La silenciosa batalla entre Manzur y Jaldo

El gobernador no quiere perder el control de la disputa electoral, como tampoco el vice cederá protagonismo a una meta buscada en estas últimas cuatro décadas.

La silenciosa batalla entre Manzur y Jaldo

El oficialismo está cerrando un capítulo de su historia de casi 40 años en el poder en Tucumán, con la excepción de los tormentosos cuatro años de Antonio Domingo Bussi al frente del Poder Ejecutivo (1995-1999). Osvaldo Jaldo está a 25 días de asumir como gobernador y suceder a Juan Manzur que, hasta el último día de mandato (y también después) intentará mantener la centralidad en la conducción política de la provincia. Pocas veces ha sido exitoso el fenómeno del doble comando. Manzur no quiere perder el control de la disputa electoral, como tampoco Jaldo cederá protagonismo a una meta buscada en estas últimas cuatro décadas desde que en 1983 retornó la democracia: la gobernación.

La transición, en términos generales, viene siendo tranquila. Las peleas se dan en ámbitos periféricos, pero no en las cúpulas. La fórmula gubernamental sabe que, si permitían los cortocircuitos dentro de la ahora Unión por la Patria, la oposición crecería en este año electoral. Eso no sucedió. Aquella oposición se preocupó más en consolidar la imagen de tal o cual dirigente en base a encuestas y no a formular un verdadero proyecto de poder que le arrebate al Partido Justicialista las riendas de una provincia que, con sus más y sus menos, sigue siendo un bastión de aquel partido en la Argentina. Así está hoy Juntos por el Cambio, mirando desde la tribuna cómo Fuerza Republicana, el partido que lidera el legislador Ricardo Argentino Bussi, se sube a la ola libertaria de Javier Milei para intentar colocar la mayor cantidad de diputados posibles en el Congreso. El peronismo también sufre ese fenómeno, tanto por el impacto local de lo que ha sido la escandalosa pérdida de votos en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 13 de agosto, como por la imagen de vulnerabilidad evidenciada con aquel resultado en el mapa electoral de la Argentina. Dentro de ese partido, además, potencian un mensaje: Milei puede ser en la Argentina lo que Bussi ha sido en Tucumán a mediados de la década de 1990, el resultado de un castigo a la clase política. Más allá de ese discurso, la realidad libertaria muestra que esos dirigentes tradicionales no aprendieron las lecciones del pasado.

Cada vez que ingresa a su oficina del tercer piso de la Legislatura, Jaldo mira de reojo al Teatro San Martín, donde el domingo 29 tomará juramento como gobernador. Seis días antes anunciará a su gabinete, un elenco que todavía está en formación y con algunos nombres que trascendieron en lo que sería la primera conformación hacia una gestión que se caracterizará por las restricciones financieras. El pase de mando viene con sorpresas, como la deuda con el Fondo Fiduciario para el Desarrollo Provincial (FFDP) de casi $ 22.000 millones que, por la disolución de ese programa, contempla ahora vencimientos concentrados en el arranque de 2024, en cuotas mensuales de unos $ 5.000 millones. La inquietud de Jaldo se centra en el escaso margen de maniobra que tendrá su administración a partir de este y otros compromisos financieros. Para él, la reprogramación de esos vencimientos a cuatro años de plazo es una necesidad, independientemente del monto, que representa el 64% del endeudamiento consolidado de la provincia. Para Manzur, aquel compromiso equivale a menos del 2% del presupuesto vigente de Tucumán. Sin embargo, el actual mandatario mantiene las gestiones para obtener financiamiento federal y privado para cerrar su segundo mandato con un resultado equilibrado en las cuentas, al menos en la perspectiva presente.

Esa deuda incomoda a los gobernantes de turno. Es probable que el agua no llegue al río, pero indudablemente se convirtió en otro factor de peso en la herencia que deja Manzur a la mochila que cargará Jaldo. No obstante, hay un pacto tácito entre ellos para no levantar ola y generar tempestades internas. Es la silenciosa batalla del oficialismo, que trata de cuidar las formas en medio de un incierto panorama electoral.

La obra pública se resentirá en la medida que no se abra el grifo nacional. Y es probable que eso no suceda, más allá de las partidas asignadas en el proyecto de Presupuesto Nacional 2024. Esa será una batalla que tendrán que dar, antes de que la iniciativa ingrese al recinto del Congreso para su tratamiento.

La principal preocupación del Gobierno es salarial. La anualización de los reajustes en las remuneraciones de los casi 110.000 agentes estatales tendrá todo el componente inflacionario de un año crítico en materia de devaluación y de reacomodamiento de los precios relativos. Nadie puede augurar acerca de lo que sucederá hasta el 10 de diciembre, mucho menos prever el escenario poseleccionario. Todo huele a ajuste, a sacrificios periódicos a los que los argentinos tuvieron que acostumbrarse con el alto precio de un incremento de la pobreza y de la indigencia. Cuatro de cada 10 habitantes no pueden abandonar la pobreza; seis de cada 10 niños y adolescentes están en esa situación. El presente está en jaque y el futuro hipotecado. ¿Quién pagará la gran deuda social de la Argentina? La concentración de vencimiento de la deuda de un país con mote de incumplidor serial será la constante de 2024. Hay poco margen para el crecimiento -nada para hablar de desarrollo-, más allá de que los analistas y los agroexportadores esperan un año mucho más alentador que el último bienio respecto del ingreso de divisas.

Las provincias -entre las que está Tucumán- siguen de cerca la evolución de la recaudación nacional. Las medidas adoptadas por el ministro de Economía Sergio Massa respecto de la eliminación del 21% en el IVA para los alimentos y de la quita de Ganancias para la cuarta categoría de ese tributo se pagará con menos coparticipación. Ni Jaldo ni el resto de los gobernadores tienen margen para incrementar la carga fiscal, mucho menos apelar a la emisión de moneda espuria para financiarse. El tercer factor en el marco de una sana política fiscal es la reducción del gasto superfluo. En esa tarea se encuentra el mandatario electo tucumano que todavía no termina de cerrar el organigrama del Ejecutivo, al que ya se le aplicó una poda del 30% de los puestos políticos. En esta cirugía mayor también hay roces entre el saliente y el entrante. En varias de las estructuras en la mira del tranqueño se consolidaron algunas figuras del manzurismo, que no sólo intentan sobrevivir a la poda, sino también sostenerse en el tiempo, más allá del recambio institucional.

Para Jaldo, el margen de maniobra financiera es demasiado acotado. Para Manzur, el cierre de su segundo mandato no será traumático. En estas percepciones, ninguno de ellos coincide con el otro. En tiempos electorales, el silencio es salud. Y el PJ cuidará las formas, al menos, hasta el cierre de un mes de cambios sustanciales en el poder.

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