La imagen argentina, ahora y entonces

Una semana después de las elecciones del 30 de octubre de 1983 el país oscilaba entre la amargura por el hondo pozo en que se encontraba al cabo de los siete años de dictadura, los conflictos económicos y sociales, la visibilización del pantano de la violencia y la derrota en Malvinas, por un lado, y las esperanzas que abría el fresco despertar de la democracia. Despertar no exento de inconvenientes.

Dos editoriales de esa semana daban cuenta de eso. En uno de ellos, del jueves 3 de noviembre de ese año, titulado “La Argentina ante el Mundo”, mencionaba que al cabo de los comicios se había percibido la “favorable repercusión que ese acto (las elecciones), con el cual los argentinos recobramos nuestra real fisonomía histórica, ha tenido entre las naciones del mundo”, y citaba las expresiones laudatorias del presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas y de gobiernos y organizaciones políticas y populares del planeta. Pero al mismo tiempo expresaba que los argentinos no habíamos apreciado en su verdadera dimensión “una etapa dramática, transcurrida en años de inquietudes y frustraciones continuadas, que nos llevaron a una situación internacional de aislamiento total”. Y continuaba: “después de haber ocupado un lugar de privilegio entre los países de la civilización occidental, la Argentina descendió hasta convertirse en una nación relegada a los últimos tiempo9s de la escala de importancia”… “los avatares de una política descaminada y al margen de los principios de la República y la democracia, nos llevaron a una situación híbrida caracterizada por indefi9nciones, de fondo… no llegamos a integrarnos auténticamente a ningún (grupo de naciones), concluyendo por convertirnos en un país aislado, casi un paria entre las naciones del mundo”.

Las noticias de esa semana daban cuenta de las expectativas por la constitución del nuevo Gobierno, de los severos problemas de para reactivar la producción y controlar la inflación, de las esperadas negociaciones por el problema de la deuda externa, de los reclamos por las tarifas, de las ilusiones de que alguna vez se pudiera entablar conversaciones con gran Bretaña por la soberanía de las Islas Malvinas y por la inminente mediación del Papa en el diferendo con Chile por el canal de Beagle.

En medio de eso el retorno a la democracia era una idea fuerza que sugería una recuperación espiritual y material para “solucionar los graves problemas que nos afectan”. Lo decía el prestigioso economista Raúl Prebisch, que regresaba al país de cumplir una función internacional en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal): “la imagen argentina en el exterior se revirtió absolutamente”. En el editorial del domingo 6 de noviembre de 1983, titulado “La imagen argentina”, se decía que esa representación “cambió de la noche a la mañana” y que eso ayudaría a que el nuevo gobierno podría negociar con la banca extranjera en las mejores condiciones, “porque suscita confianza y seguramente encontrará apoyo en los más empinados centros de poder”. “De esta manera –concluía- los argentinos empezaremos a comprobar el valor que tiene el prestigio internacional de un país y su fidelidad a las garantías constitucionales”.

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