Quisiera compartir unas reflexiones como ministra de Salud de Tucumán, como madre y como una ciudadana más, entre tantas.
Soy consciente del enorme sufrimiento que vivimos los argentinos, en general, y los tucumanos, en particular. La posibilidad de nuestra enfermedad o la realidad del enfermo cercano nos angustia. Es por ello que agradezco el enorme esfuerzo de las familias tucumanas en este camino de incertidumbres.
El contacto físico, los abrazos, los besos, los festejos con familiares y amigos han constituido la idiosincrasia argentina, muy difícil de cambiar. Pero, de pronto, un virus irrumpió súbitamente en nuestra vida, en nuestra casa y todo cambió: los hábitos de familiares y amigos, se cerraron negocios, bares, shoppings, impactando económicamente aquí y en el mundo.
Precisamente, una pandemia es algo que afecta a todos y a todas sin distinción de clase social, ni de color de piel. Pero sabemos que la situación es mucho más penosa y riesgosa en las familias vulnerables, en las que cuatro, cinco o más personas comparten un pequeño espacio.
Se transformaron los modos de enseñar y aprender, los hábitos del mate como lazo social, de las visitas a amigos y parientes, que debimos ir reemplazando por el distanciamiento.
Confieso que prefiero hablar del distanciamiento físico y no del social porque nos seguimos comunicando con teléfonos, redes, prensa, saludos a la distancia, entre otras formas.
Sabemos que son los adultos mayores quienes tienen mayor riesgo pero, también, es necesario que los jóvenes comprendan que nadie está librado de la enfermedad y que no deben sentirse inmunes porque no lo son, ni ellos, ni nosotros. Todos nos podemos enfermar.
Vivimos en tiempos difíciles y quiero agradecer a los tucumanos porque han privilegiado la prudencia y han hecho posible que Tucumán no sea una zona tan riesgosa como otros lugares del país o del exterior. Sin embargo, sabemos que no hay que bajar los brazos y que todavía el virus sigue amenazándonos. Tucumán y el país entero implementó una política pública sanitaria con reflejos rápidos para evitar el colapso del sistema sanitario. En este punto quiero dar mi reconocimiento a todo el personal de salud pública y privada que han puesto el cuerpo para enfrentar este desafío. También, al equipo que me acompaña.
Negar la enfermedad y salir sin barbijo, concurrir a fiestas, pensando que “a mí no me va a pasar” es un riesgo no sólo individual sino social. Cada acto individual afecta, directa o indirectamente a todos. Por eso, “yo me cuido, luego, todos nos salvamos” es una guía para transitar estos tiempos de tanto sobresalto.
Buscar culpables, convertir al enfermo, al personal sanitario en los enemigos es cometer una injusticia irracional, porque nadie garantiza que mañana no sea yo el “otro culpable”. Por el contrario, debemos pensar solidariamente para afrontar momentos de zozobra.
Es aconsejable seguir las medidas que emanan de fuentes científicamente fundamentadas y no de vendedores de recetas mágicas que buscan el enriquecimiento personal o la satisfacción de intereses particulares. Ni tampoco guiarse por “falsas noticias” que provocan miedo. Mientras el miedo inmoviliza y paraliza, lo aconsejable es la precaución, palabra que significa: cautela, cuidado, atención y la correspondiente acción de prevenir, evitar peligros.
La vida humana es uno de los mejores bienes que poseemos y que debemos atesorar. El cuidado de este bien es el hilo conductor de nuestra política provincial, en concordancia con la Nación, que privilegia la existencia humana respecto de otros intereses privados o sectoriales.
Dice Elie Wiesel, ganador de un premio Nobel de la Paz: “Este es el deber de nuestra generación al entrar en el siglo XXI: la solidaridad con los débiles, los perseguidos, los abandonados, los enfermos y los desesperados. Esto expresado por el deseo de dar un sentido noble y humanizador a una comunidad en la que todos los miembros se definan a sí mismos, no por su propia identidad, sino por la de los demás”.