En perspectiva chocamos la Ferrari. Cambiamos un vuelo de 2 horas por otro de 15. En perspectiva, y pese a todos los dolores corporales que vienen de regalo con un viaje interminable, conocimos historias que deben ser leídas y recordadas, porque los hinchas argentinos tienen ese no sé qué especial que los diferencia del resto. Donde estés, estaré.

Habiendo perdido al pájaro de acero el viernes, la opción más segura y veloz, por no decir única cuando la soga del tiempo ya quema el cuello, era viajar en auto a Kazan. Sin carnet de manejo encima, difícil era alquilar un auto, entonces había que avanzar hacia el taxi, en realidad, a un auto de alquiler con chofer incluido. En el mismo aeropuerto Domodédovo, encontramos a nuestro ángel de la guarda, el gran Kuma Kumar, nacido en Kirguistán hace 35 años, padre de Kumar I y esposo de quien nuestro volante dirá, 30% ángel, 70% demonio. En limpio, a Kuma lo tienen zumbando.

Kuma se fue de casa en busca de un futuro mejor. Cuenta que en su país fue cinco años chofer de un importante general del ejército y otros cinco fue policía de patrulla. Trabaja mucho, cobraba nada. “Unos U$S 100 al mes. Si en mi país eres un policía correcto, te mueres de hambre”, le dice a LG Mundialista ya en confianza y con unos cuantos kilómetros de rodaje de charlas.

Kuma no suelta por nada el mundo al Google Talk. Es su mejor aliado en este trayecto que supera los 800 kilómetros pero que se parece a un calco de la Ruta 2 de la costa argentina en pleno 1 de enero. La M7 es un caos total, y eso que dispone de hasta 4 carriles por sectores. A Kuma le gusta manejar. A Kuma le gusta hablar. Kuma sueña en grande.


Los tropiezos

Cuando pudo hacerse de un dinero, Kuma lo invirtió en su país y se vino a Moscú. Allí pudo comprar un taxi, a través de un préstamo, alquilar un departamento para él y su familia y dar un primer gran paso en su vida: “tener calidad de vida”. A Kuma sus amigos lo estafaron en Kirguistán. “No tenía recibo del dinero que les di, al menos pude salvar mi matrimonio. De milagro”. Kuma a nosotros también nos salvó.

Y los amigos de Kuma a otros argentinos. En la ruta camino a Kazan, capital de Tartaristán -una de las 21 repúblicas que, junto con los cuarenta y siete óblast, nueve krais, cuatro distritos autónomos y dos ciudades federales, conforman los ochenta y tres sujetos federales de Rusia- fuimos adentrándonos en el universo de esfuerzos del hincha argentino. Ignacio Puisegur y Carlos Yavianski ya habían llegado a Letonia cuando uno tuvo la suerte de “enganchar” dos entradas para Argentina-Francia, el sábado pasado.

“Pegamos la vuelta, claro. Mientras hacíamos migraciones, éste (por Carlos) nos sacó el jackpot”, se relame “Nacho”. “No sabés lo mal que la pasamos. Hace dos días que estamos sin dormir, además de que ya teníamos todo listo para recorrer Europa del Este, desde Letonia en adelante. La Selección siempre tira”, relataba “Charly”, un colorado de voz gruesa con la cara parecida a la imagen de un rascacielos en ruinas.

Masrur nació Tayikistán, es amigo de Nacho y Carlos y fueron ellos junto a otros argentinos los que les enseñaron palabras triple XXX del idioma. “Traeme la copa, Messi”, cambia Masrur. No pudo ser, amigo. “Nacho” explica que Masrur conoció a “Chapu” Martínez, el chico que se hizo viral con el canto hacia el capitán argentino, y que de ahí le quedó esa muletilla a su amigote. Masrur es como Kuma, un salvador. Además de sus compinches “Nacho” y Carlos, a los que conoció en su bar ubicado en un quinto piso del centro de Moscú, este gordito simpático también llevó a Valentina y Nicolás, novios de Entre Ríos y Córdoba, que encararon un viaje algo impensado después del partido con Nigeria y la siguiente clasificación a los octavos de final.

Una locura

“Es una locura lo que estamos haciendo, pero queremos ver a la Selección, es un partido importante, ojalá podamos ganarlo”, se ilusionaba Valentina. El final de la Selección ya es conocido, pero lo que estos chicos hicieron saber es que si ellos hubieran conocido el resultado, igual hubieran hecho todo lo que estuviera a su alcance para estar en Kazán.

48 sin dormir, tomar un avión, subir a un tren, bajar en un pueblo casi desierto y esperar un ómnibus, todas combinaciones increíbles y solo para estar a la par del equipo durante -máximo- tres horas. “Somos argentina”, aclaraba “Nico”.

Lo que hacen Kuma y Masrur es una especie de Uber pero con destino fijo. Masrur tiene una combi grande, en la que entran al menos nueve pasajeros, entre ellos Tarat, uno de los nacidos en Kazan y que osó decir que iba por Francia. “Broma, broma”. “Se van a encontrar con un lugar maravilloso”, vendía su ciudad, Tarat. Tenía razón. Lástima lo que pasó.

Los parajes de recarga de combustible que selecciona Kumar cabrían como opción número 1 para cualquier película de terror. Son pequeñas estaciones de servicio, sin servicio en medio de la nada y con un surtidor cuya vista a su frente es una ventana que surge de un container donde está la persona que cobra, Renata. “Por favor, chicos, vayan a comprar algo, esta chica es hermosa”. De la banda de “Chiqui”, “Sano”, Marcelo, Nicolás y Néstor, todos de Devoto e hinchas de diferentes clubes (River, Boca, Independiente, etcétera), sale el ruego. Renata realmente era una sirena que pedía auxilio estando dentro de una pileta de lona con poca agua y en medio del desierto. “Me enamoré”, asegura uno de la banda. “Siempre decís lo mismo, y siempre le escribís en el traductor que la amás”, escrache en marcha.

Insólito esfuerzo

Lo valeroso de este grupo no es su romanticismo sino lo que hizo para estar camino a Kazan, donde jugó Argentina el sábado. “Al partido de Nigeria lo vimos en el aeropuerto de Paraguay, ya de vuelta. Como vimos que se clasificó la Selección, desde Paraguay mismo nos tomamos otro vuelo para llegar a verla contra Francia. Somos Argentina, tenemos que apoyar, sin importar la bandera. “Chiqui”, el tecnológico de la manada, fue el que manejó la camioneta que encontraron para alquilar. Pequeña e incómoda, pero con cuatro ruedas y asientos. Eran cinco ellos, todos grandotes menos “Sano”. “Era esto o nada”.

En la siguiente estación, Kuma se encuentra con más amigos choferes y nosotros con más pasajeros argentinos. Las combis de los amigos de Kuma están más cerca de la extremaunción que de la vida, con VTV quizás vencida. Lo que más le preocupa a sus viajeros es que las combis tienen el volante a la derecha. “Estos solo pasan por la banquina. Son de terror. Mirá las cosas que hacemos por estar viendo a la selección”, toma la palabra Marcos, de un grupo rosarino. En pleno trayecto a Kazan tuvieron la suerte de conseguir entradas. “Sí, por la página de la FIFA”, dichosos.

Kumar sigue firme en el volante, ya no quedan muchas paradas entre amigos, pero sí una tantas para que él vaya al baño. Toma mucha agua. “Vamos Argentina”, arenga Kumar ya a la llegada de Kazan, donde él espera recibir el dinero de su viaje, un viaje eterno, pero alucinante. Todo sea por la Selección. En las buenas y en las malas.

Vuelta a casa

Así como los argentinos peregrinaron al estilo “como sea” hasta Kazan, su vuelta fue un calco de la ida. Quienes tuvieron suerte, consiguieron un pasaje en tren. Otros atraparon alguna butaca vacía en un vuelo de línea low cost. Hasta hubo que salir de Rusia para poder salir de Kazán. La combinación Kazán-Minsk, la capital de Bielorrusia, Minsk-Moscú estuvo de moda entre el domingo por la noche y la madrugada del lunes.

Los esfuerzos por regresar a la capital rusa fueron tan enormes como llegar hasta la capital de Tatarastán. “No te olvides de anotar los esfuerzos que volveremos a hacer para ver a la Selección cuando le toque jugar de nuevo”. Matías se refería a la Copa América del año que viene en Brasil, donde quizás no haga falta un Kuma Kumar o un Masrur, pero sí algo de suerte para llegar a tiempo y a salvo a las ciudades donde nuestra Argentina hará sentir su presencia. En la cancha y a través de su gente, la hinchada más leal y devota del planeta.