No hay tutía

En sus Cien años de Soledad, Gabriel García Márquez nos invita a un experimento inquietante: imaginarnos que los habitantes de Macondo pierden uno a uno sus conocimientos, su capacidad de nombrar y definir las cosas presentes. La solución a la enfermedad del olvido fue pergeñada por el entonces joven Aureliano Buendía:

Un día estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales y no recordó su nombre. Su padre se lo dijo: “tas”. Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la base del yunquecito: tas. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro... Pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas. Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde la impuso a todo el pueblo. Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas

Sin duda, el método del etiquetado era un remedio pasajero, solo efectivo en la medida en que el olvido no alcanzara también al lenguaje escrito, en tanto no olvidase cómo leer esos rótulos mnemotécnicos. Esta posibilidad es, sin embargo, postulada. Durante la peste del olvido, los habitantes, según sigue nuestra cita: “Continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita”

García Márquez nos plantea un doble estremecimiento: olvidar los nombres de las cosas y conjeturar que pronto se desvanecerá también la realidad de la escritura que podría salvar nuestros recuerdos del vínculo perdido entre las palabras y las cosas. La paradoja tiene otro plano si nos incluimos a nosotros mismos como lectores de un mundo escrito que duda de la capacidad de las palabras para recordar el mundo.

!Ahre!

No nos vamos a olvidar del lenguaje, no al menos en un sentido que podamos describirlo. Pero se va poblando de palabras como los subtítulos de este escrito, que cuando los escuchamos nos sentimos habitantes de Macondo en plena peste amnésica. Casos como “Ahre”, “milipili” y otros no son, sin embargo tan peligrosos como los falsos amigos, palabras que nos suenan familiares pero tienen otro uso. Los falsos amigos son los peores enemigos. Uno de ellos es particularmente confundente, cuando no irritante: el vocablo “literal”. Resulta que literal significa, literalmente, pegado a la letra. “literalmente pisé la banana”, es cuando alguien cuenta que lo que es una forma de decir le ha ocurrido al hombre. Pero literal ha dejado su apego a la letra para ser un aumentativo, “le hice moder el piso, literal” se puede decir sin tierra de por medio. Ahora es una acepción posible, extraña, que la RAE considera correcta en un acto de capitulación vergonzoso. Porque el lenguaje es para comunicarse y equívocos como “les secó la cabeza, literal”, pude ser una expresión forense o de sumisión psicológica.

No hay remedio…

Paradójicamente, las metáforas refieren siempre a un hecho que luego se metaforizó e incluso cambió de forma drástica su sentido. Por ejemplo “maestro ciruela”, o “chimichurri”, les dejo para su diversión investigar el origen.

Borges descreía de la etimilogía de las palabras como significado iluminador. Saber que cálculo, en latín, quiere decir piedrita y que los pitagóricos las usaron antes de la invención de los números, no nos permite dominar los arcanos del álgebra; saber que hipócrita era actor, y persona, máscara, no es un instrumento valioso para el estudio de la ética. Decía Borges en un artículo acerca de los clásicos.

Más allá de su opinión, siempre burlona porque enseña mientras niega, la historia de la literalidad perdida es muy útil. Por ejemplo “Tutía” parece ser una desviación de “es atutía” que en árabe designaba al óxido se Zinc. Un remedio muy usado entonces. Por lo cual podemos decir que, con esto del olvido no hay tutía.

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