Si esto se tratara de una carrera en la que compiten las ciencias naturales contra las sociales, específicamente la ciencia médica versus las ciencias de la comunicación, la primera de ellas le ha sacado varios cuerpos a la segunda a lo largo de estos 35 años de historia del VIH/sida. “Si no, no se explica cómo es que todavía hay gente con VIH que no comienza el tratamiento, que no acude a consulta. Y, antes que eso, no se explica cómo es que todos los años siguen apareciendo nuevos casos de infección, cuando se trata de una de las pocas enfermedades 100% prevenibles”, reflexiona Aída Torres, médica infectóloga del Siprosa, especialista en Control de Infecciones Hospitalarias y máster en Administración de Salud.
Hace 26 años consecutivos que cada 1 de diciembre se celebra el Día Mundial de la Lucha contra el Sida. No se trata de una efeméride, sino de un día escogido en el calendario para informar, realizar testeos gratuitos y continuar dándole batalla a una epidemia que hizo estragos en el mundo y que desde hace algunos años brinda cierto respiro. Aunque el acceso a la información, a la prevención, a la detección temprada de la infección y a los tratamientos para controlarla se han expandido en todo el mundo, todavía aparecen muros difíciles de escalar en esta lucha.
Entrevistada por LA GACETA, Torres recuerda los últimos años de la década del 70, cuando una nueva y desconocida enfermedad estaba causando estragos en Estados Unidos. “Viajamos a San Francisco, urgidos por ver qué era lo que estaba pasando. Eran los primeros casos de VIH. Ahí había miedo, miedo en serio, porque no se conocía nada y la gente se moría. Hoy, mirando a la distancia, no deja de sorprenderme el curso que han tomado los tratamientos, la profilaxis de las embarazadas... lo que estamos viviendo es un sueño, nadie creía que esto pudiera suceder”, confiesa.
A pesar de que el tratamiento para controlar la infección por VIH se ha reducido a una toma diaria de unas pocas pastillas (dependiendo el caso, puede ser una sola píldora), Torres admite que una de las barreras todavía infranqueables para que las personas que viven con el virus accedan a la terapia antiretroviral gratuita es la vergüenza y el miedo: con los resultados del test en la mano, todavía se ruborizan cuando llega el momento de ir a la consulta médica, realizarse los chequeos (cada tres o seis meses) y retirar los medicamentos de los centros asistenciales. “Es incomprensible que tengamos tratamientos completos en el depósito y que haya personas sin tratarse, cuando podrían hacer una vida normal, o al menos similar a cualquier otra enfermedad crónica. De todos modos, esta vergüenza o miedo no es algo exclusivo del VIH: el que tiene cáncer, el que tiene diabetes, el que tiene tuberculosis también siente vergüenza. Creo que es algo más individual que social”, opina la médica.
Según su lectura, existe una dualidad en cuanto a la actitud de la población respecto del VIH: por una lado, hay una relajación, una despreocupación que se traduce en la falta de cuidados y en los nuevos contagios que se registran anualmente; y, por otro, el temor a hacerle frente a la enfermedad una vez que se confirma la infección. “Son ciclos que se dan con casi todas las patologías: primero hay una especie de pánico colectivo y después llega la distensión. Ninguno de los extremos es favorable”, dice la infectóloga, y reitera: “es un sueño lo que estamos viviendo hoy con las terapéuticas actuales. Pero estamos lejos de la perfección: lo ideal sería que no hubiera ni un contagio más. Evidentemente, la ciencia médica ha avanzado mucho más rápido que las estrategias de concientización y prevención”, finalizó.