Cuando hablamos de la MADRE -así, con mayúsculas- esté o no esté ya entre nosotros, sentimos la rara sensación de un desprendimiento del alma, cual mariposa sobre la flor, para hundirnos en un fortísimo abrazo contra su seno. Es la única forma que Dios nos da para mostrar el agradecimiento a tanto, tanto amor vertido a raudales sin esperar compensación alguna. Versión de lo divino en un corazón humano, que tiene la facultad de inundarnos de felicidad sin pedirnos nada. El cúmulo de amor que nos obsequia es infinito, como una escalera al cielo, exento de fatigas, magnánimo e inextinguible. Por eso y por mucho más, la fácil palabra Mamá supera angustias, dolores y pesares, venciendo al tiempo. Esté o no presente, se justifica en su día el más generoso brindis en familia con copas levantadas y el grito emocionado de: ¡felicidades, mamá!
Darío Albornoz
lisdaralbornoz1@gmail.com




















