cancha es uno de los lugares en los que nos hemos permitido decir, que se muera el adversario, y todos quieren que se mueran todos los demás . Si usted es política y quiere que se muera su adversario, va a gobernar solo usted, concentrando todo el poder, y esa es otra discusión. Pero si en el fútbol se muere su adversario, ¿con quién va a jugar? se va a aburrir como loco....