El acto del 25 de Mayo tuvo para Cristina Fernández un objetivo principal: definir las bases del programa de gobierno de su fuerza política. Vamos por parte.
Los partidos políticos han sido reemplazados por coaliciones electorales en la medida en que dejaron de tener representación social. Pero el problema es que las coaliciones no son lo mismo que las sociales. Y, cuando votan, los electores lo hacen con una mezcla de identificación con liderazgos, metas propias e identificación con valores. Hoy no se sabe qué ni a quién representan esas alianzas, más allá de definirse por ser opuesta a las otras. Con toda claridad, los dos grandes movimientos sociales y el conservadurismo representaban intereses y sectores sociales diferentes, pero todas ligadas a sectores productivos que crecían. La oligarquía ganadera era pujante en lo suyo; la clase media emergió y pidió representación política; lo mismo sucedió con los trabajadores y con un sector empresarial. Pero en todos los casos la vida política se desarrollaba en sociedades organizadas.
Cuando nació el peronismo, en 1945, se trataba de una amplia coalición social con eje en un líder, un movimiento que tenía multirepresentación social e institucional. El partido peronista nunca fue centro de decisiones; siempre fue el instrumento para el día de las elecciones. Es más, su historia electoral muestra que siempre se amplió, justamente porque representaba más que a sus partidarios. Su vocación siempre fue aliancista. Al radicalismo le paso algo similar. Cuando buscó ampliar política de alianzas le fue bien, pero cuando se encerró en sí mismo declinó. El Perón de 1945 y el de 1973 fue amplio. El Alfonsín de 1983 fue amplio. Menem de 1989 también lo fue, así como lo fue Néstor Kirchner.
La gran desventaja que tuvo este último fue que, con solo 22% de los votos, debía realizar una doble operación simultánea: afirmar su autoridad presidencial al tiempo que debía ampliar su base de sustentación. Amenazar a la Corte con el juicio político y ordenar bajar el cuadro de Jorge Rafael Videla fueron actos necesarios de afirmación de autoridad. Vencer a Eduardo Duhalde fue un necesario modo de constituirse en jefe político del PJ y buscó incorporar a sectores políticos y organizaciones sociales vinculadas al progresismo, así como sectores del radicalismo. El kirchnerismo aparece como una etapa del peronismo, pero el gran problema de hoy es que el peronismo como tal no logra definir su identidad. El Frente de Todos dejo de ser de todos y, como se dijo antes, la identidad y la representación son la base de partidos políticos sólidas y coaliciones sociales fuertes. Esto nada tiene que ver con una coalición electoral transitoria y frágil.
El problema de la identidad también surca al PRO y a la UCR, que han construido una coalición electoral, pero que no tienen representación social. Hay que tener en cuenta que 2001 marca un momento en donde todo estalla.
Y 2003 es un momento en el que, al calor del crecimiento de la economía, se tuvo la ilusión de que se remedió la desorganización social del país. Sin embargo, no lo hizo con la informalidad ni con la inflación. Lo social fue transformándose en islotes de demandas insatisfechas de una sociedad líquida, al decir del sociólogo Zygmunt Bauman. Por un lado, están los trabajadores formales; por el otro, los cuentapropistas y también aquellos que demandan planes sociales. El cuadro se complementa con aquellos que, durante generaciones, fueron excluidos del sistema.
El gobierno de Mauricio Macri nunca se interesó por la integración y el de Alberto Fernández no puede resolver el problema. En este contexto de una sociedad fracturada socialmente las fuerzas políticas deben navegar hoy. Hoy se encuentran con el drama de que carecen de identidad propia y, por ende, de capacidad de representación social.
En este contexto la figura de Javier Milei cobra sentido en la medida en que desafía al resto a que defina su identidad. Su problema es que, cuando define identidad, deja de representar al sector anticasta. Por eso es muy probable que vaya perdiendo predicamento electoral. Por ahora se ha amesetado. Cristina se da cuenta de que es necesario definir y afirmar identidad. Su convocatoria a recordar el 25 de mayo de 2003, cuando asumió Néstor Kirchner, fue la excusa perfecta para ello.
En sus últimas apariciones reclamaba que el PJ defina un programa de gobierno y luego las candidaturas. Ahora definió los cuatro puntos básicos de lo que entiende debe ser el programa de gobierno de su coalición social destinada a lo que ella llama el pueblo -”no soy ni seré de ellos; soy del pueblo”, dijo-. Su programa lo sintetizó en cuatro puntos: a) redefinir el acuerdo con el FMI; b) pacto democrático; c) articulación público/privado y d) Reforma Judicial. Eso fue a decir en el acto del 25 y, además, mientras el presidente Alberto Fernández bajaba del avión en Chapadmalal con su guitarra. La imagen televisiva, nada inocente, la mostraba rodeaba por su hijo Máximo Kirchner,; por Sergio Massa; por Eduardo “Wado” de Pedro y, algo más alejado, Axel Kicillof.
Esto prefigura a los actores de su propuesta electoral, pero para que esto termine de madurar, habrá que esperar. Antes ella deberá establecer si su plataforma alcanza para su objetivo de movilizar a su fuerza política con el fin de entrar en el balotaje.