Con la aprobación de la ley Bases en el Senado, podemos empezar a pensar en una consolidación, aunque sea lenta y dificultosa, de un país más serio, más libre, más predecible. El camino ascendente y democrático que se inició con la Constitución de Alberdi -aunque con algunas desviaciones y contramarchas- se obstruyó en las décadas de 1930 y 1940, abandonándose el espléndido camino que nos llevó a estar entre las naciones más prósperas del planeta. A partir de allí entramos en un tobogán, que fue siempre hacia abajo, con algunos períodos breves de mejoría, pero que luego terminaron en frustración. Hoy tenemos la esperanza de que vamos a volver a ser la Argentina de principios del siglo pasado, y es la juventud la que apoya con más entusiasmo este proyecto de libertad y bienestar. Se va a exigir a los legisladores que rindan cuentas de las traiciones a quienes los eligen, y que vuelvan a ser representantes del pueblo. Con la excepción de notables personalidades, muchos apenas se representan a sí mismos, y negocian y legislan a espaldas a la gente, y dando la cara sólo al que tiene el poder. Pero hoy es imprescindible formar al ciudadano, que sea libre, responsable, trabajador. Los países ricos apuestan a la educación y la investigación, promueven la ciencia y la tecnología. Se debe poner en marcha con urgencia mecanismos que garanticen la excelencia educativa. La excelencia exige esfuerzo, competencia, premiar al mérito. Hoy se iguala para abajo. No se puede repetir de curso, se dan facilidades, parecería que para detestar el mérito y el esfuerzo. Y a este corrupto facilismo educativo no sólo adhieren muchos estudiantes, sino padres y en algunos casos docentes. Entonces los buenos alumnos terminan abandonando el país, y así nuestra Patria está condenada al fracaso. En síntesis, es muy importante la aprobación de leyes que nos saquen de la postración. Pero tan importante es también que no habrá progreso y bienestar para todos si no se vuelve a la excelencia, que es la forma de uniformar para arriba. Y subir exige esfuerzo, rigor y metodología.
José Manuel García González