Esa tarde hacía calor. Subir las escaleras ya era cansador. Nos servimos un café y fue una conversación larga de casi tres horas. Él tenía sueños de político y yo avidez de información. Pero la conversación fue más allá. No tuvo los ribetes propios del truco donde mientras se orejean las cartas se mira a los ojos del rival para ver si se le escapan sus verdades. La charla no sirvió para una nota, pero tal vez si para corroborar mundos.
Las conversaciones o las entrevistas periodísticas son como las novelas: se las puede planificar, esbozar pero al final los personajes -en las novelas- o los partícipes de las entrevistas hacen lo que quieren o pueden. Nada se ajusta al libreto y todo es de una libertad y autonomía inesperadas.
Tal vez por eso en la mitad de la charla con este político contemporáneo surgió sola la pregunta: ¿se puede hacer política sin travesuras y sin utilizar plata del Estado? No. La respuesta fue lacónica porque él sabía que si se explayaba se autoimplicaba en algún problema.
Podría haber indagado más en la búsqueda de la punta de la mecha para llegar a la pólvora pero si algo tienen los políticos con muchos años es habilidad inusitada para no romper el diálogo y decir mucho y terminar diciendo poco. O, mejor dicho, fui un inútil.
Las ideas de aquel encuentro me sirvieron para una charla en la que me tocó exponer tiempo después. El gran problema que tiene Tucumán es su sistema electoral. Casi todos acceden a dinero (por lo general público) que no es fácil explicar para hacer campañas y para llegar a sentarse en una banca.
En aquel auditorium del hotel Hilton donde se hicieron las jornadas de ACDE todos exponían sus logros empresarios, sus capacidades emprendedoras y sus proyectos ecológicos. Renegaban de la política. Todos -sin excepción- defendían un sueño, una ilusión de vida. Para organizarme mejor me pregunté para qué quería llegar alguien a sentarse en una banca y qué lo movilizaría. De algo estaba seguro: no eran las promesas de campaña ni la obligación con la ciudadanía. A partir de tener el cargo y desde el primer día de gestión a una gran mayoría lo desesperaba la necesidad de pagar las deudas de campaña que son millonarias y que con la dieta no alcanza y amarrocar igual o más cantidad de dinero para asegurarse una buena performance en la próxima elección. Ese era el sueño.
El que tiene plata, gana
En el sistema electoral tucumano es imposible que alguien que no tiene dinero pueda ganar. Hay raras excepciones. Pero confirman la regla, simplemente.
Los resultados electorales de las últimas décadas son directamente proporcionales al dinero puesto en las campañas electorales. El que más pone, gana.
No hace falta subir las escaleras de LA GACETA y conversar largo y tendido con un político un día feriado para enterarnos de estas cosas. Todos intuyen o saben cómo la sociedad se ha ido corrompiendo a medida que los políticos se han ido enriqueciendo. En aquella conversación no pudo evitarse a los periodistas y reconoció que los periodistas ensobrados son muchos, aunque no dio nombres, confesó que hay algunos a los que les gusta demasiado el dinero.
El partido de truco terminó sin ganadores lo cual es una rareza como esa conversación, en la cual el político había dejado sobre la mesa demasiadas verdades aunque con la habilidad del fullero que no permite contarlas. Mucho tiempo después la sociedad les daría poder a Javier Gerardo Milei, a Osvaldo Francisco Jaldo y a Rossana Elena Chahla.
Protagonistas principales
En sus distintas dimensiones ellos fueron los protagonistas principales esta semana que nunca más volverá. Ninguno improvisó. Cada uno sabía muy bien cuál era el mensaje que quería dar. Debían hablarle a la cara a los diputados y senadores; a los legisladores y a los concejales, pero en verdad les hablaban a los ciudadanos. Por eso calcularon todo. Cada uno a su manera preparó cada palabra. Los tres corrigieron hasta el último minuto palabras, adjetivos y verbos.
Milei rompió tradiciones al dar un mensaje nocturno. Jaldo evitó movilizar gente y fue caminando con la banda puesta sobre su pecho desde su casa hasta la Legislatura. No lo vieron mucho: la vida ha hecho que de un edificio hasta el otro no haya más que 380 metros. Chahla no hizo grandilocuencias. Sorprendió con el discurso que estaba sobre las bancas de los ediles en formato QR dando un mensaje ecológico. Su blusa blanca y pollera negra colgaban en su ropero desde hacía casi un mes.
De ese trío, quien mejor conoce los intersticios del poder es el actual gobernador de esta provincia. Es un hijo político de esa forma de actuar que critica el mismísimo Presidente de la Nación. Él como todos los actores principales de la política son hijos del acople. Hace una década cuando las elecciones se ponían en duda, el mismo gobierno que compartió Jaldo propuso una movida que se llamó “Tucumán dialoga”. Servía para que los que gritaban desaforados contra el sistema electoral bajaran el tono y hablaran. Tenía el objetivo de lanzar una propuesta y finalmente fue monólogo oficialista que no escuchó a nadie. La Legislatura que prohijó la continuación de este sistema estuvo bajo la tutela del actual gobernador y fue maltratada por todo el país por lo cara que era. El viernes, cuando el mismísimo Jaldo anunció que mandaría a modificar el sistema electoral, seguramente un sector de la sociedad pensó en la importancia institucional de salir de esa trampa millonaria y de apostar a otra forma de elegir. Sería como encontrar la droga que le diría basta al cáncer. Pero si a una importante mayoría le gusta jugar a ese juego y es cómplice del sistema ¿por qué aprobarían ese cambio? Todos los que se hicieron millonarios en base a empleados fantasmas -invisibles les llamó Chahla en su discurso-, esclavos y ñoquis y además contaron con la complicidad de ciudadanos que trabajaban por 10 pesos pero firmaban por 100 pesos ¿por qué aceptarían dar un paso hacia la ética y la transparencia?
Sin dudas el anuncio del gobernador dejó estupefacto a más de uno. Incluso a su espejo. Jaldo tiene una salida a esta apuesta. Él podrá mandar el proyecto a la Legislatura y si en todo caso no se producen cambios y simplemente en la Cámara hacen un maquillaje a los acoples actuales, el gobernador podrá decir que tuvo las mejores intenciones y que la Legislatura no tuvo el coraje de hacer el cambio. Desgraciadamente la vida institucional tucumana ha sufrido tanto -entre los que aplaudían el discurso del gobernador estaba el presidente de la Corte Daniel Leiva que mintió a todos y nunca pidió disculpas ni renunció- que necesita ver para creer. Jaldo, en tanto, parece querer el bronce y para eso hay que ser diferente.
Distinta es la situación del Presidente de la Nación que actúa como un extraterrestre. Sabe que su energía es la corrupción ajena. Esa es la moneda del crédito que le dio la sociedad. En su estratégico y pensado discurso fue irónico y agresivo pero la mayoría de los que lo escuchaban no podían contradecir los beneficios que les había dejado la política y sus mañas.
Chahla, en tanto, disfrutó -como Jaldo y Milei- de su discurso. Tuvo menos guiños que su colega tucumano y se apoyó en dos ejes personales que ella quiere resaltar: ser la primera intendenta de la historia de la Capital y en no ser una política tradicional. Se guardó anuncios largamente preparados y fue dura con la herencia recibida.
Aquel día caluroso del verano tucumano cuando bajamos las escaleras para despedirnos, me quedó la sensación de que en Tucumán todo está muy deteriorado por el egoísmo y las ambiciones de todos.
Los discursos abren esperanzas aunque sean palabras que se las lleva el viento. Faltan los hechos que las hagan realidad y la sociedad que los acepte.