¿Vivimos en un mundo con mucha ansiedad?

Por Alejandro Matesich - Psicólogo.

24 Diciembre 2023

Se habla mucho hoy en día de ansiedad. Un tópico recurrente no solo de consultas en salud mental, sino también en el campo extendido de la medicina; en el discurso social se escucha: “Soy muy ansioso”, “no sé qué hacer cando me agarra ansiedad”. Ante estas preguntas o malestares manifestados por las personas, podríamos comenzar a pensar ...¿se puede hacer algo?

Vivimos en un mundo donde sobran saberes sobre todo tipo de malestares. La ciencia moderna ha contribuido a eso. A cada malestar, le corresponde un saber. Y la medicina particularmente se ha trasformado en la disciplina que mayormente responde a este ideal de saber que la ciencia pregona. A través de sus diferentes prácticas, intenta obturar cada manifestación de sufrimiento humano: a cada malestar, un diagnóstico, a cada diagnóstico, una terapéutica, a cada terapia una farmacología.

El foco de atención esta puesto casi siempre en el malestar y como dejar de sentirlo. Poco se habla, de aquello que pueda generarlo. Existen fármacos en la actualidad para “sobrellevar la ansiedad”. Los mismos se publicitan en la televisión y redes sociales bajo la idea de: “cuando tu rutina es agotadora por el trabajo, la familia, y todas tus actividades...proba tal medicamento”. El mensaje es claro: existe un malestar y hay que medicarlo. Lo que es claro también, es que no existe margen o posibilidad de cuestionar el ritmo de vida que sostenemos y reproducimos. ¿Habrá que trabajar tanto?, la familia, el tiempo y la dedicación que requieren, ¿no será una forma de trabajo en sí mismo ya?, un modo de producción y ocupación del tiempo que escapa al ideal consumista y de producción de bienes. ¿Habrá que realizar “todas esas actividades” que además del trabajo (empleo) y la familia, ya requieren nuestro tiempo?

Desde esta perspectiva, podríamos pensar la ansiedad como producto de esta época. Vivimos en un mundo vertiginoso, de cambio continuo...”la era de la renovación constante”, donde nunca parece que disponemos del tiempo suficiente para adaptarnos a lo que acaba de pasar, porque siempre viene lo nuevo. Desde esta perspectiva, ¿cómo adaptarnos a lo que nunca termina de cambiar? A un mundo donde imperan ideales de producción, eficacia y superación, donde vos podés ser “tu propio jefe”, gestor de una vida plena, llena de lujos y placeres; “donde tu felicidad depende de vos”.

Muy poco se habla de estos ideales (inalcanzables), y de lo cambiante y variable del mundo en que vivimos, de su constante dinámica, y del efecto de aquello en nuestra vida cotidiana. Poco cuestionamos el impacto de esto en nuestra salud mental, emocional; solo tendemos a adaptarnos, sin cuestionamientos y a cualquier costo.

Uno no puede evitar sentirse ansioso, la ansiedad es una manifestación emocional que irrumpe ante ciertas situaciones que no podemos controlar, anticipar o resolver en la inmediatez. Lo que si se puede evitar, cambiar o corregir es la posición ante tales situaciones que nos ponen ansioso. El trabajo terapéutico en salud mental muchas veces consiste, no en brindar “herramientas” para que una persona pueda resolver ciertas situaciones, sino a veces, en poder ver, comprender y pensar: ¿se puede resolver aquello?, ¿no son problemas que exceden mis posibilidades?, ¿vale la pena dedicar todo mi tiempo en algo que depende de variables que no controlo? Tal vez la ansiedad seda cuando aceptemos que no podemos resolver todo.

Desde esta perspectiva, es interesante comprender que la ansiedad no es lo patológico. Lo patológico, es el imperativo social-cultural de que seamos sujetos sumamente productivos, lo patológico, es el intento de la ciencia en general de querer diagnosticar y etiquetar todo; de hacernos creer que a cada sensación, malestar, impedimento, o imposibilidad de nuestras capacidades, le corresponde un diagnóstico y un tratamiento.

La ciencia ha avanzado, las practicas terapéuticas también, los saberes se superan, esto es innegable. Pero siempre va a existir en el sujeto humano, un resto ineludible, una falta constitucional, algo que resiste a “todo este saber” actual; falta que opera como motor de nuestro deseo, propio y particular, con tramas y tiempos de cada uno.

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