¿Los candidatos tienen jefe?

Comenzó la cuenta regresiva para las PASO. Los electores han dejado que los principales candidatos hayan tenido un viraje hacia la derecha. En Tucumán Alfaro y Campero lamen sus heridas y compiten sin atacarse. En bicicleta.

¿Los candidatos tienen jefe?

Cuando sólo faltan siete días para que los argentinos empiecen a tomar decisiones sobre su futuro es inevitable mirar un poco hacia atrás. El mayor impacto es ver cómo el Presidente de la Nación ha decidido no cumplir el mandato que le dieron. “Per se” ha tomado la decisión de no ser el Presidente de la Nación.

Él se ha dibujado una caricatura de sí mismo y en ella se ha convertido. Las caricaturas son verdaderas obras de arte. Exageran, critican, subrayan, acarician, presumen, sinceran y revisan cosas de la realidad. Hacen más verdadera la verdad. Alberto Fernández mostrar que no es.

El jefe

Esta semana en LG play, el canal de televisión de LA GACETA, el precandidato a vicepresidente de la Nación, Gerardo Morales, daba vueltas como chico en calesita para criticar sin nombrar a Patricia Bullrich. En un momento de la entrevista se le consultó por qué estaba con Horacio Rodríguez Larreta en la interna de Juntos por el Cambio. “Porque no tiene jefe”, respondió. La respuesta sin ambages ayuda a entender las necesidades de los tiempos y de la sociedad.

Desgraciadamente, muchos tienen dificultades para separar las reflexiones de quienes son sus autores. Y, como esta sociedad está seriamente agrietada, varios no podrán rescatar esta idea de Morales de que un líder que debe conducir el país no puede tener jefe. Primero se van a preocupar en despotricar contra el jujeño antes de pensar en lo que dijo.

Alberto Fernández le ha dado la razón. Nunca pudo liderar nada. Siempre tuvo –y necesitó- un jefe. Cuando fue Jefe de Gabinete se limitó a cumplir órdenes y cuando llegó a la primera magistratura del país, también. Un presidente con jefe no es presidente, es simplemente un obediente empleado. Y la Argentina el próximo domingo se encamina a buscar un presidente, pero –también- necesita un líder (¿sin jefe?).

Lo que le ha sucedido a la Argentina en estos tres años se ajusta a ese axioma. La sociedad consiguió una mayoría que estaba de acuerdo en seguir el liderazgo de Cristina Fernández pero ésta puso a Alberto de presidente. Quien menos estaba convencido de eso era el propio Alberto. Lo curioso es que mientras aplicó el sistema más moderado de gestión aceptando a las fuerzas minoritarias y sentándolas a su derecha le fue bien. Y eso duró hasta que su jefa quiso.

Después vino el desquicio. La Argentina entró en vaivenes porque quien gobernaba no gobernaba y quien lideraba tampoco gobernaba. Consensuaron tácitamente que gobierne quien no era subordinado, pero no lideraba ni gobernaba y así nació Sergio Massa, ministro, candidato y presidente por omisión (de los demás).

Queda la sensación de que en estos cuatro años que empiezan a despedirse se ha procrastinado y por lo tanto no se ha evolucionado. El superlativo “más” sólo acompaña a sustantivos tan tristes como pobreza o inflación. De estos resultados nadie pretende hacerse cargo. Por eso cuando hablan se ocupan de que la responsabilidad recaiga en la impericia de Alberto o en la pesada herencia que les dejó el gobierno anterior de Mauricio Macri. Los demás (dirigentes y ciudadanos comunes) miran para otro lado.

En esos términos se inscribe la campaña electoral que tiene su primera fecha de vencimiento el domingo que viene cuando los argentinos depositen su voto en la urna de estas primarias abiertas.

A causa de cómo durmieron la siesta sobre los machucados laureles ha derivado en que la aguja de la balanza se haya corrido a la derecha. Los candidatos que asoman con más apoyo de la sociedad son los que asustan menos al establishment argentino. Y los cuatro que quedaron en la posición más adelantada se dividen en dos bloques: los dialoguistas y los confrontativos. Horacio Rodríguez Larreta confía que los acuerdos son la salida del país. Y en la agenda tienen fecha todos menos el kirchnerismo de pura cepa. Esa ha sido una de las concesiones que ha debido hacer para recuperarse de las piñas que le pegó Patricia Bullrich meses atrás y que lo dejaron groggy por varios rounds. Ahora, más recuperado, aprovecha los deslices de su rival.

En la campaña Bullrich y Milei han quedado en el ala dura. Ellos dejan entrever que la actitud moderada de la gestión Macri no dio resultados y que la transformación tiene que ir hasta las huesos. A Bullrich le critican que no tiene gestión para exhibir y de eso presumen sus rivales Morales y Rodríguez Larreta. También hay un sector kirchnerista que –curiosamente- se ocupa de recordar el pasado montonero de Patricia.

Milei es tal vez la gran incógnita. Las PASO van a definir candidatos y liderazgos en la izquierda. Determinarán el rumbo de la oposición y consolidarán la postulación de Massa. Es que la candidatura de Juan Grabois no aportará muchos votos, pero sí los suficientes para que el candidato-ministro-presidente pueda decir que fue el más votado. Eso también lo posibilitará la paridad que parece tener la interna de Juntos por el Cambio.

Milei llega al final de esta carrera sin aliento. El resultado dirá cuánto terreno ganó en la largada. Curiosamente todas las miradas estarán puestas en él. Sus votos dirán en qué están pensando muchos jóvenes (¿será cierto que avalan sus excentricidades?); precisarán si la sociedad está dispuesta a aceptar los cambios que propone (¿están dadas las condiciones para deformar instituciones?) y dirán si tanta violencia verbal se puede transmitir a las acciones y si es algo que espera la sociedad (¿Se está pidiendo tanta prepotencia para hacer como él quiere las cosas sin importarle los otros, esa es la lógica a aplicar?) En este marco, Massa logró ser el moderado del oficialismo y aquellos kirchneristas a los que se les paran los pelos por su buena onda con el establishment confían en que el peronismo sabrá ponerle límites. De todos modos, ¿esta última opción será reconocer que Massa tiene jefe?

Campaña atípica

La sociedad argentina viene de castigar duramente al que no hizo los deberes para poner la economía en orden. Luego pidió diálogo y no se lo dieron. En las paredes y en los carteles callejeros ven candidatos que sonríen pero ellos cuando hablan en público sólo descargan improperios hacia los otros, críticas durísimas o preocupación por lo que está pasando. Esa esquizofrenia marea a un electorado que preanuncia pocas ganas de ir a votar desobedeciendo el mandato de las internas que se llaman obligatorias. El descontento popular ha ayudado a que los tucumanos vivan una campaña atípica.

Bailarines quebrados

Durante los últimos cuatro años la Provincia bailó al ritmo de dos figuras centrales: Juan Manzur y Germán Alfaro. Ambos llegan a esta instancia electoral de capa caída con pocas ganas de entrar a la pista de baile.

Ambos equivocaron sus estrategias y ahora la política los ha puesto en la peor de las circunstancias. El vértigo de estos tiempos hace que no puedan afrontar el duelo. No hay tiempo y entonces sus estados anímicos quedan a la intemperie. El “¿Qué le pasa a Juan?” fue una constante del último mes. Tanto fue así que en los pasillos de la Casa de Gobierno muchos, cuando hablan del gobernador, se refieren a Osvaldo Jaldo. Manzur no logró conjugar el presente. Vive en un pasado reciente que lo zamarreó y le demostró que no tenía el poder que él creía y un futuro muy cercano, pero también muy incierto. Puede ser senador de la Nación, pero también podría quedarse en la provincia a reconstruir su poder. En ambos casos es empezar de nuevo la carrera cuando él creía que estaba a pocos metros de la llegada.

Uno más uno no es dos

Alfaro no tiene las fuerzas con las que comenzó el año. Hace tan sólo ocho meses entrenaba todos los días para ser gobernador. Estudiaba, se preparaba en distintos temas y salía a recorrer la provincia. Parecía esos boxeadores que están listos para subir al ring por el título. Era él o Roberto Sánchez. El uno y el otro sentían que podían mandar en la provincia. No fue ni el uno ni el otro y así desafiaron a las matemáticas. Es que en política no siempre uno más uno es dos. En este caso la suma dio cero.

Mientras saca fuerzas de donde no tiene para mantenerse vigente y para cumplir con Rodríguez Larreta, que lo acompañó desde el principio, Alfaro va a la última pelea. Tiene por contrincante a Mariano Campero, que sólo ve un objetivo central en su vida: ser gobernador. A diferencia de muchos otros, no tiene apuro. Incluso en esta elección se presenta con el interés de cumplir con Bullrich. Está obligado a ganar porque el orgullo lo moviliza, pero preferiría quedarse en la Legislatura provincial a tejer su candidatura de 2027 o de 2031, quizás. A sabiendas de lo que han atravesado en la contienda provincial llegan al final de las PASO sin un agravio con Alfaro. El intendente de Capital tampoco tuvo ataques contra su par de Yerba Buena. Incluso soportó con hidalguía el desaire de Roberto Sánchez, quien, reencarnando a Pedro, lo negó tres veces. Pero esa tal vez sea una reacción esperada por Alfaro; lo que empieza a llamar la atención es cómo algunos de los que se le pegaron como miel cuando fue electo ahora empiezan a buscar otros horizontes. Las hipocresías son lo que más duele a los líderes. Por las dudas, Jaldo en su despacho tiene un cartelito que dice: “la casa se reserva el derecho de admisión”. Los adlátares de Jaldo revisan en las redes sociales a los que piden el derecho de admisión y se detienen en los autos que ostentan. “Pensar que cuando se fueron a la municipalidad iban en bicicleta”…, murmuran.

Es que cuando llegan las elecciones es inevitable mirar para atrás.

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