Cumplió su sueño de jugar en Atlético Tucumán, le dijo que no a River y ahora está abocado a su segundo amor: la medicina
Julio Barreto es uno de los jugadores más carismáticos que tuvo el "decano", eso sí, para los rivales siempre fue una pesadilla. En diálogo con LA GACETA recordó los mejores momentos de su carrera.
El nombre de Julio Barreto es palabra sagrada en el mundo de Atlético Tucumán; el “cirujano” del gol, es uno de los delanteros más queridos por los simpatizantes “decanos”. Si la pelota llegaba al área por arriba, era imparable para cualquier defensor. Tenía un doble salto indescifrable para sus marcadores y claro, se cansó de convertir goles de cabeza. Hoy sigue de cerca la actualidad del “decano”, aunque la medicina (su otro amor) lo alejó de las canchas hace bastante. En diálogo con LA GACETA, el ex delantero hizo un repaso de los momentos que marcaron su vida.
-¿Te apasiona más hablar de fútbol o de medicina?
- Las dos cosas. El fútbol es fantástico, pocos saben lo que es el sentimiento de hacer un gol cuando falta un minuto; he tenido compañeros maravillosos. Entonces son cosas importantes que me pasaron en mi vida. Yo he vivido momentos muy lindos y en la universidad también he tenido compañeros fantásticos, me apasiona todo lo que hago.
- ¿Cómo llegaste a Atlético?
- De chico me probaba, pero me corrían porque no era buen jugador, era muy duro, no tenía un buen manejo de balón como se esperaba en Atlético.
- ¿Y entonces?
- Y llegué por mi perseverancia. Esa es la palabra mágica, yo me decía “tenés que seguir intentando”, y así fue. Igual me probé en muchos clubes, San Martín, Sportivo, Famaillá, equipos del sur.
- ¿Y en ninguno quedabas?
- En todos rebotaba. Pero jugaba en los campeonatos de barrio, yo era del Modelo y jugábamos en la calle entre las diferentes manzanas y ahí me fui formando, porque jugábamos contra chicos más grandes y fuertes. Ahí compartí equipo con Puentedura, el que después pasó por Atlético y River. Pero yo no me destacaba, era un defensor central muy rudo que tenía buen juego aéreo y era muy pegador (risas).
- ¿Y cómo terminaste siendo “9”?
- En un partido que jugamos en la calle Italia necesitábamos ganar y faltaba poco tiempo; entonces me mandaron de 9 y empezaron a llover los centros. Yo en esos años andaba siempre en el aire, porque también jugaba al básquet y eso me dio una técnica para saltar que aproveché. Ahí hice un gol y en el equipo me empezaron a poner de “9”.
-¿Cómo fue tu paso por San Martín?
-Yo te podría decir que tal vez es el único equipo en el que no convertí goles, no porque no lo haya querido hacer, simplemente porque no tenía la misma suerte, no sentí que me dieran las posibilidades que me dieron en Atlético, club que sentía mío.
- ¿Por qué estudiaste medicina?
Fue casualidad. Yo en realidad necesitaba trabajar, porque no andábamos bien económicamente. Pero cuando terminamos el secundario un amigo, Jorge Molina, me dijo que iba a estudiar medicina y que iba a ir a la facultad en moto, que me podía llevar todos los días, entonces acepté. Después el hizo sólo hasta segundo año. Tuve que hablar con mi padre para explicarle que iba a necesitar más dinero, en ese momento también estaba estudiando inglés; siempre busqué rellenar mis tiempos libres. Pero mi papá me dijo que iba a tener que buscar trabajo.
- ¿Y buscaste trabajo?
- Por intermedio de un vecino, me hicieron una prueba en el club Banco Provincia y quedé. El club estaba en la “C”, pero era un ingreso. Hice 17 goles en cinco partidos y el club me vendió a Atlético, creo que fui la única venta de ese club.
- ¿O sea, te terminó comprando el equipo en el que siempre quisiste jugar?
- Yo en Atlético llegué para jugar en tercera. Los técnicos me hacían la cruz, si siempre me tacharon. “Ya lo conocemos al pibe; lo vamos corriendo cinco veces”, me dijo uno. Pero yo ya había firmado todo y le habían pagado al Banco. Fueron a pedir que el pase no se haga, pero desde el otro club no quisieron devolver la plata.
- ¿Y sorprendiste después en los entrenamientos?
- Lo que pasa es que yo pesaba 60 kilos, era flaquito. Pero jugando en la calle, me habían enseñado a cuidar mi cuerpo, entonces sabía saltar con los brazos para que no me lastimen. Cuando me comenzaron a ver cómo entrenaba y jugaba, el concepto fue cambiando. Yo fui muy constante. En ese equipo estaban Víctor Palomba, Ángel Guerrero, Francisco Ruiz, “Cuqui” Barrientos, Froilán Mecca, el “Kila” Castro… era un vestuario tremendo y yo quería estar ahí y siempre fui así, si me ponía un objetivo, lo lograba.
- ¿Qué te dio Atlético?
- Mirá, algo banal, pero que para mí fue muy importante. El día que cobré mi primer sueldo fuimos con mi madre al centro. Cuando llegamos a Mendoza entre Muñecas y 25 de Mayo le dije: “mamá, quiero que te elijas el mejor par de zapatos y el mejor vestido”. Ese fue un momento muy bello para mí; son cosas mágicas que me pasaron en mi vida.
- ¿Te costó empezar a jugar en Primera?
- Me acuerdo el día que me puse la camiseta de Atlético y me miré al espejo. Tengo grabado ese recuerdo; pero para mí siempre fue correr desde atrás, me trajeron como cinco delanteros, pero yo decía “yo estoy aquí” y jugaba yo. Me mentalizaba en mejorar todos los días. Como sabía que iba a ser difícil mi camino, después de los zapatos y el vestido de mi madre, me compré dos pelotas y me entrenaba solo todos los días.
- ¿Sabés cuántos goles hiciste en tu carrera?
- La verdad que no, antes no se llevaban estadísticas y siempre digo que nuestros goles se murieron cuando se incendió Canal 10. Después de eso no volvimos a ver más a los goles de esas épocas. Sólo viven en nuestra mente. A veces me acuesto y se vienen esos recuerdos a mi mente.
- ¿Cuántas veces pensás en el gol en que te trepaste a la tela donde estaban los hinchas de San Martín?
- ¡Uff!... siempre, yo hice todo eso consciente, siempre fui muy hincha de Atlético. Me acuerdo que anoté el gol, seguí con la carrera y me trepé; yo era el pibe que cumplía su sueño de jugar en el club de sus amores. Me pegaron un montón de trompadas, eran bravos. Después de eso me fui un mes a Santiago del Estero porque aquí no podía salir a la calle.
- Vos también eras bravo…
- Sí, la verdad que tenía mis cosas; yo siempre que iba a jugar de visitante iba caminando hasta el arco cercano a la hinchada de ellos con una pelota, la empujaba y gritaba el gol. Me insultaban, claro. Pero yo les decía: “están al vicio aquí, el partido ya está arreglado, ganamos 2-0” y se volvían locos. Era una forma de vencer al nerviosismo y los miedos.
- ¿Te peleaste antes de empezar un clásico?
- Sí, no le di oportunidad a Horacio (Maguna). Éramos muy amigos, pero estábamos en el izamiento de capitanes y empezó a hablar de mi mamá y mi novia, yo le decía que no se pase de la línea y él seguía. Le dije: “Ya sabés lo que va a pasar cuando termine el izamiento”, y ni bien terminó le di una trompada y cayó.
- ¿Y después qué pasó?
- Después todo bien, adentro de la cancha no existía la amistad. Él me intentó sacar del partido, porque le tenía miedo a las agujas, yo siempre pasaba por detrás de los arqueros y los pinchaba (risas); yo era dañino.
- Le dijiste que no al presidente de River… ¿por qué?
- Yo amo mucho a Tucumán, nunca pensé en irme a otras provincias. Ahora pienso que me faltó eso quizás en mi carrera deportiva, pero soy doctor, estoy felizmente casado, tengo hijos, creo que he cumplido todos mis objetivos.
- ¿Estás alejado del fútbol?
- Tengo una cancha de fútbol en mi casa. Tengo camisetas y pelotas por todos lados. A mi hija Juliana le gusta el deporte, quizás se dedique a eso, yo dejo que mis hijos elijan por su cuenta.
- ¿Cambió el fútbol desde tu época?
- Yo creo que sí, nosotros ya éramos viejos a los 28 años. A esa edad ya te mandaban a jugar a otro lado, ahora se extendió eso y hay jugadores en alto nivel hasta los 36 años aproximadamente.
- ¿Cuál fue el momento más complicado en tu carrera?
- Cuando me diagnosticaron hematuria; tenían que operarme y el club, evidentemente, para no hacerse cargo de los gastos me dio el pase libre. No entendí muy bien por qué, pero bueno, les di la mano y les agradecí por todo. Después me operaron en el hospital Padilla por pedido de mis profesores de la facultad. Estoy eternamente agradecido a ellos.
- ¿Tu noche más difícil fue la de 1981?
- Nunca tuve tanto miedo, lo que pasé fue muy duro. Yo tenía un primo que formaba parte del Ejército Revolucionario, yo no lo sabía y una noche me pide que le preste plata porque quería viajar a Buenos Aires. Nos juntamos en una plaza y le di. Esa misma noche nos detuvieron. Una noche me subieron a una camioneta y me llevaron cerca de San Pablo. Fui con los ojos vendados, me bajaron y me hicieron arrodillar y me decían que hable, que cuente todo lo que sabía. Yo lloraba y suplicaba que no me hagan nada. Me ponían las luces y me decía que nombre a todos mis amigos. Mi mamá y Atlético se movilizaron, y por eso me soltaron. Estoy eternamente agradecido al club y a un sacerdote que intercedió.
- ¿Qué momentos felices te gusta recordar?
-Cuando nacieron mis hijos, cuando me visita mi nieto, siento que tengo una vida maravillosa. Compartir con mi esposa, cuando mis padres me iban a ver en la cancha. Cuando puedo hacer algún favor a mis amigos, cuando le doy un beso a mi madre; esas cosas son fantásticas.