Por Leo Noli
14 Diciembre 2014
CONCENTRADO. Franco Sbuttoni lee una revista durante el vuelo a Mendoza. LA GACETA / FOTOS DE LEO NOLI (ENVIADO ESPECIAL)
Saber cómo dominar el tiempo en un espacio que se mueve en cámara lenta es una virtud que los futbolistas deben tomar como propia. Un viaje, por corto o extenso que sea, genera un desgaste físico y mental que puede ir de cero a 100. No perder la cabeza es la clave y encontrar la paciencia del Señor Miyagi cazando moscas con palitos chinos, el Mantra.
Cada cual hizo su juego, sobrellevó esta escala previa a Mendoza como mejor pudo. Estuvieron los que se vieron los videos de los bloopers que pasaron en el avión. Los que intentaron bloquear el ruido de las turbinas con la cumbia o el cuarteto al mango en sus auriculares.
También estuvieron aquellos que se olvidaron que estaban en volando y charlaron como si estuvieran en la mesa de la cocina de su casa. Del partido, puertas afuera de la intimidad, se habló poco y nada. No era necesario cargar lastre extra a la máquina estando afinada y lista para salir a correr su mayor prueba de resistencia emocional en el Mundialista mendocino.
La tablet, el celular, la revista con dos idiomas, todo sirvió en determinado momento para no perder el eje primordial de la causa: mantener la cabeza en stand by, fría. Si los tres corazones del Candy Crush ya no estaban, era momento de hojear cuanto panfleto había a mano.
Y si la cosa redundaba en más de lo mismo y el aburrimiento podía abrir el canal del pensamiento sobre Huracán, aparecía una voz del cielo para hablar de cualquier verdura.
Horas de aire
En total, Atlético estuvo en el aire menos de 4 horas. Recorrió más de 3.000 kilómetros en casi poco menos de 24, debió hacer dos check in y comer a deshora. Este último ítem sí que pudo haber sido una piedra en el zapato, aunque tampoco vale la pena extender demasiado el comentario porque el grupo viajó, sí, pero durmió y descansó como corresponde. Donde se complicó la situación fue cuando llegaron a Mendoza. Era inevitable entrar en sintonía con el partido en su máxima expresión.
La práctica a puertas cerradas en el Malvinas Argentinas fue un remanso a la desesperación por jugar ya mismo contra el “globo”.
Una mochila pesada
La noche cayó como quien espera el aguinaldo. Las charlas con el DT en el aeropuerto, en la cancha, en el hotel, todas se convirtieron en una sola idea: disfrutar de la chance que se consiguió y no sentir que jugar por el pase a Primera es una mochila pesada y difícil de cargar.
Las últimas horas fueron las más lentas. Ya en suelo mendocino, el plantel esperó el momento de salir rumbo al estadio mundialista donde espera la gloria. Esa que nadie quiere dejar escapar.
Cada cual hizo su juego, sobrellevó esta escala previa a Mendoza como mejor pudo. Estuvieron los que se vieron los videos de los bloopers que pasaron en el avión. Los que intentaron bloquear el ruido de las turbinas con la cumbia o el cuarteto al mango en sus auriculares.
También estuvieron aquellos que se olvidaron que estaban en volando y charlaron como si estuvieran en la mesa de la cocina de su casa. Del partido, puertas afuera de la intimidad, se habló poco y nada. No era necesario cargar lastre extra a la máquina estando afinada y lista para salir a correr su mayor prueba de resistencia emocional en el Mundialista mendocino.
La tablet, el celular, la revista con dos idiomas, todo sirvió en determinado momento para no perder el eje primordial de la causa: mantener la cabeza en stand by, fría. Si los tres corazones del Candy Crush ya no estaban, era momento de hojear cuanto panfleto había a mano.
Y si la cosa redundaba en más de lo mismo y el aburrimiento podía abrir el canal del pensamiento sobre Huracán, aparecía una voz del cielo para hablar de cualquier verdura.
Horas de aire
En total, Atlético estuvo en el aire menos de 4 horas. Recorrió más de 3.000 kilómetros en casi poco menos de 24, debió hacer dos check in y comer a deshora. Este último ítem sí que pudo haber sido una piedra en el zapato, aunque tampoco vale la pena extender demasiado el comentario porque el grupo viajó, sí, pero durmió y descansó como corresponde. Donde se complicó la situación fue cuando llegaron a Mendoza. Era inevitable entrar en sintonía con el partido en su máxima expresión.
La práctica a puertas cerradas en el Malvinas Argentinas fue un remanso a la desesperación por jugar ya mismo contra el “globo”.
Una mochila pesada
La noche cayó como quien espera el aguinaldo. Las charlas con el DT en el aeropuerto, en la cancha, en el hotel, todas se convirtieron en una sola idea: disfrutar de la chance que se consiguió y no sentir que jugar por el pase a Primera es una mochila pesada y difícil de cargar.
Las últimas horas fueron las más lentas. Ya en suelo mendocino, el plantel esperó el momento de salir rumbo al estadio mundialista donde espera la gloria. Esa que nadie quiere dejar escapar.
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