No es de los más revoltosos, sí del lote de los callados en el plantel. Su viaje, exprimiendo detalles normales, fue de lo más tranquilo. Se lo vio pensante a Lucas Calviño. Puede que haya estado imaginando, sin quemarse la cabeza, claro, lo que será para él un partido determinante. Se enfrenta a su ex equipo, Huracán, donde pasó cuatro años de su vida y donde dejó amigos a los que, por estos días, directamente ni habló. El silencio de radio es lo mejor en este tipo de circunstancias.
Lucas hoy es la muralla de un Atlético decidido a dar la sorpresa porque no hay encuesta con residencia en Buenos Aires que dé al “decano” ganador. Huracán parece ser un equipo de 11 galácticos que hoy chocará contra el 11 ideal de la película Metegol. Como si se tratase de un rejunte. Error.
Viejo zorro, diría un viejo baqueano, Calviño cuece en su conciencia lo que puede ser el mayor día de gloria de su carrera. Dependerá de que el ascenso se haga realidad tanto por sus atajadas como lo que pueda aportar el resto de sus compañeros en el Malvinas Argentinas, hoy, a las 17.15.
A Calviño no se le mueve un pelo por los nervios. Tampoco se deja llevar (para contestar) por las voces de críticas que vuelan desde Parque de los Patricios contra el árbitro Germán Delfino. Que es hincha de San Lorenzo, que puede perjudicar. Que Delfino no es el indicado, etcétera. “Nosotros nos abstraemos de todo lo que no tenga que ver con lo futbolístico. Estamos enfocados en lo que es esta final y no queremos que nada de lo que pase fuera nos saque de nuestro foco”, barre el buen arquero “decano” cualquier intención de apelar a la guerra dialéctica contra sus ex compinches. Si el plantel de Huracán abre o no el paraguas, allá ellos, puede que esté diciendo “Calvi” con esa mirada propulsada por un corazón a 65 pulsaciones.
Es que está en la puerta del la historia el amigo. Y mataría, deportivamente hablando, por abrirla. “Sería algo soñado. Dios quiera que podamos coronar esta temporada con el tan ansiado ascenso”. En ese rezo entra en la bolsa todo lo bueno que pasó y también lo malo. En el armado del grupo de Héctor Rivoira, en su salida y cuando Juan Manuel Azconzábal tomó la posta y condujo al equipo al milagro de sumar siete puntos de nueve cuando hasta antes de su llegada venía a los tumbos.
Afectos
El hecho de sentir afecto por sus amigos del “globo” hizo que el rubio no intente mandar un saludo o una chicana disfrazada en apuesta. “Me quedan varios amigos allá de mi época. Patricio Toranzo, Carlos Arano, Eduardo Domínguez. Es gente con la que compartí parte de mi vida, por la que tengo cariño. Por eso no hablamos esta semana, ja”, dice, y prosigue: “Aparte, es como que la situación no da como para que apostemos algo”.
Un ascenso no es un asado ni el premio de una partida de truco. Un ascenso lo es todo. Y su precio sólo lo conocen quienes tuvieron la suerte de lograrlo. Calviño y Atlético van por la gloria.