COMPILACIÓN
ESTRELLAS VOLADORAS
ALINA DIACONÚ
(Galáctica - Buenos Aires)
“Durante largo tiempo vivimos como enigmas; todos tenemos dentro nuestro plantaciones y jardines desconocidos; somos volcanes en actividad que tendrán su hora de erupción; nadie sabe cuándo será ese momento, Dios mismo lo ignora”. Me sirvo de estas imágenes de Nietzsche para narrar la primera impresión que tuve al leer los aforismos de Alina, por la variedad de temas que se tocan.
Fue como si 120 años después estuviera leyendo una continuación de los diarios de Jules Renard. Sin embargo, hay un motor que los impulsa: el confinamiento. Al recluir involuntariamente a las personas brota lo que cada uno tiene dentro. Naturalmente, a una escritora, el estado de asilamiento le acentúa la necesidad de expresar.
En Estrellas Voladoras hay un dolor personal con olor a otredad, se pulsa una catarsis discursiva que subyace del contacto con la finitud: la conciencia, casi permanente, de saber que en cualquier momento desaparecemos. “Se me están borrando las huellas digitales, ¿qué querrá decir?” escribe Alina. El anteúltimo aforismo de la página 38 parece gemir: “Hay un dolor en mí: a veces me parece que todo el sufrimiento de la Humanidad está en él”. Ese encierro inesperado, compulsivo, nos arrastró a ese lugar, a esa congoja casi física, a ese rincón oscuro, a ese sin sentido crónico: “Confinamiento forzoso. Presión y depresión” dice Alina. Los sueños se escurren, las ideas se escapan, se pierden amigos, se respira el desierto, se cierran nuestros lugares, esos refugios revoltosos que nos amparaban, pareciera que nos vamos deshojando, pero no vemos las hojas. Alina se cuestiona: “¿Nos terminaremos matando unos a otros, sin más?”
Estrellas pulsando, imágenes aciagas, “Relámpagos” que bajan de una buhardilla del barrio latino en París, donde los nihilistas toman nota, donde los escépticos se agolpan en escaleras a ver si quedó un papel con tinta de Rumania. A Diaconú le brotarán dagas, ella lo sabe; no las esconde, las afila, perfumes de una época somnolienta, de un aterrador confinamiento mundial. Alina reconoce a gritos: “Aunque esté bien, estoy mal.” Sin dudas, aquí, cada palabra, se parió selectivamente: “No nos conozcamos, sigamos idealizando.”
Tiempos de pantallas, de aire enrarecido, nos divisamos a tientas, pareciera no existir la segunda persona del plural, nos advertimos esfumándonos, casi diluidos. “Darse cuenta, casi siempre ocurre demasiado tarde.”
A Porchia le hubiera gustado escribir este aforismo.
© LA GACETA
Alejandro Lanús